sábado, 31 de diciembre de 2011

El amor es pura casualidad- Miguel Dorelo


El amor es pura casualidad- Miguel Dorelo

El amor es pura casualidad; casualmente nos conocemos, nos caemos bien o no, conversamos o solo intercambiamos un saludo, volvemos a vernos en otra oportunidad o en varias o jamás volvemos a cruzarnos. Los factores determinantes de nuestras conductas son prácticamente infinitos y dependen no solo de nosotros mismos sino también del otro.
Puro azar. Nada mágico ni nada de aquello de que estábamos predestinados a ser el uno para el otro. Cualquiera de los dos podría haberse retrasado unos minutos en sus actividades del día ese en que se vieron por primera vez y el encuentro no hubiese acontecido. O habría sucedido en otro momento y otras circunstancias y todo habría sido distinto. Una mera cuestión estadística  emparentada con la probabilidad.

Pero, y por suerte, todo estos razonamientos van a parar a la mierda cuando ella y él cruzan sus miradas y ambos sienten que no podrán ya vivir sin el otro.

Elaborado para La Cuentoteca

sábado, 10 de diciembre de 2011

Andén- Miguel Dorelo


Andén- Miguel Dorelo

A lo mejor habían decretado uno de esos paros sorpresivos que de tan seguidos ya no sorprendían a nadie; salvo a mí, claro, pensó no sin razón. Últimamente su pobre cerebro funcionaba a poco menos de la mitad de su capacidad debida principalmente a un agotamiento físico y mental que amenazaba con hacerse cada vez más y más pesado. Sabía que debía parar con el enloquecedor ritmo de vida que lo arrastraba hacia quién sabe dónde; lo sabía, pero le era completamente imposible hacer algo al respecto.
Ni un alma. El andén estaba absolutamente vacio. ¿Sería la hermosa muchacha con la que se había cruzado en las escaleras una probable pasajera que cansada de esperar la llegada del tren subterráneo había decidido marcharse de la estación? Por cierto, la había mirado más de lo que las buenas costumbres aconsejaban; no solía hacerlo, pero ella era realmente muy bella y se le hizo imposible apartar la mirada al enfrentarse casi cara a cara, cuando se cruzaron él en su bajada y ella en su ascenso. Extrañamente, le había sonreído, algo que no solía sucederle muy a menudo. Él no era lo que se dice un hombre guapo, con su pelo ya canoso que denotaba su madurez poco acorde con la juventud de ella. Y su aroma. Su aroma; por algún motivo estaba seguro que ese era su aroma, no el de algún buen perfume de esos caros que mujeres lindas como ella solían ponerse, ese aroma salía de ella, de muy dentro, de más allá de su piel. Olía a violetas, pero no; a chocolate amargo, pero no. Y tampoco, pero algo, a sal y especias. Y  a otra cosa más que no logró identificar pero que le daba al conjunto el equilibrio exacto para hacerlo inolvidable. Un aroma acorde a la belleza física de la muchacha. La siguió con la mirada hasta que desapareció al final de la escalera, impunemente y a su antojo  ahora que ella le había dado la espalda. Luego, lentamente bajó los últimos escalones.

Por un segundo se olvidó de ella y de su aroma, o casi; debía decidir qué hacer, quedarse a esperar aunque más no fuera unos minutos, darle una oportunidad a las circunstancias para que se adecuaran a la rutina de los vagones arribando o emprender el camino hacia las escaleras y abandonar el lugar para buscar la forma de  regresar a su casa.
Diez minutos que parecieron veinte o más; el tiempo nunca es el mismo, se prolonga indefinidamente  o se acorta sin que podamos hacer nada para impedirlo, los relojes nos engañan una y otra vez para que podamos conservar cierta cordura necesaria al mirar sus manecillas y creer que apenas se han movido o por el contrario, han avanzado más allá de lo que creímos posible. El andén sigue vacío y en silencio, al acecho sin motivos aparentes, ominoso en su aparente calma. No saber suele ser el comienzo de alguna clase de temor.
Que idiota, pensó. Lo único que me faltaba es asustarme por un andén vacio.
Razonar no basta por sí solo para espantar fantasmas, mejor volver sobre sus pasos, encarar las escaleras y salir a la avenida con su mar de gente, su tránsito desquiciado y su seguridad caótica.
Un sonido inconfundible hizo que desistiera de su intento: al final el maldito tren estaba arribando y un gran alivio se apoderó de su mente y su cuerpo; cuantas especulaciones estúpidas puede engendrar el cerebro humano estimulado por un par de acontecimientos circunstanciales en las condiciones adecuadas; todo este último tiempo de vivir a mil por hora, recurriendo a transitorias soluciones químicas para poder seguir inserto en una normalidad forzada, engañosamente sostenida por falsas prioridades por completo innecesarias.



Apenas ascendido, la puerta se cerró automáticamente a sus espaldas y el convoy comenzó a moverse. Solo unos pocos pasajeros. Y ese aroma a violetas, chocolate amargo, sal, especias y a esa otra cosa que ahora, al fin, pudo reconocer.

Elaborado para La Cuentoteca

lunes, 28 de noviembre de 2011

La búsqueda- Miguel Dorelo


La búsqueda- Miguel Dorelo

—No creo que le resulte demasiado difícil, me recomendaron muy especialmente sus servicios; solo le pido discreción absoluta. Aquí le dejo todos los datos con los que cuento sobre ella y dentro del sobre también hay un cheque con la mitad de sus honorarios, el resto cuando cumpla su cometido, como habíamos acordado.
—Muy bien, hoy mismo me pongo a trabajar.
—Espero novedades lo antes posible.

Estaba hecho. No había sido una decisión fácil: un largo tiempo con la idea dando vueltas por su cabeza hasta llegar al momento exacto en que ya no es posible seguir auto imponiéndose excusas de todo tipo para dejarse estar. La extrañaba. Le costó admitirlo, pero ahora que al fin lo había hecho no podía quedarse de brazos cruzados, dejando simplemente que el tiempo pasara. Y la amaba, ahora lo sabía. Quizá también la amó en aquél lejano tiempo en que la tuvo para él, pero no lo supo o no le convenía involucrarse en una relación que le llevara mucho más tiempo que un par de encuentros semanales para satisfacer urgencias corporales sin que le importase demasiado la contraparte; después de todo parecía que ella la estaba pasando bien así, o al menos eso creía. Hasta que comenzaron las exigencias.
—Quedáte —dijo ella una noche y encendió la alarma.
Inventó cualquier excusa, ya ni recordaba cuál para no pasar esa noche allí. La primera, pero no la última, de una serie de mentiras que le permitieron seguir un tiempo con aquella rutina con todos los beneficios y ninguno de los inconvenientes de una relación que se hacía cada vez más despareja. Solo le interesaba pasarla bien, tomar algo, charlar lo estrictamente necesario antes de entregarse de lleno a lo que realmente lo había conducido hasta su casa, su cuarto y su cama.
Un par de idas al cine y acompañarla por única vez a elegir unas cortinas nuevas: era todo lo que estaba dispuesto a otorgarle. Y algún café apurado de vez en cuando en el bar a pocas cuadras de su casa. De cenas y esas cosas, ni hablar. Lo habían establecido de entrada, quedó bien en claro que lo de ellos se basaba exclusivamente en la atracción física que sintieron uno por el otro a los pocos minutos de conocerse y que esa misma noche se encargaron de satisfacer. Cero compromiso; después de todo, era una época de desenfreno y de “amor libre”, como solía decirse.
Ella no cumplía con su parte, se hacía cada vez más evidente. Regalitos con cualquier excusa, recordatorios de fechas conmemorativas de cualquier nimiedad que los involucrara y una insoportable tendencia a querer retenerlo más allá de lo conveniente una vez que terminaban de hacer aquello para lo que se habían encontrado.
Empezó a sentirse cada vez más molesto con sus actitudes, presionado, comenzaba a asfixiarse; debía hacer algo. Lamentablemente ella era muy hermosa, demasiado; y como amante, única. Pero se estaba poniendo demasiado pesada, casi obligándolo a imaginar futuros inmediatos de convivencias rutinarias, almuerzos compartidos en cocinas primorosamente decoradas con manteles y cortinas haciendo juego, insulsas charlas de sobremesa e incómodas siestas abrazados. Hasta alguna vez habló de niños. ¡Niños! Pañales, llantos por las noches, conseguir obra social, llevarlos al colegio…
Huyó a tiempo, sin dar demasiadas explicaciones, no tenía por qué darlas; que ella se hiciese cargo de aquellos sentimientos que él de ninguna manera pretendió provocar y que no formaban parte del paquete.
Un par de meses después y un último gesto de buena voluntad por su insistencia que se estaba convirtiendo en persecución: charla café por medio, o mejor dicho poder decir lo que había que decir cuando alguna pausa de su llanto lo permitía; esto no es lo que yo quiero y no hay vuelta atrás, no llorés que de nada sirve, vos sabías bien que yo soy así, olvidáme y rehacé tu vida,sos linda e inteligente y ya vas a encontrar a quién te contenga…Adiós.

