La cuestión es no equivocarse eternamente...
Sobre mujeres, amor y equivocaciones- Miguel DoreloA Jorge Ariel Madrazo y su libro de cuentos
“La mujer equivocada”, el detonante de este humilde relato.
Algunas veces,las menos,es cuestión de años. Otras,un poco más comúnmente,de meses.
De días,realmente unas pocas.
El darse cuenta,para todos y cada uno de los casos,siempre sucede al final;quizás solo un poco antes.
El factor común a la gran mayoría, el cansancio o el hastío. O una nimiedad estúpidamente potenciada.
Más tarde o más temprano, una y otra vez, lo mismo.
Y siempre el mismo doloroso interrogante ¿Qué habrá fallado esta vez?
Y,también como siempre, o casi siempre, no encontrar la respuesta.
O no saber bien donde buscarla,que termina resultando más o menos lo mismo.
Y es que de eso se trata: una y otra, y otra y otra vez elegir la mujer equivocada.
Luego, lo consabido; el duelo o no, la tristeza o no, el extrañarla o no.
Y por fin, el volver a buscar. El volver a saber que en realidad, por amor no se muere, o que tan solo le pasa a una ínfima minoría de la que, estamos casi seguros, no formamos parte.
Y el juego (¿Acaso no lo es?), recomienza.
Eso si, a estar atentos, las reglas son estrictas aunque no lo parezcan: la próxima puede ser la que se esperó siempre, la definitiva, la que envejecerá junto a nosotros; la que nos hará entender que ya no volveremos a jugar, que el premio mayor ya es nuestro y no hay motivo alguno para seguir en la contienda.
Pero, no es un juego fácil, todos lo sabemos; la próxima puede ser nada más que otra mujer equivocada y a veces también es nuestra última oportunidad.
O peor aún, se nos ofrece el dudoso privilegio de vislumbrar que ella, la auténtica, quizás engañados por circunstancias ajenas a nuestra voluntad, o por designios de alguien en quién ni siquiera creemos, o simplemente porque si, no supimos reconocer. Y ya es tarde para lamentos. Y aunque sigamos jugando, casi siempre lo hacemos, el juego ya no es el juego. Jugar por jugar es de amateurs; el reglamento del verdadero amor no lo contempla.
Y dudar, claro, siempre dudar. Aún estando seguros; han sido tan momentáneas nuestras seguridades anteriores…
Dudar sospechando.
Y sobre todo, no querer ver la otra cara del problema: que probablemente somos (soy) el hombre equivocado.
Exclusivo de La Cuentoteca
Publicado en Breves no tan breves