lunes, 28 de noviembre de 2011

La búsqueda- Miguel Dorelo


La búsqueda- Miguel Dorelo

—No creo que le resulte demasiado difícil, me recomendaron muy especialmente sus servicios; solo le pido discreción absoluta. Aquí le dejo todos los datos con los que cuento sobre ella y dentro del sobre también hay un cheque con la mitad de sus honorarios, el resto cuando cumpla su cometido, como habíamos acordado.
—Muy bien, hoy mismo me pongo a trabajar.
—Espero novedades lo antes posible.

Estaba hecho. No había sido una decisión fácil: un largo tiempo con la idea dando vueltas por su cabeza hasta llegar al momento exacto en que ya no es posible seguir auto imponiéndose excusas de todo tipo para dejarse estar. La extrañaba. Le costó admitirlo, pero ahora que al fin lo había hecho no podía quedarse de brazos cruzados, dejando simplemente que el tiempo pasara. Y la amaba, ahora lo sabía. Quizá también la amó en aquél lejano tiempo en que la tuvo para él, pero no lo supo o no le convenía involucrarse en una relación que le llevara mucho más tiempo que un par de encuentros semanales para satisfacer urgencias corporales sin que le importase demasiado la contraparte; después de todo parecía que ella la estaba pasando bien así, o al menos eso creía. Hasta que comenzaron las exigencias.
—Quedáte —dijo ella una noche y encendió la alarma.
Inventó cualquier excusa, ya ni recordaba cuál para no pasar esa noche allí. La primera, pero no la última, de una serie de mentiras que le permitieron seguir un tiempo con aquella rutina con todos los beneficios y ninguno de los inconvenientes de una relación que se hacía cada vez más despareja. Solo le interesaba pasarla bien, tomar algo, charlar lo estrictamente necesario antes de entregarse de lleno a lo que realmente lo había conducido hasta su casa, su cuarto y su cama.
Un par de idas al cine y acompañarla por única vez a elegir unas cortinas nuevas: era todo lo que estaba dispuesto a otorgarle. Y algún café apurado de vez en cuando en el bar a pocas cuadras de su casa. De cenas y esas cosas, ni hablar. Lo habían establecido de entrada, quedó bien en claro que lo de ellos se basaba exclusivamente en la atracción física que sintieron uno por el otro a los pocos minutos de conocerse y que esa misma noche se encargaron de satisfacer. Cero compromiso; después de todo, era una época de desenfreno y de “amor libre”, como solía decirse.
Ella no cumplía con su parte, se hacía cada vez más evidente. Regalitos con cualquier excusa, recordatorios de fechas conmemorativas de cualquier nimiedad que los involucrara y una insoportable tendencia a querer retenerlo más allá de lo conveniente una vez que terminaban de hacer aquello para lo que se habían encontrado.
Empezó a sentirse cada vez más molesto con sus actitudes, presionado, comenzaba a asfixiarse; debía hacer algo. Lamentablemente ella era muy hermosa, demasiado; y como amante, única. Pero se estaba poniendo demasiado pesada, casi obligándolo a imaginar futuros inmediatos de convivencias rutinarias, almuerzos compartidos en cocinas primorosamente decoradas con manteles y cortinas haciendo juego, insulsas charlas de sobremesa e incómodas siestas abrazados. Hasta alguna vez habló de niños. ¡Niños! Pañales, llantos por las noches, conseguir obra social, llevarlos al colegio…
Huyó a tiempo, sin dar demasiadas explicaciones, no tenía por qué darlas; que ella se hiciese cargo de aquellos sentimientos que él de ninguna manera pretendió provocar y que no formaban parte del paquete.
Un par de meses después y un último gesto de buena voluntad por su insistencia que se estaba convirtiendo en persecución: charla café por medio, o mejor dicho poder decir lo que había que decir cuando alguna pausa de su llanto lo permitía; esto no es lo que yo quiero y no hay vuelta atrás, no llorés que de nada sirve, vos sabías bien que yo soy así, olvidáme y rehacé tu vida,sos linda e inteligente y ya vas a encontrar a quién te contenga…Adiós.