Treinta años, un matrimonio que duró muy poco, por suerte no quedaron en el camino niños carne fresca para analistas ni rencores perdurables en el tiempo. Varias relaciones, un par de novias y su soledad actual. Las noches de insomnio que comenzaron a tomar posesión de aquellas horas pretendidamente destinadas al descanso y que poco a poco fueron adueñándose de gran parte de su vida y sus más íntimos pensamientos.
Y en algún momento, hace menos de dos meses, ella. Ella, cagándose en los treinta años transcurridos, volviendo a ser presente por el solo hecho de escuchar de casualidad en la radio aquella cursi canción que siempre ponía en su grabador cuando se encontraban en su casa y que él soportaba por el simple hecho de dedicarse a explorar, besar, morder, lamer  hasta el último pedacito de su cuerpo. Un clic para rememorar, comprender, negar y finalmente aceptar. Un proceso lento pero inexorable, concluyendo lo inevitable: aquél amor que no fue capaz de reconocer en su momento pero que ahí estuvo y aún estaba. Debía actuar en consecuencia, intentar algo que calmara su ansiedad; debía saber que había sido de su vida en estos treinta años sin noticias suyas. Supuso que quizá aún lo recordaría, o por lo menos esa sería una conducta lógica desde el pretendido inmenso amor hacia él que ella hubo evidenciado poco antes de que todo hubiese terminado entre ellos a raíz de, aún así lo entendía, su justa decisión unilateral.
Material y monetariamente estaba en muy buenas condiciones como para emprender sin mayores dificultades la tarea; su especial carácter, poco propenso a concesiones hacia el prójimo que consideraba propia de personalidades débiles, lo habían hecho triunfar en cada uno de sus emprendimientos y ahora era un maduro y prospero “hombre de negocios”, como le gustaba auto-nominarse.
Contrató a la mejor agencia y exigió especialmente que pusieran a trabajar a sus mejores hombres en el caso. Solo debían averiguar que había sido de  la vida de su antigua noviecita. —Donde vive, estado civil, de que trabaja, cuáles son sus gustos, números de teléfono…Todo lo que pueda ser de relevancia —recalcó.

Esa noche durmió de un tirón y hasta se despertó muy tarde en la mañana. Estaba hecho. Supuso que en pocos días más llegaría el informe de la agencia y una vez con los datos en su poder seguiría con su plan de reconquista. Era muy optimista al respecto y con una más que justa y lógica razón: ella no podía haberlo olvidado, así como de ninguna manera rehusaría volver a él; había miles de razones para que estas dos cosas sucedieran, entre otras el recuerdo de su total entrega a todo aquello que a él se le antojó hacerle en la cama en sus últimos escarceos cuando se dio cuenta de la absoluta dependencia sentimental de ella y en que ahora era lo que se dice un “buen partido”, con varias propiedades a su nombre, una abultada cuenta bancaria y el conservarse aún bastante atractivo con sus muy bien llevados cincuenta y cuatro años. Un rechazo de ella era algo inimaginable. Solo restaba sentarse y esperar.

Diez días después, al no recibir ninguna explicación satisfactoria a sus reclamos telefónicos, se presentó en la agencia.
— ¿Qué es lo que pasa? — Exigió a voz en cuello —No puede ser tan difícil ubicar a una simple mujer. Quizás me equivoqué al contratarlos.
—Estamos en eso, disculpe la demora —respondió el máximo responsable del lugar —es que ella al parecer se ha estado moviendo de lugar en lugar en forma casi constante; pero hoy mismo me ha llamado desde el sur uno de mis hombres que cree haberla localizado. De confirmarlo, en unos días más tendremos un informe detallado.
—Eso espero. Después no se quejen si casualmente  me demoro en completar sus honorarios, que por cierto no son pocos. Buenos días.

Una semana después recibió el llamado: —Está hecho, la hemos localizado, efectivamente está viviendo en el sur. Pase hoy por la tarde y tendrá a su disposición todos los detalles.
—Allí estaré.

Almorzó frugalmente y tuvo tiempo hasta para dormir una siesta; quería estar lo más lúcido y descansado en el momento de posar sus manos y sus ojos en aquellos documentos que lo reinsertarían primero en el pasado, actualizarían el presente y lo catapultarían a un futuro de reencuentro y felicidad.
Pasó por la agencia, retiró todo en dos grandes sobres ya dispuestos  y  se despidió con un uno de estos días les envío el resto del dinero.
Ya en su casa, desconectó todos sus teléfonos para que nada lo distrajera  y comenzó a abrir los sobres.
El golpe fue más duro de lo que jamás se hubiese imaginado: allí estaba todo, un resumen de los últimos treinta años en la vida de su amada, con lujo de detalles, con consideraciones extras sobre sentimientos y emociones, tal como había pedido. Su partida a los seis meses de aquella separación con rumbo desconocido y el rastro reencontrado dos años después en Bahía Blanca, el primer domicilio conocido que la agencia pudo establecer. Tres años en aquella ciudad y luego su partida más al sur y un constante derrotero por diversas localidades de la Patagonia, inconsciente acto que en un futuro ocasionaría un sinnúmero de dificultades en un grupo de investigadores aún no presentes en su vida. Y por fin su afincamiento en Trevelín, en la provincia de Chubut, ciento veintitres mil hectáreas de un lugar paradisíaco rodeado de montañas y lagos de aguas cristalinas. Allí, donde encontró por fin la felicidad en las formas de un marido y tres  hijos que a los que adoraba, según pudo averiguar a través de varios allegados el autor del informe. Regenteaban una posada para turistas millonarios que les proporcionaban el suficiente dinero para darse todos los gustos, incluidas vacaciones semestrales que le habían permitido sobre todo a ella conocer cada uno de los sitios en el mundo con los que siempre había soñado. Una vida plena de amor y felicidad en un lugar perfecto.
Acompañaban el informe fotografías y   datos del esposo y  los hijos, dos mujeres y un varón, el mayor, que con lágrimas en los ojos alcanzó a leer, tenía su mismo nombre. Ella estaba hermosa, aún más a como la recordaba, la madurez le había obsequiado una mirada mezcla de dulzura y sabiduría como jamás había visto en mujer alguna. Lloró con más fuerza y en ese mismo instante comprendió que ya no había más nada que hacer, no le quedaban fuerzas para intentar más nada, el resto de sus días lo encontrarían resignado y lamentándose por su ceguera en esos años.

El atardecer ya comienza más temprano a esta altura del año en Trevelín; el sol lentamente empieza a hacer mutis por el foro detrás de ese pico que tanto ama. Ella observa extasiada a través del ventanal de su humilde casita en donde ha vivido todos estos años con la única compañía de tres gatos y sus recuerdos, el espectáculo que la naturaleza le ofrece día a día gratuitamente y piensa en él. Una mezcla de amor y odio le inunda el alma, esa combinación que suele traer aparejada todo amor no correspondido. Y también una inmensa calma por lo hecho, una pequeña o gran venganza, nunca lo sabrá a ciencia cierta.
No le costó demasiado  convencer al detective de su plan, en cualquier profesión, aún en las menos pensadas se encuentran personas sensibles y en este caso, luego de ella descubrir qué hacía ese desconocido recabando datos sobre su persona en el pueblo y contarle quién era ese amado hijo de puta que lo había contratado fue cuestión de unos días fraguar una convincente historia de felicidad entre ambos.
 Y no le cobró ni un solo peso por el servicio.

