Mi psicólogo, yo y mis lectores - Miguel Dorelo
Un par de meses con mucho ajetreo me han llevado directamente a una entrevista fuera de las rutinarias con mi analista. Una consulta de emergencia, otra más, a las que mi psicólogo de cabecera ya está habituado.
Lunes, 03,15 hs. a.m. (Tres y cuarto de la mañana, por si alguno no se lleva bien con los números). Reconozco que no es un horario habitual, pero ¿Hay un horario habitual para una emergencia? No, obviamente: si hubiera un horario, no sería una emergencia.
—Buenas, doc —dije con cara de malas.
—She —dijo él, con cara de dormido.
—Ando un poco loco —comencé a contarle.
— ¿Un poco?, usted es un optimista profesional, ¿Qué mierda le pasa esta vez?
Me pareció que estaba un poco nervioso, pero a lo mejor eran ideas mías, así que continué: —en estos últimos meses, me han sucedido muchas cosas juntas y no sé como manejarlas, doctor.
—No sea pelotudo, “las cosas”, pasan de a una, pedazo de infeliz. Cuente.
—Doctor, me parece que el lenguaje que está empleando no es demasiado profesional — le dije para ver si se ubicaba un poco.
—Ah, el señor es el psicólogo ahora. ¿Por qué no me enseña a llevar la sesión? Déjese de joder y vayamos al grano — dijo comenzando con su maldita manía de usar frases hechas.
—Bueno, le cuento lo que me pasa: desde hace un par de meses, el tiempo no me alcanza, doctor.
—Y a mi no me alcanza la plata, mire usted. Tiempo ni hora, se atan con soga —me endilgó poniendo en evidencia su otra obsesión: los refranes — ¿Y… porqué no le alcanza el tiempo?
—Es que me he embarcado en muchas actividades; estoy en una comunidad literaria, me invitaron a participar en otras, selecciono cuentos y poesías, sigo con mi vicio de hacer comentarios en blogs amigos, tengo que trabajar para vivir y encima se me ocurrió la genial idea de lanzar una revista literaria impresa. ¡No me alcanza el tiempo! ¿Qué puedo hacer?
—Quien mucho abarca, poco aprieta, —me dijo el maldito adicto — debería dejar de hacer algunas de esas cosas; al menos aquellas a las que no les sacará ningún provecho.
— ¿Cómo cuales?
—Todas. Menos laburar, que por lo menos le da de comer, las otras son incompatibles con usted: cualquier cosa literaria y usted, son como el agua y el aceite, nunca van a poder mezclarse. Al que nace barrigón, es al ñudo que lo fajen.
Haciendo un esfuerzo, traté de ignorar este último comentario. Necesitaba un pronto alivio a mis cuitas y no se me ocurría otra cosa que continuar con la sesión.
—Pero, ya son tres años de terapia dos veces por semana y son contadas las ocasiones en que me he ido aunque sea algo aliviado de su consulta. Dígame que puedo hacer, Oriénteme. Estoy muy estresado.
—Usted, es más que evidente, lo que necesita es un “recreíto”. ¿Hace mucho que no la pone? —descargó sin ningún respeto y de manera soez.
—Para eso tengo a mi consejera sexual; no pienso contarle a usted esas intimidades. —le dije creyendo tomarme una pequeña venganza.
—Hace rato que no le ve la cara a Dios, está más que claro. Impotencia causada por la sumatoria de edad y estrés —masculló mientras tomaba nota. —Una pastillita azul y una mujer, podrían aliviarlo un poco. En el once se consiguen ambas cosas a buen precio. Y recuerde: ante la duda, la más tetuda. —concluyó sin poder contenerse.
—Gracias, doctor, usted siempre tan amable conmigo. Lo voy a pensar.
—Veo que estuvo practicando; lo de pensar, digo. Siga así que algún día le va a salir. Se le terminó el tiempo. Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios. Son 150 pesos.
Me dieron ganas de mandarlo al carajo, pero una discusión con mi analista seguro que me iba a deprimir más y tendría que volver rápidamente a consultarlo, generando de esta manera un circulo vicioso de imprevisibles consecuencias para mi pobre cerebro agotado, así que pagué con dos billetes de cien pesos, no me dio el vuelto como siempre y me vine para aquí. Estoy igual que antes, pero con menos plata en el bolsillo.
Por suerte, aprovechando mi condición de escritor puedo recurrir a una buena alternativa literaria como es la metaficción e involucrarlos en la trama de esta especie de relato auto-referencial en el que solo una parte es realidad y el resto casi irreal con algún que otro viso de verosimilitud.
Y si, al final mi único consuelo pasa por compartir mis desdichas con ustedes.
Espero que no quieran cobrarme por escucharme, o mejor dicho, leerme.
Apreciaría sobremanera alguna palabra amable que me sirva de consuelo; estoy mal y lo necesito. O algún otro tipo de ayuda, recuerden lo que me recetó mi terapeuta, señoras o señoritas lectoras. Ustedes verán, no sean malas…Por ahí está mi mail o si quieren chateamos un poco antes como para que no sea solo sexo.
Y después de todo es un ratito ¿O acaso tienen alguna otra cosa que hacer luego de leer esto que sea más interesante? Sería una perfecta comunión entre el escritor y sus lectoras.
Les estaré eternamente agradecido y el hotel lo pagamos a medias.