domingo, 31 de mayo de 2009

Morir tiene sus privilegios- Miguel Dorelo

Los ricos también mueren...


Morir tiene sus privilegios- Miguel Dorelo



Usted no es una persona común; lo sabe y nosotros también lo sabemos. Por eso, deje que le contemos algo sobre las últimas estadísticas de accidentes de tránsito: en el último año, han muerto, en el mundo, un millón y medio de personas. Ninguna de ellas pensó que le tocaría. Usted conoce la seguridad que nuestros vehículos le brindan, pero no somos infalibles. Lo peor también puede sucederle, y ahí estaremos nosotros, apoyando su fidelidad para con nuestra marca. Morir dentro de su automóvil, entre hierros retorcidos, en una lenta y dolorosa agonía, como cualquier hijo de vecino, no coincide con lo que usted es; por algo lo contamos entre nuestros más destacados clientes. Ese es el motivo por el que usamos este medio para informarle el lanzamiento de nuestra línea exclusiva: el Myzzan Death Relaxed®, con todo aquello que usted ya conoce en nuestra amplia gama de vehículos en materia de confort, servicio post venta y asesoramiento gratuito. La gran novedad de nuestro lanzamiento, es el exclusivo sistema de “muerte relajada”, o como dice nuestro slogan: “¿Por qué morir como todo el mundo, si puede hacerlo en un Myzzan Death Relaxed®?”. Un revolucionario sistema totalmente personalizado, con una serie de avances tecnológicos patentados por nuestra empresa, le garantizará que sus últimos instantes en este mundo sean acordes a lo que usted se merece. Milésimas de segundo luego de un impacto que nuestro software identifique como de consecuencias fatales con un porcentaje de certeza del noventa y nueve por ciento, se activarán los mecanismos necesarios para un satisfactorio adiós definitivo. Le evitaremos el dolor innecesario, o parte de él, inyectándole un cóctel de drogas exclusivo de nuestra sección farmacológica. Al mismo tiempo, usted podrá escuchar, en sonido Myzzan Total®, la melodía que previamente haya elegido en nuestras oficinas centrales, seguido de la extremaunción completamente personalizada en la voz del Santo Padre (consúltenos por otras religiones). Un intenso monitoreo de todas sus funciones vitales hasta que estas dejen de funcionar, así como un film con sus últimos suspiros, serán resguardados en una caja negra indestructible para que aquellos familiares o amigos que usted haya señalado previamente, tengan un recuerdo suyo. Por supuesto, un director de cine de primerísima línea, que podrá elegir de nuestro largo listado, editará y dará el toque de dignidad a sus minutos finales, esa que usted se ha ganado al ser el que es y elegir nuestros productos. Recuerde: vivir diferente, lo hace diferente. Morir diferente, acentúa la diferencia. No sea uno más. Comuníquese con nosotros a la brevedad; los cupos son muy limitados y al alcance de pocos.
Lo saludan: sus amigos de Myzzan Corporation.

Publicado en Breves no tan breves

miércoles, 27 de mayo de 2009

Tiempo- Miguel Dorelo

¿Quién sabe cómo hacer que el amor dure? ( Tom Robbins)


Tiempo- Miguel Dorelo

—Algo está pasando con el tiempo —comentó Angel como al pasar.
—Que novedad. Y nosotros somos los únicos culpables —respondió Marcelo— El hombre no se cansará jamás de atacar a la naturaleza; gases, humo, el calentamiento…
—No me refería a eso —lo interrumpió bruscamente — La duración, digo.
— ¿La duración? ¿A qué te referís?
—Eso. La duración. No es la misma. Vos te referís al clima, y yo te hablo del tiempo. Del cronológico.
—Ah, ¿Y dura más o menos? —preguntó con tono burlón — ¿O es flexible?
—Está durando menos. Mucho menos —respondió con gran seguridad y convencimiento en la voz.
— Estás cada vez más loco.
—Búrlate si quieres. Pero es completamente cierto.
—Quiero pruebas.
—Cómo no. Hoy deberían cumplirse 30 años de la última vez que estuve con ella.
— ¿Y?
—Y, eso. Que esta mañana me desperté con el sabor de su boca en mis labios.