Elaborado para La Cuentoteca

martes, 15 de noviembre de 2011

Sobre sapos y princesas- Miguel Dorelo


Sobre sapos y princesas– Miguel Dorelo

— ¡Sapito, sapito, ven acércate, no tengas miedo; te daré un beso en la boca y te convertirás en un bello y galante príncipe! —Llamaba la voluptuosa Princesa contoneándose de aquí para allá.
— ¡No le hagas caso, no le hagas caso! —Se escucharon varias voces desde la charca —La zoofílica esta ya nos hizo el mismo verso a todos y acá estamos, igualitos a como éramos.

Basado en un relato de Daniel Frini

Elaborado para La Cuentoteca

lunes, 24 de octubre de 2011

Salvation- Miguel Dorelo



Salvation- Miguel Dorelo

—Cincuenta años; toda una vida, como dicen acá —murmuró el anciano ubicándose frente al monitor. —Pero llegó el día: ya no voy a tener que soportarlos más ¡Raza maldita! ¡Se creen los reyes de la creación!

El plan había funcionado a la perfección, todo ese tiempo estudiándolos constantemente, leyendo miles de libros de todo tipo con el solo fin de la aniquilación total de la Tierra y sus habitantes.
Habían logrado ubicarlo en el lugar ideal y contaba con las condiciones adecuadas: la Biblioteca Nacional con sus cientos de miles de ejemplares más la extraordinaria capacidad de su raza para decodificar y así tratar de encontrar la punta del ovillo que diera comienzo al real apocalipsis de los terráqueos, sabiendo que estaba entre esos millones de palabras volcadas por escritores de toda laya y condición a través de siglos. Paradojalmente, el haber comenzado lógicamente por el libro sagrado del cristianismo solo le había hecho perder lastimosamente su valioso tiempo: puras paparruchadas sin sentido.
Una tarea ciclópea que le había llevado la dedicación casi completa de esos 18.250 días desde su arribo al planeta, solo con los pequeños interludios necesarios para simular su condición y no despertar sospechas sobre su real misión. A todos los habitantes de su añorado mundo casi no les era necesario ni el descanso ni la alimentación en la forma que era aquí común y corriente. Había sido elegido por la superioridad por su excepcional, aún entre sus pares, capacidad mental para ocasionar una interrelación neuronal en ambas direcciones, al contrario de la capacidad unidireccional del cerebro humano.

La clave de todo, la revelación final, como suele suceder en muchos casos y en todos los ámbitos, le fue revelada en forma casual; aún en alguien como él, al agobio de una tarea pesada y rutinaria tarde o temprano se le hace necesario un momento de distención, un recreo. Solía utilizar como medio de escape la lectura de ese género menor que los humanos llamaban “historieta” y ese atardecer se había decidido por una en especial que, le molestaba admitirlo, le agradaba sobremanera: las aventuras de un personaje fantástico, mezcla de soñador y aventurero, constantemente enredado en historias inverosímiles en lugares exóticos con mujeres muy especiales y amigos y enemigos fácilmente confundibles llamado Corto Maltes. En una de sus viñetas, a mitad de camino de la resolución del misterio de “La Casa Dorada de Samarcanda”, encendió la alarma una frase muy especial que evidentemente había sido puesta allí por su autor con el solo fin de ser descubierta por la persona, en el lugar y el tiempo adecuados. Él era todo eso y más.

En minutos todo estaría resuelto en forma satisfactoria, solo debía cargar las coordenadas adecuadas y las palabras claves; luego, valiéndose de ese rudimentario aunque suficiente dispositivo humano que algunos llamaban ordenador y otros computadora, enviaría la señal hacia su planeta y en pocos segundos ellos se encargarían de borrar de la faz del universo a la Tierra entera, incluida su propia existencia. Ni por un segundo dudaría en inmolarse por tan loable fin, ya que era la única oportunidad quizás en muchos siglos de cumplimentar la misión: no había resultado fácil su traslado hasta este rincón perdido del espacio sideral.

Los imponderables, el destino, la intervención divina, ¿Quién sabe? Justo un segundo antes de que el dedo índice de la mano derecha del alienígena ejerciera la justa presión sobre la tecla intro, un ejemplar de “Rimas” de Gustavo Adolfo Becquer mal acomodado por él mismo en un estante superior, dio de lleno en su cabeza, con tanta mala o buena suerte que lo golpeó de lleno justo en el hemisferio derecho, la parte sumamente frágil que tenían en el cráneo los miembros de su raza, produciéndole la muerte en forma instantánea.
Finalmente se había hecho realidad aquello que todo poeta o poetisa que se precie había anunciado hasta el hartazgo: “la poesía salvará al mundo”.

 Elaborado para La Cuentoteca
The Cranberries celebra

domingo, 16 de octubre de 2011

Matarla- Miguel Dorelo


Matarla- Miguel Dorelo

Esa mañana se levantó con la decisión tomada: la mataría.

No había pegado un ojo en toda la noche, yendo y viniendo entre la habitación y la cocina. Litros de café habían colaborado malamente en acentuar aquél insomnio que lo acosaba desde hacía varias semanas. Su salud se resentía cada vez más aceleradamente y en uno de los pocos momentos de lucidez que se colaban entre sus desquiciados pensamientos, comprendió que no podría continuar de esa forma por más tiempo.
Tanto la había amado como ahora la odiaba; aunque había momentos en que no llegaba a discernir uno y otro sentimiento.

Volvió a abrir todos y cada unos de los mails intercambiados, visitó su blog y su muro de Facebook; releyó sus últimas subidas a Twitter y se quedó varias horas observando su fotolog.
No me quedan alternativas, concluyó. Solo su muerte aliviaría en algo todo ese dolor que ahora sentía.

Se habían conocido casi de casualidad por un comentario de ella en el Facebook durante un intercambio no demasiado serio sobre un tema aún más nimio; un “me gusta” en uno en especial y el consiguiente “pedido de amistad” rápidamente aceptado. Ir de inmediato a su perfil y mirar antes que nada las fotos: no estaba para ganar un concurso de belleza, pero tenía algo que lo atrajo de inmediato, aunque en “información” no había demasiadas coincidencias en gustos musicales, autores preferidos ni películas favoritas.
Comenzaron con un par de mensajes privados, intercambio de mails y luego a chatear varias veces al día. Acentuaron las coincidencias y fueron raleando todo comentario sobre lo que los diferenciara. Finalmente, se enamoraron.
Todo lo que sube, baja, todo lo que empieza, termina. Filosofía barata de café pero no menos cierta y aplicable aún, y sobre todo, en las relaciones amorosas. Cuando algo ya no tiene razón de ser lo mejor es terminarlo a tiempo, guardar el mejor recuerdo posible y continuar el camino. El problema se plantea cuando el final es establecido por una sola de las partes. Un día, ella no se conectó; otro, rechazó un pedido de “charla” en el Messenger aduciendo que justo estaba saliendo de mi casa. Algo estaba mal. Tres días después, y luego de infinidad de mails mandados por él, llegó la escueta respuesta de ella: necesito tomarme un tiempo para pensar.

Varios meses con infinidad de intentos infructuosos siempre rechazados por ella hasta llegar a la fatídica noche en que leyó en su muro “Juana cambió su situación sentimental a tiene una relación”; fue rápidamente a su perfil y leyó un nombre que no conocía adosado al de su amada.