Treinta años, un matrimonio que duró muy poco, por suerte no quedaron en el camino niños carne fresca para analistas ni rencores perdurables en el tiempo. Varias relaciones, un par de novias y su soledad actual. Las noches de insomnio que comenzaron a tomar posesión de aquellas horas pretendidamente destinadas al descanso y que poco a poco fueron adueñándose de gran parte de su vida y sus más íntimos pensamientos.
Y en algún momento, hace menos de dos meses, ella. Ella, cagándose en los treinta años transcurridos, volviendo a ser presente por el solo hecho de escuchar de casualidad en la radio aquella cursi canción que siempre ponía en su grabador cuando se encontraban en su casa y que él soportaba por el simple hecho de dedicarse a explorar, besar, morder, lamer  hasta el último pedacito de su cuerpo. Un clic para rememorar, comprender, negar y finalmente aceptar. Un proceso lento pero inexorable, concluyendo lo inevitable: aquél amor que no fue capaz de reconocer en su momento pero que ahí estuvo y aún estaba. Debía actuar en consecuencia, intentar algo que calmara su ansiedad; debía saber que había sido de su vida en estos treinta años sin noticias suyas. Supuso que quizá aún lo recordaría, o por lo menos esa sería una conducta lógica desde el pretendido inmenso amor hacia él que ella hubo evidenciado poco antes de que todo hubiese terminado entre ellos a raíz de, aún así lo entendía, su justa decisión unilateral.
Material y monetariamente estaba en muy buenas condiciones como para emprender sin mayores dificultades la tarea; su especial carácter, poco propenso a concesiones hacia el prójimo que consideraba propia de personalidades débiles, lo habían hecho triunfar en cada uno de sus emprendimientos y ahora era un maduro y prospero “hombre de negocios”, como le gustaba auto-nominarse.
Contrató a la mejor agencia y exigió especialmente que pusieran a trabajar a sus mejores hombres en el caso. Solo debían averiguar que había sido de  la vida de su antigua noviecita. —Donde vive, estado civil, de que trabaja, cuáles son sus gustos, números de teléfono…Todo lo que pueda ser de relevancia —recalcó.

Esa noche durmió de un tirón y hasta se despertó muy tarde en la mañana. Estaba hecho. Supuso que en pocos días más llegaría el informe de la agencia y una vez con los datos en su poder seguiría con su plan de reconquista. Era muy optimista al respecto y con una más que justa y lógica razón: ella no podía haberlo olvidado, así como de ninguna manera rehusaría volver a él; había miles de razones para que estas dos cosas sucedieran, entre otras el recuerdo de su total entrega a todo aquello que a él se le antojó hacerle en la cama en sus últimos escarceos cuando se dio cuenta de la absoluta dependencia sentimental de ella y en que ahora era lo que se dice un “buen partido”, con varias propiedades a su nombre, una abultada cuenta bancaria y el conservarse aún bastante atractivo con sus muy bien llevados cincuenta y cuatro años. Un rechazo de ella era algo inimaginable. Solo restaba sentarse y esperar.

Diez días después, al no recibir ninguna explicación satisfactoria a sus reclamos telefónicos, se presentó en la agencia.
— ¿Qué es lo que pasa? — Exigió a voz en cuello —No puede ser tan difícil ubicar a una simple mujer. Quizás me equivoqué al contratarlos.
—Estamos en eso, disculpe la demora —respondió el máximo responsable del lugar —es que ella al parecer se ha estado moviendo de lugar en lugar en forma casi constante; pero hoy mismo me ha llamado desde el sur uno de mis hombres que cree haberla localizado. De confirmarlo, en unos días más tendremos un informe detallado.
—Eso espero. Después no se quejen si casualmente  me demoro en completar sus honorarios, que por cierto no son pocos. Buenos días.

Una semana después recibió el llamado: —Está hecho, la hemos localizado, efectivamente está viviendo en el sur. Pase hoy por la tarde y tendrá a su disposición todos los detalles.
—Allí estaré.