Exclusivo de La Cuentoteca

domingo, 24 de mayo de 2009

Un final trágico e inevitable- Miguel Dorelo

Una historia de amor-odio de candente actualidad


Un final trágico e inevitable- Miguel Dorelo

—Recuéstese, póngase cómodo y cuénteme, mi amigo.
Con su barba planificadamente descuidada, sus gafas redondeadas y el gesto distante, profesional, mezclado con el aire paternalista adecuado, el psicólogo trataba de que su paciente tomara confianza.
Acomodándose lo mejor posible, recostarse nunca le había resultado cómodo, trató de adoptar una posición medianamente digna.
—Lo escucho —alentó el facultativo.
–Es que no sé bien por donde empezar, doctor.
—Bueno, el principio suele ser lo más adecuado; pero usted decide, déjese llevar.
—Lo extraño —dijo ignorando la sugerencia y arrancando por el final.
—Naturalmente. Fueron muchos años juntos. Siga.
—Muchos, es cierto. A veces pienso que lo mejor es irme junto a él, allí donde quiera que esté. Ya no aguanto más esta angustia.
—Cálmese. Él ya no está en este mundo y usted deberá aprender a convivir con ello. La muerte es muchas veces una salida fácil.
—Pero, es tan grande mi dolor al saber que soy el único culpable de lo sucedido. ¡Si tan solo lo hubiese pensado un poco!
—La culpa es siempre un escollo difícil de superar, pero tenga en cuenta las circunstancias del hecho; estaban destinados a un final trágico no exento de violencia. Los dos siempre fueron a la vez victimas y victimarios. Usted no las pasó del todo bien en esta relación. Y algún día todo termina por resolverse. Para bien o para mal.
—Pero, ahora que ya no está conmigo, creo que en realidad lo amaba.
—Es muy probable. Pero deje las conclusiones en mis manos, que para eso soy el profesional. Además el homosexualismo en individuos como ustedes suele ser algo natural y totalmente libre de pecado. No piense más en ello.
—Ya ni recuerdo desde cuando, pero creo que siempre soné con alcanzarlo, tenerlo entre mis brazos y fundirnos en uno solo.
— ¡Sea positivo, amigo! ¡Piense que al fin lo ha conseguido! Él es ahora parte suyo, estará en su interior para siempre en cierto modo, formando la ansiada unidad tantas veces buscada.
—No sé, no sé, doctor. Quizás viéndolo de esa manera…
—Hágame caso. En toda relación amor-odio uno de los componentes de la pareja termina por devorar al otro; siempre hay un ganador y por consecuencia lógica un perdedor. Esto no hace indigna la relación ni menoscaba a ninguno de los protagonistas. El amor es simplemente así, y así seguirá siéndolo hasta el final de los tiempos.
—Casi me está convenciendo, pero también está lo otro, la presión de la gente.
—Es lógico que así sea. Ustedes dos formaban una pareja, diríamos, mediática, con todo lo que conlleva en materia de exposición. Eran muy populares además. Y ya se sabe, el público cree que tiene derecho a opinar sobre todo aquello que se les ofrece sin importarle demasiado los sentimientos de los involucrados. Suele ser muy cruel la masa.
—Muchos me apoyan, no crea. Pero otros me juzgan sin tener en cuenta los atenuantes y no perdonan mi acto final.
–Haga oídos sordos. Lo que tenía que ser fue.
— ¡Pero tienen razón los que no me perdonan! ¡Yo lo maté! ¡Y además, me lo comí, doctor! ¿Entiende? ¡Me lo comí! — gritó entre sollozos, rotos ya todos los diques de la desesperación y la congoja.
—Por supuesto. Es parte de su naturaleza. Su vida ha girado en torno de este sino; y también la de él.
—Pero, pero….
—Píenselo de esta forma: han llegado al final de un viaje, quizás no el mejor final, pero uno de los probables. Algún día la historia tenía que terminar. Ya no daba para más. Era o él o usted. Alguien que está muy por encima de ambos, el Creador, así lo decidió y no hay marcha atrás. Resignación es la palabra que deberá incorporar de ahora en más a su vida. Lo hecho, hecho está.
—Gracias, doctor. Estas últimas palabras han llevado un poco de alivio a mi corazón aún triste.
—Me alegro por ello. A propósito: ha pasado la hora y tengo que dar por terminada la sesión.
—Bien. ¿Cuánto le debo?
—Lo de siempre, doscientos dólares.
—La semana pasada me cobró cien.
— Se olvida que en la anterior consulta usted aún no había alcanzado al Correcaminos y no lo había convertido en su almuerzo, señor Coyote.
—Disculpe, doctor. Una vez más, tiene usted toda la razón del mundo.