Luego el insomnio, el café, la angustia, más café, los malos pensamientos, la mañana y la decisión final.
Se levantó de la cama, se duchó, tomó unos mates y extrañamente en calma salió de su casa; entre sus ropas llevaba un cuchillo, el más afilado que tenía, el de los asados de los viernes con la barra de amigos; comenzó a caminar hasta el garaje en donde guardaba su auto. Subió en él y partió hacia la casa de ella. En el peaje preguntó cuál era el camino más corto hasta su destino, la ansiedad lo estaba matando y solo deseaba poner el punto final y definitivo a toda esta historia.

Durante todo el trayecto se preguntó cómo sería ella en persona, que tono de voz tendría y si en verdad sus ojos eran tan hermosos como los de su fotografía favorita, esa que había impreso antes de salir y ahora lo observaba desde el tablero de su automóvil.

Elaborado para La Cuentoteca

lunes, 26 de septiembre de 2011

Historia que no será- Miguel Dorelo


Historia que no será- Miguel Dorelo

Se conocieron embarcando en first class en Niza, o en alguna recepción de esas reservadas para unos pocos a los que ambos solían concurrir. Casi inmediatamente congeniaron; ella quedó gratamente impresionada con su cuidadoso look casual, sus jeans rasgados personalmente por aquél diseñador tan de moda últimamente y ese aire de saber qué se quiere y cómo hacer para conseguirlo que tanto le atraían de un hombre.A él no pudo menos que llamarle la atención su elegancia, resaltada soberbiamente en la manera de observar sus alrededores, descartando lo superfluo con una mirada altiva digna de una reina. Un intercambio rápido de saludos, usurpada frase ingeniosa de él, contestación adecuada de ella y una historia que comienza…
O debería haber comenzado, a no ser por el hastío que al autor de este relato le causa esta clase de personas.

Otra vez será.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Están llegando- Miguel Dorelo


Están llegando- Miguel Dorelo

—Ya estamos llegando.
Nunca pensé que esas simples palabras despertarían tal terror en mi cada vez más amenazada existencia.
Ayer, sentado ante el teclado de  la computadora, tuve una pequeña hemorragia nasal y el dolor de cabeza sigue siendo constante. Están alcanzándome y no sé ya que hacer; la próxima etapa será la de resignarme y abandonar esta lucha que solo me está sirviendo para prolongar mi agonía.
Como suele suceder, me tomé en broma los primeros avisos ¿Quién querría desear mi muerte? Solo soy  “un laburante que le da por escribir”, según mi auto-definición, que no cree haberle hecho demasiado mal a nadie como para generar el rencor suficiente que se necesitaría para un hecho tan trascendente como es el hacer pasar al otro lado contra su voluntad a persona alguna.
Después de las siguientes amenazas, y sobre todo cuando dieron a conocer sus supuestas identidades, pensé que solo se trataba de un delirio provocado por el estrés al que he estado sometido en los últimos meses. Me prometí no andar tan a los apurones y por unos días me olvidé del asunto. Ahí fue cuando empezaron los primeros indicios de que había algo más que simples disfunciones neuronales provocadas por el cansancio.
Una  mañana, al revisar mi correo me encontré con mail que se repetía cientos de veces:
“Nos has tratado muy mal y seguís haciéndolo, pero no será por mucho tiempo más”. El destinatario era claramente yo, pero en el remitente aparecía el famoso “Unknown” que hasta ese día había creído que solo podía venir en la casilla de “asunto”. Con mi habitual optimismo supuse que se trataba de una nueva forma de spam capaz de sortear los filtros de Hotmail y traté de concentrarme en el nuevo poema que estaba tratando de dedicarle a ella.
En las siguientes  etapas  no solo se contentaron con los cada vez más reiterados ataques a mi ya vapuleada psiquis; fue cuando los dolores de cabezas se hicieron más agudos y constantes, se me empezaron a acalambrar las piernas y a sentir cada tanto fuertes puntadas en el pecho. Me empecé a asustar.
—Seguí haciéndolo, disfrutálo. Son tus últimas veces, maldito hijo de puta.
Esta madrugada desperté sobresaltado y empapado en sudor. Tengo la pc en mi dormitorio y estoy completamente seguro que antes de irme a dormir la había apagado  después de terminar un cuento bastante crudo sobre la influencia del paso del tiempo en algunas mujeres y las repercusiones en sus vidas sentimentales y sociales. Recuerdo perfectamente que mientras redondeaba la idea sonaba de fondo “Everybody nows” de Leonard Cohen y terminaron al unísono canción y resolución del relato. Apagué, corté el paso eléctrico del regulador de tensión al que está conectada la computadora y me fui a dormir. Sin embargo, el maldito aparato estaba  encendido y  la frase se repetía una y otra vez en un in-crescendo insoportable que me alteró como nada nunca antes.”Seguí haciéndolo, disfrutálo. Son tus últimas veces, maldito hijo de puta”- Seguí,hijo de puta, disfrutálo, últimas, últimas, últimas…

El día se termina y quizás no sea lo único que así lo haga; hace un par de horas que el “ya estamos llegando” se repite en distintos tonos a través de los parlantes, intenté todo y no hubo forma de hacerlas callar, si, digo bien, hacerlas; junto al mensaje aparecen y desaparecen en la pantalla del monitor cientos de rostros femeninos repitiendo la cantinela no sin antes darse a conocer: Soy María y ya estamos llegando, soy Paula y ya estamos llegando, soy Carla y ya estamos llegando, somos todas y ya estamos llegando…

Estas, quizás mis últimas palabras, quiero dedicárselas a mis compañeros y compañeras del Grupo Literario Heliconia que en los últimamente me preguntaron el por qué de la interrupción en mi habitual flujo constante de relatos, también a los lectores de mi blog quizás extrañados por la poca actualización del mismo, les quiero decir que se debió a un último intento por salvar mi vida, supuse que dejando de escribir por un tiempo, ellas, mis personajes femeninos, se olvidarían o al menos comprenderían que jamás estuvo en mi ánimo tratarlas en forma solapadamente machista rozando en lo misógino.

Algo está asomándose y  comienza a salir a través de la cpu, creo que mi arrepentimiento y mis disculpas llegan demasiado tarde.

domingo, 28 de agosto de 2011

Variantes Serratianas 3- Ella es muy especial



Ella es muy especial- Miguel Dorelo

Te voy a ser sincero: a mí la mina me gustó de entrada, por eso empecé a pasar todos los días para verla luciendo esa sonrisa en esa boquita primorosa e incitante y esos ojazos azules como jamás había visto.
Coqueta como ninguna, siempre bien cambiadita y como recién bañada. Una pinturita.
Y si, me enamoré casi sin darme cuenta. Pasaba a verla a cualquier hora, por suerte ella siempre estaba ahí, como esperándome, como queriendo decirme algo y que no se animaba.
Y claro, un día no aguanté más, un hombre que se precie de serlo debe hacer lo que se debe, sobre todo en estas cuestiones; si te gusta una mina debés hacer hasta lo imposible para poder curtírtela. Lo hice a lo bruto, de una, sin vuelta atrás ni tiempo para arrepentimientos; le di con un adoquín a la vidriera, la manoteé de donde pude y corrí, corrí, corrí con ella hasta mi bulín.

No me costó mucho activarla, el programita que me vendió  el loco “Craker” funcionó al toque, hasta deja inutilizable el sistema de localización incorporado  con el que vienen. Guita bien invertida.
Un avión la mina, es de la nueva camada P-39, servo- censores en todos los lugres estratégicos, lubricación automática y termostato totalmente configurable. ¿La piel? Mejor que la de las originales, ni un poquito de celulitis, che. La estoy encendiendo todas las noches desde hace dos meses y te aseguro que no me puedo quejar de sus servicios, todo lo contrario. Lástima que sean tan caras y a los tipos como nosotros no nos quede otra que afanarlas.

