lunes, 28 de mayo de 2012

Los descendientes- Miguel Dorelo



Los descendientes- Miguel Dorelo

No quiero que te cuides, quiero que me hagas un niño ya —exigió Eva haciendo deslizar lentamente la hoja de parra por sus largas y torneadas piernas.
—Solo te prometo un rato de buen sexo —retrucó Adán—Y que sea lo que Él quiera.
Y aquí estamos, víctimas propiciatorias  del capricho de la primera mujer conocida.

lunes, 21 de mayo de 2012

Apariencias- Miguel Dorelo



Apariencias- Miguel Dorelo

A Mercedes Vens no le gustan los automóviles; no soporta sus olores ni sus colores chillones, menos aún sus carreras locas por las calles. Mercedes Vens sale de gira por el barrio montada en su primorosa bicicleta color rosa, su pelo al viento, sonriendo y saludando a todo el mundo. Es feliz y siempre dice que un nombre es solo un nombre y que el ser humano es otra cosa.

Todos los vecinos aman a Mercedes Vens. Yo también.

sábado, 19 de mayo de 2012

Aún no es tarde- Miguel Dorelo



Aún no es tarde- Miguel Dorelo

Ella veces se pone a pensar en las cosas que aún no hizo. En las grandes y las pequeñas; en las que soñó desde muy niña que algún día haría y en las otras, esas que por razones varias le fueron quedando atrás sin concretar. Ella sabe perfectamente que muchas de esas veces ni siquiera lo intentó y es harto conocido que intentar es parte indispensable del hacer. A veces también piensa que ya es demasiado tarde, que lo que aún no hizo ya no se hará, o se hará a destiempo, que es como si no se hiciera.

Y otras veces, cada vez más seguido, sonríe, piensa en él... Y en que aún no es tarde.

martes, 15 de mayo de 2012

Me sobra amor para dar- Miguel Dorelo



Me sobra amor para dar- Miguel Dorelo

Mi esposa y mi amante  se visitan, toman juntas el té, van de compras al súper, siempre en perfecta armonía. Se llevan muy bien ¿Por qué no habrían de hacerlo? Después  de todo concuerdan en lo más importante, en el amor y el gozo que disfrutan de mí. Están cada vez más unidas. Y sobre todo ahora que han decidido aliarse en contra de mi nueva novia.

Traducido y publicado en italiano por Stefano Valente

jueves, 10 de mayo de 2012

Me hubiese gustado conocerte más- Miguel Dorelo



Me hubiese gustado conocerte más- Miguel Dorelo

Como en casi toda relación, en los primeros tiempos todo fue armonía. Desde el primer intercambio por el chat de Facebook  supimos que teníamos tanto en común, sobre todo nuestro amor por las letras. En esa madrugada estuvimos conectados sin darle la más mínima importancia al correr de las horas. Te conté de mis preferencias de lectura, me citaste a Pizarnik, su poesía descarnada con la cual tanto te identificabas, a Cortázar, a Borges, a García Marquez; conocías de memoria largos pasajes de sus relatos, sabías responderme cualquier inquietud que tuviese con la palabra justa, invocando al instante a Quevedo o Jean Paul Sartre.
Nos conectábamos absolutamente todas las noches, me contabas como estabas vestida y que estabas tomando, casi siempre un cortado acompañado por un trozo grande de chocolate amargo; yo y mi taza de té saborizado devorábamos las palabras que se iban formando, danzarinas, en el monitor de la pc. Y ahí estaban, invocados por tu brillante cabecita, Neruda o Bradbury, Tolstoi o Galeano, Saramago o Ballard. Y pasó lo que no había forma de que no pasara: me enamoré de vos perdidamente. Y un tiempo después un “te amo” de mi parte. Y en un tiempo que me pareció eterno, un “yo también” como respuesta.
Un par de meses en que la vida solo era vida a través de esa conexión que hacía que estuvieses junto a mí en mi cuarto, pero nunca a solas, decenas, centenas de escritores y escritoras de ficción, de poetas, de filósofos, de ensayistas, siempre invitados por tu cerebro orgiástico, tu mente promiscua, a compartir noches enteras de placer, revolcados entre verbos, sustantivos y metáforas. No solo crecía mi amor hacia vos, sino que, exponencialmente, te admiraba cada vez más por tanta literatura junta en un cuerpo tan hermoso, porque encima eras bella como ninguna otra mujer que alguna vez haya amado.
“Quiero verte”, te dije; “quiero tocarte”, respondiste. “Quiero olerte, besarte, acariciarte” coincidimos. Y un buen día nos encontramos  por primera vez. Y fue insoportablemente hermoso, uno de esos momentos que justifican una vida, que duelen de felicidad, que te vuelven frágil al comprender que ya no sos más vos, que a partir de ese momento valés lo que ella quiera que valgas.

Quizá a esta altura del relato más de uno piense en que tal idílica relación no tiene cabida más que en una ficción, que esto que he escrito es tan solo un reflejo de un deseo, de algo que jamás he vivido y que es la única forma plausible de que algo así suceda. Permítanme decirles que no es así, que no he mentido o inventado en lo que les he contado; ella existe, yo existo, las circunstancias han existido. Pero debo ser completamente honesto, y para ello déjenme contarles el final de esta historia, comenzando por el principio de ese final.

Lo “real” duró algo así como dos meses, casi la misma cantidad de días, horas y segundos que  lo virtual, pero con el tacto, el oído y el olfato potenciando la pasión solamente insinuada a través de la red. Ella seguía con su constante verborragia literaria, lo que me llevaba a preguntarme sobre la cantidad de libros leídos por esos ojos en los que solía perderme y de los que solo podía apartar mi propia mirada para contemplar extasiado esa boca que aún muda era un placer para los sentidos. Cuando cenábamos me citaba a Adriá Ferran  y al Bulli, sobre el arte de la cocina gourmet, si tocaba ir al cine me comentaba sobre las opiniones de los críticos más renombrados y sus análisis sin concesiones, en nuestras charlas de sobremesa solía tocar todos y cada uno de los temas con el concepto justo y oportuno: compartía con nosotros un café Benedetti, tomaba unos mates Antonin Artaud, más de una vez Bukowsky nos agotó las existencias de todo aquello que tuviese alguna proporción de alcohol que él considerara adecuada de nuestro bar, siempre invitados por su privilegiada memoria, su voz de tonos precisos. Cuando tocaba el rito de caricias y besos a ella le gustaba  hacer partícipe a Wilhelm Reich y su teoría sobre la energía orgonómica, haciendo gala aún en esos momentos tan íntimos  de su sapiencia interminable.

Lamentablemente interminable. Dos meses fueron más que suficientes, ya imposibilitado de soportarlo, traté de encauzar la relación pero no pude; seguramente por mi propia incapacidad, ella es como es y quizá tendría que haber hecho algún esfuerzo mayor por comprenderlo. Simplemente, no pude lidiar con esa sensación de estar al lado de una especie de ente repetitivo de palabras ajenas.
Una lástima: realmente, me hubiese gustado conocerte más…O al menos, algo.