Exclusivo para La Cuentoteca

martes, 19 de mayo de 2009

Un viaje programado- Miguel Dorelo


Si querés que todo salga bien, deberás tener paciencia.


Un viaje programado- Miguel Dorelo

Consumió muchos años de su vida planificándolo debido a su afán perfeccionista, pero estaba decidido a elaborar mil planes, si fuera necesario. De ninguna manera ensuciaría su principal razón de ser con intentos fallidos. La primera vez, debería ser la última y definitiva.
—Mi último instante en este mundo debe rozar lo sublime. Después de todo, no habrá margen para errores —decía con un toque de dudoso humor.
No tenía apuro. Hasta solía decir que amaba la vida—. De ninguna manera un disparo —descartó. No soportaba las armas y estaba el asunto ese de que era un melómano y no sería el poco armonioso ruido del tiro lo último que escuchara. Mientras tanto, continuaba con la rutina de vivir. Trataba de no comprometerse demasiado, ya que el viaje estaba programado—. Ni viuda ni huérfanos —decidió.
Siguió buscando y descartando.
Subir y arrojarse desde muy alto. Por unos instantes, sentir el viento en la cara, imaginarse tener alas.
—No. Un cuerpo destrozado contra el piso no es muy estético —reflexionó—. A seguir. Tiene que haber una forma.
Odiaba los automóviles: no a los caños de escape obturados y el anhídrido carbónico entrando en sus pulmones. “Esto se está poniendo difícil”, pensó.
Aunque lo atraía el colorido trágico de la escena, sentía terror por las cosas afiladas. Por el momento, sus venas seguirían como hasta ahora. ¿Entonces qué? Amaba los trenes, no serían mancillados por su carne y huesos destrozados. —Así no vamos a ningún lado.
La soga. Eso podría ser.
—No.
¿Tampoco? Ya sonaba casi como una excusa. ¿Se estaba arrepintiendo? ¿Qué tenía de malo la soga? Solo necesitaría un par de metros y una viga o la rama de un árbol. Solía jactarse de cultivar un tipo de humor distinto, muchas veces absurdo.
—Nunca usé corbata —se dijo—, no sería un buen momento para empezar a hacerlo.
Pero, todo llega, aún el encontrar un método satisfactorio para quitarse la vida. La excusa era válida:
—Por si existís y estuve equivocado; voy a dejar este mundo cuando YO lo decida —gritó en un momento de patética rebeldía.
Píldoras. De varios frascos; verdes, rojas, amarillas. Un método limpio y exento de violencia. Preparó el escenario: su habitación, su cama. Música. Epitafio de King Crimson parecía la más adecuada. A último momento se decidió por Adiós cielo azul de Pink Floyd.
Un vaso de agua.
Lentamente, el final.
Eso era lo que había supuesto siempre.
—Tiene razón el cuervo: nunca más. No me vengan con que hay otra cosa. Ni cielos ni infiernos; paparruchadas sin sentido —solía decir cuando se tocaba el tema.
Como en tantas otras cosas, en esta también se había equivocado; ahora que había pasado el umbral, lo sabía.
Y bueno, por lo menos sabría qué pasaba de este lado.
Por un tiempo se quedaría a despejar todas sus dudas.
Pero, sabía que tarde o temprano, sería hora de empezar a planificar la vuelta.

