miércoles, 26 de enero de 2011

Romance perfecto- Miguel Dorelo


Romance perfecto- Miguel Dorelo

—Sos una mujercita dulce y encantadora —le dijo mientras encendía un cigarrillo.
—Me encantó estar con vos —respondió ella primorosamente.
—Me gustaría repetir esta velada —acotó él.
—La próxima vez te cobro la mitad—aseguró ella.

sábado, 22 de enero de 2011

Especial Kafka


Postergación- Miguel Dorelo

Aquella mañana Gregorio se despertó con un urgente e impostergable deseo de orinar.
Asombrado, al verse convertido en un escarabajo y comprendiendo que de ninguna manera podría hacer uso de su cuarto de baño se orinó encima y decidió seguir durmiendo otro rato.

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La metamorfosis durante el proceso en el castillo-Miguel Dorelo

El señor K. está desorientado: han pasado dos semanas desde su llegada al pueblo y aún no ha podido ingresar ni ponerse en contacto con los dueños del castillo. Lo han contratado como exterminador de plagas y no ve la hora de cumplir con el contrato y volver a su Praga natal.
En la carta que recibió se le informaba sobre una gran invasión de escarabajos; estos habían tomado posesión casi absoluta de la morada y no se encontraba forma alguna de combatirlos. Fueron contratados exterminadores locales, pero ninguno de ellos pudo neutralizar a los resistentes coleópteros, ya que parecían muy organizados y eran aparentemente conducidos por uno de gran tamaño y de una astucia poco vista. Inclusive, no se han vuelto a tener noticias de un par de ellos desde la entrada al combate y se los ha dado por muertos. La policía local no logró explicar lo sucedido a las viudas e hijos de tan desdichados trabajadores.
Pero, el señor K. es muy perseverante; logra por fin ingresar al castillo y luego de varias escaramuzas, ultima al líder de los insectos, quien al morir, y para gran sorpresa del exterminador, se transforma en un ser humano vestido con ropas de cama.
Casi de inmediato, ingresa la policía y procede a arrestar al señor Josef K, tal  su nombre completo. Trasladado a la cárcel, se le inicia un proceso que será muy comentado por muchas personas, incluidos gran cantidad de críticos literarios, ya que nunca se supo a ciencia cierta la calidad de los cargos contra el humilde exterminador, dificultando de esta manera la defensa del mismo por parte de sus abogados.

Mientras tanto en Praga, la viuda de Gregorio Samsa, clama por justicia.
—No, no conozco personalmente al asesino de mi marido; me dicen que vivía a pocas cuadras de casa. Solo exijo que se cumpla con la ley: el ha sido tratado como un vulgar insecto — dice indignada ante las cámaras de televisión.

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Despertar- Miguel Dorelo

Esta mañana me desperté convertido en escarabajo y por el rabillo de uno de mis ojos alcancé a vislumbrar al dinosaurio que desparramado sobre la alfombra jugaba con unos zapatitos de  bebé sin usar.
—Debo dejar de leer tanta literatura conjetural antes de acostarme —reflexioné antes de darme vuelta y volver a dormirme.


viernes, 14 de enero de 2011

Antes de perder la dignidad- Miguel Dorelo


Antes de perder la dignidad- Miguel Dorelo

Era hora de marcharse. Así lo habían decidido, siempre juntos como tantas otras veces y hasta que la muerte nos separe, como habían prometido.
Ella lo había hecho hacía exactamente dos días y ya no soportaba su ausencia; le era imperioso reencontrarse con ella allí donde fuera que estuviese ahora.
Su compañera de toda la vida, en las buenas y en las malas; algunas pocas de las primeras y demasiadas de las otras.
Pero no podía quejarse de todos esos años junto al amor de su vida, esa mujercita preciosa con la que fue envejeciendo en compañía.
Demasiadas penurias en los últimos tiempos, sobre todo económicas, fueron el detonante principal de aquella decisión.
—Antes de perder la dignidad, debemos hacerlo; así no podemos seguir —coincidieron.
También juntos, decidieron que ella sería la primera en partir hacia ese lugar, que estaban seguros, los cobijaría y los uniría aún más que en todo este tiempo transcurrido el uno junto al otro.
Tenían un solo hijo ya grande, solo unos pocos parientes a los que hacía años que no veían y un puñadito de amigos que quizá los extrañaran un tiempo, pero que rápidamente se olvidarían de sus partidas. O a lo mejor no, nunca se sabe a ciencia cierta cuanto puede influir un suceso de este tipo en las personas que nos aman o dicen hacerlo.
Como lo habían pactado, ella se marchó primero, ese viernes a la noche luego que el regresara de hacer lo que era necesario hacer. Sin grandes aspavientos, tranquila, dedicándole una sonrisa final para la despedida. Él beso suavemente sus labios y le dijo —Esperáme — solo eso.