Almorzó frugalmente y tuvo tiempo hasta para dormir una siesta; quería estar lo más lúcido y descansado en el momento de posar sus manos y sus ojos en aquellos documentos que lo reinsertarían primero en el pasado, actualizarían el presente y lo catapultarían a un futuro de reencuentro y felicidad.
Pasó por la agencia, retiró todo en dos grandes sobres ya dispuestos  y  se despidió con un uno de estos días les envío el resto del dinero.
Ya en su casa, desconectó todos sus teléfonos para que nada lo distrajera  y comenzó a abrir los sobres.
El golpe fue más duro de lo que jamás se hubiese imaginado: allí estaba todo, un resumen de los últimos treinta años en la vida de su amada, con lujo de detalles, con consideraciones extras sobre sentimientos y emociones, tal como había pedido. Su partida a los seis meses de aquella separación con rumbo desconocido y el rastro reencontrado dos años después en Bahía Blanca, el primer domicilio conocido que la agencia pudo establecer. Tres años en aquella ciudad y luego su partida más al sur y un constante derrotero por diversas localidades de la Patagonia, inconsciente acto que en un futuro ocasionaría un sinnúmero de dificultades en un grupo de investigadores aún no presentes en su vida. Y por fin su afincamiento en Trevelín, en la provincia de Chubut, ciento veintitres mil hectáreas de un lugar paradisíaco rodeado de montañas y lagos de aguas cristalinas. Allí, donde encontró por fin la felicidad en las formas de un marido y tres  hijos que a los que adoraba, según pudo averiguar a través de varios allegados el autor del informe. Regenteaban una posada para turistas millonarios que les proporcionaban el suficiente dinero para darse todos los gustos, incluidas vacaciones semestrales que le habían permitido sobre todo a ella conocer cada uno de los sitios en el mundo con los que siempre había soñado. Una vida plena de amor y felicidad en un lugar perfecto.
Acompañaban el informe fotografías y   datos del esposo y  los hijos, dos mujeres y un varón, el mayor, que con lágrimas en los ojos alcanzó a leer, tenía su mismo nombre. Ella estaba hermosa, aún más a como la recordaba, la madurez le había obsequiado una mirada mezcla de dulzura y sabiduría como jamás había visto en mujer alguna. Lloró con más fuerza y en ese mismo instante comprendió que ya no había más nada que hacer, no le quedaban fuerzas para intentar más nada, el resto de sus días lo encontrarían resignado y lamentándose por su ceguera en esos años.

El atardecer ya comienza más temprano a esta altura del año en Trevelín; el sol lentamente empieza a hacer mutis por el foro detrás de ese pico que tanto ama. Ella observa extasiada a través del ventanal de su humilde casita en donde ha vivido todos estos años con la única compañía de tres gatos y sus recuerdos, el espectáculo que la naturaleza le ofrece día a día gratuitamente y piensa en él. Una mezcla de amor y odio le inunda el alma, esa combinación que suele traer aparejada todo amor no correspondido. Y también una inmensa calma por lo hecho, una pequeña o gran venganza, nunca lo sabrá a ciencia cierta.
No le costó demasiado  convencer al detective de su plan, en cualquier profesión, aún en las menos pensadas se encuentran personas sensibles y en este caso, luego de ella descubrir qué hacía ese desconocido recabando datos sobre su persona en el pueblo y contarle quién era ese amado hijo de puta que lo había contratado fue cuestión de unos días fraguar una convincente historia de felicidad entre ambos.
 Y no le cobró ni un solo peso por el servicio.

Elaborado para La Cuentoteca

martes, 15 de noviembre de 2011

Sobre sapos y princesas- Miguel Dorelo


Sobre sapos y princesas– Miguel Dorelo

— ¡Sapito, sapito, ven acércate, no tengas miedo; te daré un beso en la boca y te convertirás en un bello y galante príncipe! —Llamaba la voluptuosa Princesa contoneándose de aquí para allá.
— ¡No le hagas caso, no le hagas caso! —Se escucharon varias voces desde la charca —La zoofílica esta ya nos hizo el mismo verso a todos y acá estamos, igualitos a como éramos.

Basado en un relato de Daniel Frini

Elaborado para La Cuentoteca