Publicado en Breves no tan Breves

jueves, 14 de mayo de 2009

No voy a morirme de nuevo- Miguel Dorelo

Un don especial. Un hombre común.


No voy a morirme de nuevo- Miguel Dorelo

Siempre digo lo mismo, lo sé.
Esta vez es en serio, me lo prometo. Morirme ya no me causa gracia.
He muerto no sé cuantas veces y si me apuran confieso que la mayoría de ellas, sobre todo en estos últimos tiempos, casi ni lo disfruté.
Mis primeras muertes fueron las mejores. Sobre todo en las vísperas. Planificaba al detalle: de qué me iba a morir, si mi agonía sería prolongada y si dejaba trascender o no la noticia de mi próximo deceso; adoptaba una enfermedad terminal y luego estiraba los límites lógicos de sobrevida asombrando inclusive a los más duchos de los facultativos. Tres meses, no más, pronosticaban. A los dos años yo seguía vivo. Milagro, decían las viejas. La ciencia no tiene explicación para esto, concordaban los médicos. Justo ahí, yo me moría. De hijo de puta nomás. Realmente gozaba a lo loco.
A veces me entretenía más con los preparativos y “el día después”; como quien no quiere la cosa dejaba deslizar: el día que me muera me gustaría que todos vistieran de rojo, que haya muchas violetas, que suene Pink Floyd durante todo el velatorio y que vos lo filmes para que no me olvides, le susurraba al oído a mi noviecita de turno. Dos o tres días después me moría en un accidente. Qué lástima, tan joven. Habrá que cumplir sus deseos. Después me las arreglaba para conseguir la cinta o el video. Pasaba horas viéndolo una y otra vez. Ver el propio velorio es algo que recomiendo entusiastamente; realmente es una de las mejores maneras de conocer a la gente.
Algunas veces me quedaba en el “escenario” como me gusta llamarlo (ya que después de todo lo mío es un arte), durante cinco o seis años sin morirme; me casaba, formaba una familia y luego “el acto final”, por lo general una muerte trágica, de las que dejan huellas en los deudos. Chapeau para mí. Aplausos. Una merecida ovación de pie. Mi actuación en esos años bien podría catalogarse de sublime.
Después, lo habitual; resucitar, cambiar de ciudad o país, adoptar una nueva identidad y empezar de nuevo a planificar mi siguiente muerte.
No todo era siempre igual. Más de una vez, luego de un tiempo prudencial y convenientemente caracterizado comenzaba a frecuentar a alguna de mis viudas. Es increíble lo frágiles y accesibles que suelen estar al poco tiempo de “la irreparable pérdida de mi marido”. Luego, en la cama, era frecuente que me contaran lo bueno que él había sido y cuanto les había costado hacer esto que ahora estaban haciendo. ¡Que hijas de puta! ¡Yo aún estaba tibio en mi tumba!
Alguna que otra vez, en uno de esos ataques de querer trascender que a todos alguna vez tenemos, mi muerte era heroica, salvando a un niño a punto de ser atropellado por un auto o como cuando fui bombero y rescaté a la embarazada del edificio que yo mismo había incendiado.
Pero, esto ya no me entusiasma. Quizás me esté volviendo viejo, aunque sé que esto no es posible. De todas formas la acumulación de años sobre mis espaldas ya significa un gran peso. Mi aspecto externo es el mismo desde hace muchísimos años, pero por dentro…
No voy a morirme más, está decidido.
Realmente nunca supe bien como funciona esto, sólo que puedo morirme cuando lo deseo y de la forma que elija. De las horas que estoy muerto necesariamente para los certificados médicos y las ceremonias mortuorias, no guardo recuerdo alguno. He sido enterrado, embalsamado e inclusive incinerado (más de una vez yo mismo lo he pedido como última voluntad), pero siempre vuelvo y recuerdo todas mis vidas, pero nada de esas horas, como si despertara de un sueño profundo. Siempre estoy solo y con el mismo aspecto de antes.
Quizás si este —no sé si llamarlo don— estuviera en poder de otra persona, actuaría de otra manera, pero yo soy así, siempre hice lo que sentía sin analizar las consecuencias.
No todo son rosas; sospecho que en realidad no soy inmortal como podría suponerse y quizás este sea el principal motivo de mi decisión, no solo el hastío. En el fondo tengo mucho miedo de que mi próxima muerte sea la definitiva. Voy a pensarlo muy bien antes de volver a hacerlo.
Si hay algo que realmente amo por sobre todas las cosas es, sin dudarlo, mi preciosa vida.