Y es mucho mejor que una de esas muñecas de Abril que tanto me dañaron; cuando termino, la desconecto y me fumo un pucho tranquilito sin que me rompa las bolas.
Soy feliz.

domingo, 21 de agosto de 2011

Variantes Serratianas 2- Y un buen día su mente hizo un clic- Miguel Dorelo



Y un buen día, su mente hizo un clic.- Miguel Dorelo

— ¡Coño! ¡Que es una idea genial! —exclamó esa mañana que la encontraba, como tantas otras veces, sentada en medio de aquella estación de trenes de los suburbios barcelonenses esperando un improbable regreso de aquél que seguramente no lo merecía. Se levantó presurosa, recogió su bolso, algo ajado y de piel marrón, el abanico que siempre la acompañaba  y esa misma mañana, presurosa se dirigió hasta las oficinas del periódico principal de la ciudad.
A la mañana siguiente, muy temprano, el aviso publicado comenzaba a cumplir su cometido: desde el fondo del andén, el primer caminante volvía. Se acomodó su vestido de domingo recién comprado, dar una buena primera impresión era fundamental, intercambiaron un par de palabras, las suficientes y necesarias; luego partieron juntos sin decir más nada.

Fue el primero de una larga y provechosa lista. Al final de cada jornada, Penélope regresa a su recientemente adquirida morada de dos plantas en barrio Barceloneta, con un amplio jardín en que se destacan dos bellos y enormes sauces. En menos de seis meses su clientela se ha incrementado exponencialmente así como su tarifa. Es que nadie puede resistirse a actuar esta hermosa historia de amor por el módico precio de 300 euros, incluidos vestuarios adecuados para ambos, auténtico banco de pino verde y grabación estereofónica del pitido de tren silbando a lo lejos.
—Eso sí, con los zapatitos de tacón puestos son 50 euros extras —suele aclararles a sus pretendidos amores regresados.

martes, 16 de agosto de 2011

Variantes Serratianas 1- El andén, los hombres y Penélope


El andén, los hombres y Penélope- Miguel Dorelo


Ella, como todos los días desde hace ya varios años, espera sentada en aquél banco ubicado en mitad del andén de aquella estación ferroviaria.
Ella, como en todas sus jornadas de no hace tanto tiempo, menea su abanico hasta que ve aparecer a su amado caminando hasta donde se encuentra, luminosas de repente su mirada y su sonrisa. Recoge su bolso de piel marrón y ambos, juntos, el caminante y ella, emprenden el camino que los llevará a la casa, el cuarto y la cama que propiciará el tan ansiado encuentro.

Ella, sabe lo que ellos quizás sepan que sabe o quizás no; que en realidad desde hace  no sabe bien cuanto tiempo a uno de ellos se le ocurrió aprovechar la ocasión de sexo gratis con una mujer aún joven y hermosa algo desquiciada.
Ella, en cierta forma, ya no espera.
—Sola, nunca más —susurra muy bajito.
 Él, por fin ha regresado.

lunes, 18 de julio de 2011

Abducido- Miguel Dorelo


Abducido- Miguel Dorelo

No voy a negar que  casi me cagué encima del susto. Ponéte en mi lugar: que en medio de un cruce de caminos en una noche sin luna se te pare el auto que hasta ese preciso instante venía andando de maravillas y encima luego de haber  recorrido los últimos cien kilómetros de esa ruta provincial secundaria sin cruzarme sin siquiera con el más puto automóvil, camión, moto o lo que sea que ande en dos o cuatro ruedas no es una experiencia muy agradable que digamos. Y si, como ya te habrás imaginado, encima una potente luz se derramó sobre mi vehículo y me dejó paralizado por completo.
Ahí estaba, en medio de la nada, más duro que una roca de las duras, cuando de la nave… ¿Te dije que la luz salía de una nave? Bueno, había una nave espacial suspendida a unos tres o veinte metros, nunca supe calcular bien las distancias, flotando, paradita en el mismo lugar como si fuese un helicóptero pero sin las aspas esas de los helicópteros…ni la forma tampoco. No, no hacía ruido, solo un zumbido, cualquiera sabe que las naves extraterrestres solo  zumban un poquito. Prosigo: estaba ahí, sin poder moverme, como cuando la Pochi me dijo que estaba embarazada y se lo iba a contar a mi mujer, cuando se me acercaron tres tipos, pero con poca facha de tipos, más bien se parecían a unos de esos hipocampos, si, los caballitos de mar que les dicen, pero como de tres metros de altura y con brazos. No, los hipocampos no tienen. Brazos, no tienen. ¿Nunca viste uno, carajo? ¿No? Bueno, vos créeme, no tienen brazos. La cosa fue que ahí no más los cosos estos, los extraterrestres me abdujeron. Quiere decir que me llevaron a la nave, no cazás una vos. No, no por medio de una luz vertical que ascendía hasta la nave, por  medio de la telepatía me  explicaron que se les había roto no se qué y que los disculpara pero que tendría que subir por las escaleras. Por el cansancio que me comí, eran veinte los metros, me parece.

De adentro de la nave y lo que me hicieron no me acuerdo casi nada, solo me enteré que habían pasado tantos días cuando volvieron a dejarme en el mismo lugar y que me sentía extrañamente muy relajado, se ve que me habrán inyectado alguna droga muy avanzada que la humanidad solo descubrirá dentro de muchos años. Unos capos los extraterrestres. Si, el auto estaba ahí, no te dije que no pasa nadie por esa ruta. Arrancó al toque. Lo primero que hice fue venir a verte y contarte.
Ahora me voy para casa, porque la bruja de mi mujer capáz que hace la denuncia por abandono de hogar, que no estaría mal, vos sabés que te amo y que lo que más quiero es estar para siempre con vos, pero no voy a poder ver a los pibes. Te prometo que todo esto que me pasó lo vamos saber aprovechar para afianzar lo nuestro. No, no seas boluda, te dije que ni en pedo me iría de vacaciones con ella, todo es una coincidencia.
Ah, me olvidaba, antes de liberarme los hipocampos me dijeron que aún no terminaron de estudiarme y que en cualquier momento volvían por mí. No, no me dieron fecha, pero date por enterada: si en algún momento te extrañás porque no aparezco por acá ya sabés en donde estoy.
No, tontita, no llores, no pienso abandonarte; solo no nos veremos tan seguido.
Te amo.

Elaborado para La Cuentoteca

miércoles, 29 de junio de 2011

Hacer lo correcto- Miguel Dorelo

                                                                Dos Parejas- Xul Solar

Hacer lo correcto- Miguel Dorelo

Ana y Sebastián son pareja desde hace tres años, siete meses y cuatro días; claro que semejante precisión solo es conocida por Ana, ellas siempre gustan de estas cosas de fechas precisas, de cumpleaños y recordatorios de toda laya. Sebastián en cambio sabe que hace ya un buen tiempo, hace como tres años más o menos, Ana es su compañera de andar por la vida.
Un poco parecido a lo de Joaquín con Paula, con casi dos años de noviazgo, días más, días menos.
A lo mejor el destino, o quizá el tener inquietudes parecidas, hizo que los cuatro se conocieran una noche en aquella presentación del libro de un amigo en común y que rápidamente congeniaran.
Empezaron por salir los cuatro a casi todos lados, por lo general reuniones a casa de conocidos, alguna obra de teatro o esos recitales en pequeños lugares que tanto disfrutaban.
Los días pasaron, al igual que los meses; la amistad surgida en las dos parejas se fue acrecentando y afianzando de tal manera que realizaban casi toda actividad juntos. Se llevaban realmente bien, se sentían a gusto, se extrañaban cuando pasaban algunos días sin encontrarse.