Habían quedado de acuerdo en que dos días eran lo mínimo necesario para que él ultimara los últimos detalles antes de que llegara su hora. Ese domingo amaneció espléndido, con un sol radiante, como anticipando ese otro amanecer que los encontraría nuevamente juntos y más felices que nunca.
Solo dos horas más.

Revisó por última vez la maleta, la otra mitad del dinero no ocupaba demasiado lugar, solo había tomado los dólares y euros de alta denominación, una verdadera fortuna y a los ancianos como él jamás le revisaban el equipaje. Ella no había tenido ningún tipo de inconvenientes en el aeropuerto. En el banco no tardarían en descubrir el faltante, pero mucho más en relacionarlo a él con el hecho, ya que solo trabajaba en su limpieza algunos viernes,  y  los fines de semana; y en este último había aducido uno de sus achaques habituales para no concurrir. Ser el padre del gerente tenía sus ventajas. Como el acceso a ciertas llaves, por ejemplo. Un viernes perfecto.
Estaba todo planeado a la perfección por si algo fallaba, ni siquiera él sabría hasta último momento en donde se encontraba su mujercita. Y por lo menos uno de los dos se saldría con la suya.  Levantó el teléfono y marcó el número que habían convenido, el taxi estaba tocando bocina en la puerta para llevarlo a tomar su vuelo. La ansiada y dulce voz de su amada viejita se escuchó en el auricular:
—Budapest: bajás en Barajas y de ahí combinás para acá en un vuelo local que sale dos horas después; yo voy a estar esperándote en el aeropuerto. Estoy contando las horas, no soporto más estar sin verte.
Esto si que es vida. Si nos movemos rápido, que nos encuentren si pueden.
Te amo.
 Elaborado para La Cuentoteca




miércoles, 5 de enero de 2011

La cena está servida- Miguel Dorelo & Sergio Gaut vel Hartman


La cena está servida – Miguel Dorelo & Sergio Gaut vel Hartman

—Hoy tengo muchas ganas de escribir. Que digo muchas ganas, siento la imperiosa necesidad de volcar en palabras todo lo que llevo dentro. Ah… El corazón. Que mejor que empezar por el corazón. Y seguir luego por el páncreas o el esófago. Nombrar también al hígado o a los riñones. Los pulmones, el intestino grueso y el delgado, por supuesto. ¡Ah! Los jugos gástricos, el pequeño e insignificante apéndice, el cólon y la próstata, en su caso, querido amigo, no en el mío.
—Tiene razón, querida condesa —interpoló Hannibal—. Y no olvide las venas y arterias, por donde corre la sangre nueva y la sangre vieja, ya sabe que no soy persona de andar discriminando partes por meras futilidades
—La nuez de Adán —siguió Bathory, como si no hubiera oído las palabras de Lecter—, la columna vertebral y las mucosas nasales. Vesícula biliar, ganglios linfáticos, médula ósea. Glándula pineal, la uretra, la gloriosa vesícula seminal…
— ¡Exacto! —Terció el marqués—, mi semen siempre dispuesto…
— ¡Narcisista! —exclamó la condesa, risueña—. Permítame continuar con mi lista: los bronquios y la glándula tiroides. Y las amígdalas. Y el alvéolo. Y las suprarrenales.
—No quisiera que olvide el imprescindible aparato óseo apoyando, en conjunto con la masa muscular, el buen sostenimiento del todo. —Hannibal esperó expectante la respuesta de la condesa, que no se hizo rogar.
—Ahora sí, un gran alivio se apodera de mi alma y mi cuerpo; todo, o casi todo lo más íntimo de mi ha sido puesto en palabras. Me siento realizada.
—De acuerdo —dijo el marqués frotándose las manos—. Pasemos al comedor. Esa prolija enumeración abrió mi apetito de un modo escandaloso.
Hannibal guiñó un ojo y movió gentilmente la mano para que sus anfitriones pasaran primero. No lograba imaginar qué sabor tendría la carne de Vlad Tepes.