Publicado en Breves no tan breves

viernes, 8 de mayo de 2009

Servicio- Miguel Dorelo

Una imagen tan tierna solo puede generar un tierno relato.

Servicio- Miguel Dorelo

Lo bueno de mi trabajo está, sobre todo, en la satisfacción de saber que estoy colaborando con designios más allá del entendimiento de la mayoría de los mortales.
Seguramente no se comprenderán los motivos, pero sé que si he sido designado para realizar esta tarea por algo será, y no soy quién para negarme.
No es difícil y creo ser la persona adecuada.
—Antes de que cumplan un año —fueron las instrucciones recibidas.
Las voces me explicaron que luego de pasado ese tiempo ya no era posible eliminarlos; el íncubo sería reemplazado automáticamente y todo el esfuerzo sería en vano.
Quizás piensen que soy demasiado ansioso, pero empecé lo antes que pude a cumplir con el mandato.
El primero me costó, no soy tan necio como para negarlo. Sus engañosas apariencias no colaboran en nada con mi tarea.
Luego, todo fue más sencillo y fue fluyendo casi naturalmente.
Por suerte son muy frágiles, solo tengo que apretar: mis manos rodean el pequeño cuello y mis pulgares se hunden lentamente hasta notar que todo atisbo de vida ha abandonado el cuerpecito tan tibio hasta hace solo unos segundos.
En ese instante, el placer del deber cumplido invade mi cuerpo y mi alma con un gozo jamás antes sentido.
Quizás para algunos suene cruel o les resulte horroroso el pequeño inconveniente que de algún modo atentan contra el perfecto cumplimiento de mi servicio, pero ya vendrá el tiempo en que pueda diferenciarlos mejor y no tenga necesidad de eliminar a ningún inocente.

— ¡Que hermoso niño, señora! ¿Cuántos meses tiene?
Originalmente publicado en Terrozine ( San Pablo, Brasil).Reelaborado para La Cuentoteca

lunes, 4 de mayo de 2009

Rebelde- Miguel Dorelo

No encuentro la forma...