Puede haber sido aquella noche en casa de Joaquín cuando comenzó todo, en el preciso momento en que Paula, como buena anfitriona, fue hasta la cocina a buscar más vino y Sebastián se ofreció a ir con ella con un si vos no llegás hasta donde están las botellas, enana y el roce de sus manos cuando él le alcanzaba un par de las que ella le indicó fue igual a muchos otros que siempre habían tenido pero sin embargo…
Pasó una semana. Ese viernes Joaquín llamó a Sebastián para invitarlos a la inauguración de una nueva galería de arte en San Telmo. Sebastián trató de negarse pero sus excusas fueron demasiado débiles y comprendiendo que no sabría que decirle a Ana cuando se enterara decidió finalmente decir que si, que irían.
Esta vez fue una mirada de esas directas a los ojos, inequívocas, de las que no hace falta comentar más nada, esas que todo lo dicen y que no hay forma de olvidarlas luego, ahí, delante de ese cuadro en que ambos coincidieron en que era el más lindo en su sencillez y en el que el artista había logrado captar toda esa esencia otoñal en los tonos ocres y marrones de aquél grupo de hojas de árbol amontonadas junto al cordón de la vereda.
Esa noche, luego de salir del la galería, adujo un fuerte dolor de cabeza como excusa para no ir de tragos y luego de dejar a Ana en la puerta de su casa huyó a su departamento. Solo, sentado en su sillón del living, encendió un cigarrillo y no pudo evitar recordar los ojos, la mirada de Paula. Se durmió muy tarde sintiendo un enojo que no pudo apaciguar.
Paula esa noche lloró; despacio, con lágrimas que con seguridad le salían de sus lagrimales pero también desde algún otro lugar de su cuerpo que ignoraba, aunque intuía muy profundo. Nunca antes había llorado de esa manera. Pensó en Joaquín, pensó en Sebastián y también pensó en Ana.
Lo que deba ser, será. Y lo que debe ser, es. Un miércoles de Septiembre, podría haber sido un viernes de Octubre o cualquier otro día de la semana de cualquier mes, pero fue un miércoles y de Septiembre el que eligió Sebastián para salir a caminar sin destino fijo, aunque en realidad esto no es cierto, no le podemos achacar a la casualidad que sus pasos lo llevaran inexorablemente al barrio primero, a la calle luego y finalmente a la casa de Paula justo a esa hora de la tarde en que bien sabía que estaría sola, que Joaquín todos los miércoles tomaba clases de teatro y era uno de los pocos días en que no se veía con su amada novia.
Se besaron apenas Paula abrió la puerta, sin decirse nada. Ya en el living, no pudieron controlar sus manos ni soportar sus ropas.
No quedó muy claro si fue ella o él, quizá ambos a la vez, pero se escuchó un no podemos hacerles esto.
Y Sebastián se aguantó las ganas de besarle hasta el último rincón y Paula hizo el esfuerzo necesario para no comérselo a besos. Después, hablaron; de que seguramente estaban confundidos, de que el salir siempre juntos, de las coincidencias entre ellos, y de Ana y de Joaquín, que no se merecen esto  y ya entre risas un me parece que es solo calentura.
Ambos decidieron, finalmente, hacer lo correcto.

—Un año, hoy cumplimos un año, hermosa— Dijo Joaquín.
— ¡Parece mentira, un año ya, es cierto! —Respondió Ana mientras terminaba de vestirse.
—Hasta el miércoles que viene —dijeron ambos.

Elaborado para La Cuentoteca

viernes, 17 de junio de 2011

Gato esperando- Miguel Dorelo


 Gato esperando- Miguel Dorelo

Sentado en el borde del tejado, el gato espera.
Especular sobre sus intenciones es en vano y completamente inútil; sé perfectamente que es lo que busca, es un gato, está en su naturaleza felina y aunque quisiera, que no lo quiere, nada podría hacer por evitarlo.
De no saber lo que sé, hasta se podría suponer que solo toma un baño de sol. Pero no lo hace, lo sé aunque él ni siquiera sospeche de mi seguridad con respecto a sus intenciones. Y espera. Con paciencia de gato, agazapado, espera.
Podría usar lo que sé sobre la naturaleza de su raza en provecho propio, pero no lo haré.
No lo haré, simplemente porque no quiero hacerlo.
O porque estoy cansado un poco de todo; o vaya  a saber por qué alguna otra extraña cosa que no tengo ganas ni tiempo de describir.

Debo reconocer mi admiración por su paciencia; el sol desentendido de nosotros dos y lo que nos rodea  ya casi ni se preocupa por iluminar la escena y él sigue firme, sin mover un músculo, esperando el momento justo.

Ya no tiene caso posponer indefinidamente la cuestión: me acerco de a poco hasta su posición, tratando de jugar un poco con él y su ansiedad.
Atacará creyendo ser el perfecto cazador, clavará sus garras, sus dientes rasgarán mi carne sin que en ningún momento intente utilizar mis alas para escapar.

Jamás sospechará su papel de liberador verdugo, instrumento utilizado en mi afán de ya no querer ser.

Elaborado para La Cuentoteca

lunes, 13 de junio de 2011

Ella, yo y su cuarto- Miguel Dorelo


Ella, yo y su cuarto- Miguel Dorelo

El amor lo es todo.
Amar a una mujer y que ella te corresponda es algo difícil de superar.
Bajo estas condiciones todo está bien, la felicidad puede  resultar casi infinita.
O por lo menos debería ser así.
Lástima que a veces no todo es tan ideal como aparenta serlo.

La primera vez que la vi supe que Ella tenía ese algo que sin saber andaba buscando en todas las anteriores; no crean que era una especie de escultural belleza ni nada por el estilo, no; sin ir más lejos, no tenía ni por asomo el culo de Sandrita y ni que hablar del par de tetas de Carolina. Sus ojos eran de un marrón de lo más común, nada que ver con el azul intenso, casi violeta de los ojos de María y su boca, aunque un poco grande como a mi me gustan, tampoco alcanzaba a transmitir la voluptuosidad de los carnosos y enormes labios de Marcela.
Pero, ninguna de ellas, ni aún juntándolas en una sola, se aproximaba siquiera a un pobre remedo de su personalidad.
La actitud. Supongo que era eso la que hacía que mis ojos la vieran de una forma como jamás antes habían ni siquiera vislumbrado a una mujer.
Ella fue la responsable de cambiar mi casi ancestral creencia de que el amor a primera vista era un cliché de pseudo poetas cursis o señoras grandes adictas a telenovelas colombianas de media tarde con maridos poco cumplidores.

Todo sucedió muy rápido, ahora me doy cuenta del error que esto supuso. El amor ciega; o por lo menos nos nubla la visión y el entendimiento. Nos comimos la fruta sin esperar a que madurara y así nos fue.
Ojo, no supongan que Ella es lo que en ese denigrante léxico machista se denomina una “chica fácil”, nada de eso; si a las pocas horas de conocernos Ella me invitó a conocer su casa y más precisamente su cuarto es porque ambos sentíamos que en realidad ese corto lapso de tiempo era el suficiente como para concretar lo que ya en nuestras mentes y corazones era ineludible.
El comienzo del fin. Jamás debí haber puesto ni siquiera un pié en esa habitación. Aún hoy, cuando recuerdo lo que allí vi, me estremezco y termino derramando alguna lágrima por todo aquello que pudo haber sido y que quedó en la nada.
Recuerdo hasta el más mínimo detalle de aquella infausta noche que paradójicamente comenzó como si de un sueño se tratase.
Comenzamos a besarnos apenas traspusimos la puerta de entrada de su casa. Su boca y mi boca fueron una sola cosa pero mejor. No digo que tenía una piel tersa, ni sedosa, su piel era solo piel, pero era justo la adecuada a ese instante y ese lugar.
Nos desvestimos apresuradamente, aún guardo el jean que llevaba esa noche con el cierre roto en la ocasión como recuerdo, ella dejó deslizar su vestido hasta el piso y tuvo mi entusiasta colaboración al despojarla de su hermosísima tanga negra. Estaba depilada hasta el punto exacto aconsejable.
A la tenue luz que se filtraba por la persiana semi cerrada comenzamos a coger (quizás aquí debería haber puesto algún otro término más sutil y romántico, pero estoy en un día de extrema sinceridad). Todo marchaba muy bien, pero justo en el instante que ella me dio vuelta y se ubicó encima, la luz de los faros de un automóvil que pasaba por la calle dio de lleno en la pared, justo donde en esos momentos mis desorbitados ojos se posaban.
Fue tal el horror, o mejor dicho el desencanto, que solo pude salvar la situación y conservar mi erección gracias a que vinieron en mi ayuda todos estos últimos años de militancia en el sexo tántrico. No sin esfuerzo pude concluir medianamente con mi faena fingiendo un orgasmo lo mejor posible, pero sé que Ella no se lo creyó.