Rebelde- Miguel Dorelo

Lenta y sigilosamente se fue situando a espaldas de su odiado enemigo; había llegado el momento de hacerle pagar por todo el sufrimiento que le había infligido. Levantó el brazo dispuesto a hundir el puñal en el desprevenido rival...
— ¡Me niego rotundamente! —gritó. La catadura moral de este acto no concuerda en lo más mínimo con lo que yo soy. Es, a todas vistas, un acto cobarde y sin sentido.
— ¡Otra vez! Ya te lo expliqué cien veces, tienes que hacer lo que te indique; ¿Cuándo vas a entenderlo? ¡Eres un personaje! ¡Yo soy tu creador!
—Puede ser, todo es relativo en esta vida y de nada se puede estar seguro. De todos modos, no pienso asesinar a nadie por la espalda. Supongamos que tienes razón, soy tu personaje, podemos discutirlo en otra ocasión, pero ¿Te da derechos esto a obligarme a actuar de este modo?
— ¡Puedo hacer lo que quiera! ¡Soy Dios! O por lo menos, el tuyo, carajo.
—Entonces debo ser ateo. Ni sueñes que en esta ocasión voy a hacerte caso. Piensa otra escena.
Refunfuñando, comenzó a escribir nuevamente.
…Al rato se dio cuenta que se había extraviado. No reconocía el lugar y además las sombras de la noche empezaban a caer lentamente sobre aquel paisaje desolado.
De repente escuchó un aullido y el resonar de pisadas cada vez más cerca anunciaban su violento final…
— ¡La puta que te parió! ¿Te has vuelto loco? ¿O es tu venganza por lo que pasó antes? ¿Me vas a hacer comer por los lobos? No sé cómo, pero te voy a cagar la escena, bastante trillada por cierto. Ya vas a ver, no habrá quién te publique esto, te lo juro.
—Está bien. Confieso que me encegueció la discusión anterior. Olvidemos esta parte.
A ver que te parece esto.
La ansiedad se hacía cada vez mayor; deseaba con toda su alma que él llegara para cubrirlo de besos. Jamás había amado a alguien con tal fervor y pensaba entregársele en cuerpo y alma…
— ¿A mí?
—Por supuesto, eres el personaje principal del cuento.
—Bien.
— ¿Puedo seguir?
—Sigue, sigue.
Esa noche estaba más hermosa que nunca. Su cuerpo perfumado lucía espléndido bajo la tenue luz de las velas. Tendrían casi tres horas para ellos solos, ya que su marido no regresaría…
— ¡Inmoral! ¿Una mujer casada? ¡De ninguna manera! ¿Por quién me has tomado?
Ni siquiera me presentaré ante esta señora. Si se la puede llamar así.
—Pero, pero… ¡Me vas a volver loco!
— ¡No, no y no! A otra cosa.
Jamás hombre alguno había alcanzado tan altas cúspides. Era bello en cuerpo y alma. Y no solo eso: su mente poseía un nivel intelectual supremo; todos lo amaban, lo idolatraban…
—Blasfemia. Lisa y llanamente. Mis creencias religiosas me impiden interpretar ni siquiera en broma este tipo de personaje. Dios hay uno solo y por más ególatra que me consideres, no claudicaré. Olvídate.
Una tras otra fueron rechazadas una decena de argumentos y tramas por diferentes motivos.
Comprendió finalmente el sufrido autor que estaba ante el más grande desafío de su carrera; debía encontrar una solución o de lo contrario, simplemente, dedicarse a otra cosa.
La decisión estaba tomada; no resultaría fácil planearlo y mucho menos poder llevarlo a cabo, tendría que ser muy cauteloso para no despertar sospechas.
No comprendía los motivos que habían llevado al anteriormente sumiso protagonista principal de sus relatos a adoptar esta nueva y beligerante posición. Lo que sí le resultaba muy claro era el estancamiento al que lo estaba llevando esta situación.
Lo primero, era distraerlo, llamar su atención de alguna sutil manera y agarrarlo desprevenido; inventar historias complejas, con tramas cada vez más difíciles de discernir, pero sobre todo, relatos que alimentaran su insaciable ego.
Estaba seguro que en algún momento, cegado por su afán de figuración, cometería un error
—Ese momento, tarde o temprano llegará —se dijo el autor.
Eliminar al rebelde personaje sería de ahora en adelante lo que ocuparía la mayor parte de su tiempo.
—No usar cursivas en mi próxima historia quizás lo distraiga y le haga bajar la guardia —se ilusionó.
Con suerte, en poco tiempo más, podría dedicarse de lleno a su gran pasión: escribir con absoluta libertad.
Se sirvió una gran taza de café y encendió un cigarrillo. Tendría que tener paciencia y tomarse todo el tiempo necesario.
Comenzó a teclear.

En un futuro y un lugar muy lejanos, donde los hombres…

Exlusivo de La Cuentoteca.