Temprano en la mañana puse una excusa que ya ni recuerdo y apenas tuve la oportunidad me marché.
Jamás la he vuelto a ver, ni la he llamado. No creo que alguna vez haga algo para acercarme a ella, uno se da cuenta que hay cosas contra las que no hay maneras de luchar. Eso en su pared siempre sería un escollo insalvable por más amor que le tuviera.
La amé como nunca antes amé, pero solo con el amor no alcanza; un hombre no puede ni debe dejar de lado sus convicciones más íntimas ni siquiera en nombre del más sublime de los sentimientos.
Ahora me doy cuenta que deberíamos habernos conocido más antes de intimar y así hubiésemos evitado ese tan desgraciado suceso que terminó por estropearlo todo.

Ella era casi perfecta; de no ser por ese maldito poster de Ricardo Arjona en su cuarto, quizás hoy sería la madre de mis hijos.

Elaborado para La Cuentoeca

miércoles, 8 de junio de 2011

El día después de mañana- Miguel Dorelo


El día después de mañana- Miguel Dorelo

Carlos la encandiló con su charla al principio, la sedujo con sus lindos ojos luego y terminó de conquistarla esa primera noche en su casa y en su cama. Idílica relación sin fisuras, anillo al dedo, complemento perfecto de sus sueños más soñados, el hombre esperado y esperable. Amanda supo en esos días que no se podía ser más feliz.
Disfrutaba todas y cada unas de sus salidas, él sabía complacer a una dama, le abría y cerraba la puerta del coche, arrimaba su silla en el restaurant, jamás se olvidaba de preguntarle como andaba apenas se encontraban.
Y finalizar cada velada en el departamento de él o la casa de ella, un buen vino, alguna película consensuada y después, siempre, absolutamente siempre, un derroche de caricias sin guardarse nada para más tarde.
Horas deliciosas, días de ensoñación, meses de felicidades inauditas.
Y, claro, el desgaste que trae aparejada la rutina, aún la más deliciosa.
No siempre es así, por supuesto, hay amores que perduran y se consolidan aún atenuados por el paso del tiempo y la pasión se convierte poco a poco en ternura, que no es igual pero que alcanza. Pero, para que esto suceda hacen falta dos voluntades parejas y lamentablemente este no es el caso; Amanda amaba a Carlos las veinticuatro horas del día, en cambio Carlos…
Y un día, simplemente, él le dijo esto ya no va, hasta aquí llegamos, es lo mejor para ambos.
Verdad o mentira a medias, escudada en el patético egoísmo del que dejó de amar: era lo mejor para él y el fin del mundo para ella.

Al principio intentó reconquistarlo en vano, pero poco tiempo después él volvió a estar en pareja con una chica bastante más joven que ella. Lloró mucho y luego volvió a llorar. Después, ya no tuvo más lágrimas y fue peor, buscó alegrías que resultaron falsas en cuerpos ocasionales una y otra vez, pero ya no pudo volver a derramar lágrima alguna.
Se fue vaciando de a poco, casi sin darse cuenta; sin proponérselo se fue convirtiendo en una cáscara vacía, hueca y seca. Justo ella, tan fruto jugoso y fragante hasta hacía casi nada.
Ya no era una pendeja, es cierto, pero tampoco tan mayor como para alcanzar semejante deterioro. Hacía ya casi dos años que odiaba los espejos: al grande de su habitación lo tapó con aquella manta que ya no usaba.
Y todo por culpa de ese reverendísimo hijo de puta, se dijo por centésima vez sabiendo que se estaba mintiendo, que mucho de la culpa probablemente fuese suya, aún sin quererlo, sospechando sobre su nula capacidad de retención  de lo amado.
Amar así siempre trae consecuencias, la puta madre: ¿Por qué mierda no lo pensé antes?

Después, mucho después, demasiado después, comenzó de a poco a resignarse, adoptó el mejor sola que mal acompañada y trató de llenar sus días con actividades de todo tipo que solamente la ayudaban a acortarlos.

Nunca supo bien por qué, tal vez un poema leído en sus cada vez más largas noches, o la estrofa de una canción escuchada en el estéreo de su auto camino hacia su trabajo, pero un buen día, uno de esos que deberían ser obligatorios, se acostó tranquila y esa gloriosa mañana se levantó distinta, se metió en el baño, llenó la bañera, usó por  fin esas sales que en lejanos y mejores tiempos había comprado. Sumergida en el agua tibia, remembranza de vientres y mejores tiempos  gritó  bien fuerte ¡No me merecías, desgraciado! y volvió a nacer.

Elaborado para La Cuentoteca

domingo, 29 de mayo de 2011

Más de un millón de veces- Miguel Dorelo


Más de un millón de veces- Miguel Dorelo

Un millón de veces, o quizás más aún, no había forma alguna de saberlo a ciencia cierta.
Y sin embargo, siempre era como la primera. Y también como la última.
Esa primera vez.
Ella lucía espléndida, al principio de los tiempos, al comienzo del todo. Toda luz, energía pura y radiante, bien podría decirse que lo encandiló. Aunque en realidad no es esta la forma correcta de describir la situación. Ninguno de los dos “eran”, en el cabal sentido del término; bien podría catalogárselos como dos entes aún casi indescriptibles, cúmulos de energías que no alcanzaban a “ser” en el sentido más estricto de lo que esto significa.  Pero, era evidente la conexión entre ellos, su interrelación, la dependencia ejercida desde el uno hacia el otro y viceversa. Retroalimentación  era la palabra que mejor describía a lo que estaban predestinados, el uno con el otro, individualidades que juntas formaban mucho más que la suma de ambos.
Un millón de re-encuentros conllevan irremediablemente casi la misma cantidad de separaciones, el eterno sino que los acompañaría por siempre.
Cientos de miles de lugares y la misma cantidad de “contenedores” para un único y sublime contenido.

Más temprano que tarde, todo ese flujo energético necesitó de un catalizador y lo halló en ese pequeño planeta que giraba junto con sus siete satélites alrededor de aquella estrella de un azul intenso, tanto como lo era ese sentimiento potenciado que se generó luego de asentarse en ese par de cuerpos casi translucidos y con los que por primera vez experimentaron un acercamiento tal como nunca antes habían sentido.
Y vino el primer final: la dolorosa comprensión de lo pasajero, el darse cuenta que todo lo atado a lo material es limitado, pero que esa misma limitación es la que potencia. El ser huéspedes de sus primeros cuerpos materiales les trajo el descubrimiento de sensaciones nuevas, esas que con el correr de los años catalogarían como caricias, besos y miradas fuese cual fuese el idioma empleado, todas y cada una de ellas imprescindibles, partícipes necesarias del camino a recorrer.
Y siguieron nuevos lugares y nuevas formas; nuevos cuerpos, nuevas pieles y texturas, caricias de seis brazos y de ninguno, besos de enormes bocas y de pequeñisimos labios color ámbar; búsqueda incesante de definitividades que siempre resultaban pasajeras, recorriendo mundos y galaxias, reconociéndose, pero también encontrándose y perdiéndose una y otra vez.

Todo lo que alguna vez empieza, debe terminar: casi una ley universal; y tal vez esta historia concluya hoy y aquí, quién sabe. El tercer planeta girando alrededor de un pequeño sol amarillento. Podría haber sido en cualquier otro lugar, es cierto, pero por algún motivo incomprensible, es aquí y ahora. No es un gran lugar ni el más hermoso que hayan visitado, está inconvenientemente muy poblado y el sonido ambiente es más bien insoportable, pero en compensación volverán a encontrarse por enésima vez y es lo único que importa.
Dos cuerpos basados en el carbono quizás no sean lo suficientemente perfectos, han utilizado otros mucho más convenientes con los cuales han alcanzado un nivel de gozo difícil de superar, ella ha sido casi etérea y celeste, pequeña e irradiadora de un aroma indescriptible capaz de transportarlos hasta lugares hermosos; también enorme, cálida y azul, protectora y sumisa en las dosis adecuadas. Y cientos, miles de otras formas bajo el común denominador de una complementación casi perfecta, encajando punto por punto en sus propias e incontables apariencias, solo empañada por la ineludible separación final que siempre, indefectiblemente, llegaba.

Y se volvieron a cruzar creyendo por millonésima vez que era la primera vez, sin sospechar siquiera que tal vez eran parte de algún extraño plan de un caprichoso dios con nada más importante para hacer.
—Hola. Sos hermosa —dijo él.
—Gracias —dijo ella y le sonrió.
Ambos pensaron en que algo estaba comenzando.
Y que sería para siempre.

Elaborado para La Cuentoteca

martes, 17 de mayo de 2011

Volar- Miguel Dorelo


Volar- Miguel Dorelo

De todas las metas inalcanzadas, sin dudas la de no haber volado aunque más no sea una vez era la que le preocupaba sobremanera a Juana.
Soñaba dormida y soñaba despierta con el día en que solo le bastaría con extender los brazos, cerrar los ojos, respirar profundo y lanzándose al vacío comenzar a deslizarse por caminos de aire especialmente construidos para ella. El viento suave en su rostro, el inconmensurable paisaje allá abajo, el verde dominante, los ocres acompañando, alguna pizca de amarillo armonizando.
Aún recordaba el momento exacto cuando con seis años recién cumplidos oficializó el que sería su más ferviente deseo cuando la maestra de primer grado le preguntó aquello de “¿Qué te gustaría ser cuando seas grande?” —Yo, cuando sea grande, quiero volar, seño —Contestó sin dudarlo. Algunas risas, un desesperanzador “las personas no vuelan, mi amor” y un par de lágrimas contenidas.
Después, los sucedáneos; el primer beso casi terminando la primaria, que fue hermoso pero no alcanzó. Y un poco más tarde, cuando decidió no reprimir deseos naturales y dejándose llevar concretó lo que ya era ineludible, eso que se asemejaba a muchas cosas, buenas y malas, pero que no bastaron para remontar vuelo.
Y el tiempo que pasa y trae cosas, las arrastra y las deja atrás. Varios noviazgos, un casamiento que duró muy poco o lo suficiente, nunca lo supo con certeza ni le importó demasiado saberlo. Después, seguir la búsqueda para paliar inseguridades, esas que suelen atacar cuando la víctima se encuentra desamparada, sin quién pueda protegerla con rutinas de mimos, besos y caricias.
El amor era su esperanzada alternativa de volar aunque más no fuese virtualmente. Ese amor que nunca terminaba de arribar, que se iba en amagues una y otra vez, en remedos de despegues, decolajes frustrados y frustrantes.
Días, meses y años corriendo cada vez más deprisa arrastrándola sin compasión, dejando huellas en su cara, flacidez en todo el cuerpo y dureza en la mirada.

Como siempre, o como nunca, el cansancio pudo más; compungida, resignada, ya sin fuerzas, miró hacia arriba buscando una respuesta que no halló, solo el sol y algunas nubes la observaban indiferentes. Bajó la mirada, se trepó a la baranda del balcón, desplegó sus brazos, sonrió, abrió bien los ojos , aspiró muy profundo, mucho más de lo que jamás lo había hecho, y un segundo antes de tomar la decisión, esperanzada recordó que alguna vez le habían dicho que si algo se desea más que  lo suficiente termina por cumplirse.

Elaborado para La Cuentoteca

viernes, 13 de mayo de 2011

Un adelantado- Miguel Dorelo


Un adelantado- Miguel Dorelo

Ser un adelantado, en cualquier ámbito que sea, suele acarrear más de un inconveniente, se lamentaba aquél fantasma mientras corría a esconderse para que no lo viera deambulando por los pasillos el cuerpo aún vivo de su anfitrión.

Elaborado para La Cuentoteca

jueves, 5 de mayo de 2011

La única solución posible- Miguel Dorelo


La única solución posible- Miguel Dorelo

Lo intentó todo. Antes que nada, la ciencia: era un ser sumamente racional y no podía haber hecho otra cosa. Un psicólogo primero y ante el fracaso, un psiquiatra y un sin número de fármacos. No hubo caso. He hecho todo lo que estaba a mi alcance; más o menos fueron las palabras coincidentes de ambos facultativos.
Realizó diversos análisis clínicos sin obtener resultado alguno, en su sangre, su carne y sus huesos todo estaba normal. Hasta que se convenció de que por ese lado nada conseguiría.
Muy a su pesar, comenzó por visitar curanderos y manosantas, tal su desesperación por librarse del martirio que se hacía cada vez más insoportable. Finalmente, un amigo, Juan, al que le dolía sobremanera el verlo consumirse poco a poco, lo convenció de hacer aquello que de no haber alcanzado el pico máximo de desesperación al que había llegado jamás hubiese contemplado: un exorcismo.
—Yo conozco un curita de Villa Ortúzar que los hace y no te va a cobrar nada; como mucho algunos alimentos para la salita de la villa.
—Estás loco; yo no creo en eso, sabés bien que soy ateo. No me vengas con que estoy poseído. —intentó resistirse.
—No me digas. ¿Y cómo explicás entonces todas las que pasaste sin que puedan solucionarte nada? Está dentro tuyo, no hay vuelta que darle. Te va a terminar matando si no hacés algo.
Pensó que peor de lo que estaba sería imposible; lo intentaría y si no conseguía ningún resultado por lo menos dejaría contento a Juan y luego se pegaría un tiro.

El padre Francisco lo aleccionó sobre los pasos previos: rezar, arrepentirse de por lo menos los malos pensamientos y las malas acciones de las últimas cuarenta y ocho horas, lavarse bien los pies y presentarse en ayunas ese viernes a la noche detrás de la parroquia vestido por lo menos con una prenda intima color blanca, algo azul, algo usado y algo a estrenar con la sola condición de que no fuera comprado en La Salada.
Antes de presentarse para la ceremonia final era imprescindible vaciar la mente lo mejor posible, para lo que el curita le recomendó mirar televisión hasta una hora antes de llegar a la cita; solía ser un método infalible.

— ¡Incienso! —Pidió el sacerdote a su ayudante, el mismo Juan, ya que últimamente los exorcismos estaban mal vistos por la sociedad en general y debían realizarse en el más estricto secreto. — ¡Velas! ¡Alcohol en gel! ¡Agua bendita sin gas!, -prosiguió.
Luego de seis horas de intensa lucha en las que la fe del padre Francisco claudicó y volvió a ser recuperada en ocho oportunidades, viendo que todo era en vano decidió dar por terminada la sesión, ya que en tres horas debería darle la bendición a la boda de su querido ahijado Pedro con su amado sobrino Jorge.
—Hijo mío, deberás ser fuerte para poder seguir cargando esta cruz que el señor te ha enviado, me es completamente imposible desalojar ese cuerpo que se te ha metido debajo de tu piel, ha invadido todos tus órganos y se ha enquistado hasta en las últimas de tus células. No es frecuente ver un caso de posesión tan extremo como el tuyo, pero que los hay los hay. Ni siquiera Él si bajara en este momento podría hacer nada.
— ¡No me diga eso, padre! ¡Me mataré, no puedo seguir así! ¡Tiene que haber una solución!
—Bueno, en realidad si la hay; pero depende exclusivamente de tus ganas y tu propia voluntad,
— ¡Lo que sea, haré lo que sea! ¡Dígame qué puedo hacer!
— No es tan difícil: sal a bailar, a caminar, concurre a lugares donde encuentres gente que gusten de tus mismas cosas. Vive tu vida normal.
— ¿Y con eso se saldrá de dentro mío?
—Puede que si y puede que no, pero es la única solución posible, la vieja fórmula sigue siendo efectiva: “un clavo saca a otro clavo”. Hay entes como este muy difíciles de desalojar, pero quizás cuando menos te descuides conozcas a esa otra mujer que te saque a ésta de dentro tuyo y la olvides para siempre. Suerte, hijo mío.
—Gracias, Padre. ¿Cuánto le debo?

Elaborado para La Cuentoteca