miércoles, 13 de junio de 2012

Vampira- Miguel Dorelo



Vampira- Miguel Dorelo

No solo yugulares. Ella mordía justo donde hacía falta, la mayoría de las veces en lugares que sorprendían a la ocasional víctima. Succionaba, eso sí, de una manera deliciosa. Lo hacía de tal manera que hasta solía recibir  ruegos o agradecimientos por su faena. No exagero. Lo sé de primera mano; es más: fui una de sus víctimas. Ni la primera ni la última, solo una más de su larga lista. A veces me la creo y me da por pensar que signifiqué para ella algo más que un cuerpo destinado a calmar su insaciable sed. Pero enseguida recuerdo todo al detalle y comprendo que es solo una expresión de deseo para no sentir que me usó, ni más ni menos que como a todos ellos. Intuitiva. Creo que es la palabra justa. No  inteligente en el sentido que suele darse al término, pero sabía, eso sí, dónde, como y a quién atacar. Físicamente, nada del otro mundo, una mujer, digamos, término medio, ni linda ni fea. Una mujer común. Y es sabido que las mujeres comunes son siempre las más peligrosas.

Sus métodos y  motivaciones los descubrí  un poco tarde, lamentablemente. Me atrapó en una tertulia de lectura de esas a las que solía ir y como un iluso creí que nuestro encuentro había sido casual ¡Que estúpido! Tenía todo muy planificado. Esa misma noche me arrastró hasta su cubil y dio comienzo una etapa de mi vida que sé me costará mucho olvidar. Como dije, me mordió por todos lados, recorrió con sus labios y sus dientes cada rincón de mi cuerpo sin solución de continuidad durante toda la noche, lamiendo y succionando alternadamente. El sol entrando por la ventana de su habitación me encontró exhausto pero feliz. Ella me miró directamente a los ojos y de sus labios salió un “ahora  sos mío”; muy poco tiempo después comprendería que realmente sería así. Debo aclarar que no hubo ni la más mínima gota de sangre, quizá ese detalle fue el que hizo que me confiara; solo más adelante descubriría su condición de vampira sofisticada.

Volví a mi casa casi arrastrándome, me sentía muy débil. Me acosté enseguida y dormí doce horas seguidas. Desperté, me di una ducha y  tomé un café bien cargado ya que necesitaba estar lo más  despabilado posible  para poder terminar el relato que me habían encargado y cuyo plazo de entrega vencía en menos de veinticuatro horas. Por suerte solo me faltaba redondear un buen final y hacer una última corrección. Me fue imposible. Mi mente divagaba por cientos de cosas sin importancia, pero ninguna relacionada con la trama del cuento. Y la recordé, claro. Recordé sus ojos, su piel, su olor; pero sobre todo recordé sus labios, su lengua y sus dientes, sus afilados dientes. Dejó de interesarme lo escrito y los plazos de entrega, solo quería llamarla y fijar un nuevo encuentro lo antes posible. Y todo fue cada vez mejor y cada vez peor; las noches apasionadas, las madrugadas de agotamiento y los días de mente vacía se fueron sucediendo uno tras otro. La última noche, siempre hay una última noche, llegó sin aviso, sin señal alguna que lo anticipara. Una velada como casi todas, pero más intensa: ella superó de una manera que no puedo describir todos nuestros encuentros anteriores y la mañana me encontró con un “ya no tenés más nada para darme, adiós” susurrado en mi oído izquierdo.

Por supuesto que intenté dejar sin efecto esa despedida unilateral, pero todo fue en vano, ella no dejó que me acercara de ninguna forma. Además, me sentía muy débil, tanto física como mentalmente; sobre todo esto último. En los pocos meses que duró nuestra relación no había podido escribir ni una línea de texto, simplemente no se me ocurría nada como para volcarlo en palabras. Luego de un tiempo empecé a sospechar, por suerte mi cuerpo se estaba recuperando de a poco y mi cerebro estaba recobrando su lozanía habitual. Comencé por hilvanar hechos y gracias a una conversación que tuve casi de casualidad con un escritor al que fui presentado en una de las reuniones a las que había decidido volver para ver si conseguía desbloquear mi inexplicable falta de ideas, empecé a confirmar algo que al principio creí solo un delirio de mi parte, seguramente potenciado por la desazón que me embargaba. De repente él la nombró y luego de comunicarle que también la conocía, comenzamos a intercambiar confidencias sobre ella. Un calco casi exacto su experiencia y la mía, eso descubrimos a los pocos minutos de charla. La conocimos de igual manera, del mismo modo transcurrió esa inmediata noche en su departamento, el mismo cansancio a la madrugada, los mismos besos, las mismas caricias, los mismos mordiscos, casi el mismo tiempo junto a ella hasta exactamente la misma frase salida de sus hermosos labios “ya no tenés nada para darme, adiós”. No  podía ser casualidad, era imposible tanta coincidencia. Decidimos aunar esfuerzos y ponerla en evidencia. Él tampoco había podido contactarse de ninguna forma con ella luego de la despedida, o quizá, más adecuadamente, el despido. Poco tiempo después nuestra base de datos sobre “la Vampira” como empezamos a llamarla, comenzó a incrementarse; descubrimos a otras víctimas, siempre hombres. Siempre relacionados con alguna forma de literatura; uno era instructor de padle y solía escribir ensayos, otro cuya profesión principal era la de escribano, escribía micro relatos; mi ahora socio, en plena tarea de corrección de su novela recién terminada y trabajando en una dependencia policial del conurbano bonaerense y yo, trabajador autónomo y entusiasta escriba de cuentos y algún perdido poema. Ella era una vampira muy abierta, o como diría mi santa madre, dios la tenga en la gloria, “esa no le hace asco a nada”.

 Teníamos ya  una cabal idea de sus métodos, algunas pautas de comportamiento y muchos detalles sobre su accionar; las coincidencias eran totales en todos los casos, contactamos a las otras dos víctimas que asombrados escucharon lo que habíamos descubierto. Comprobamos que en ninguno de los casos hubo vestigio alguno de sangre, por lo que nuestra fantasía sobre una inmortal vampira que se alimentaba de esa manera para conservar una eterna juventud fue descartada de plano. Pero, eso no alcanzaba para comprender los motivos. Debía haberlo, solo debíamos  averiguar cuáles.

Y una tarde, de casualidad, como suele pasar con los descubrimientos importantes, la vidriera de esa librería de Palermo, un libro, su portada y su nombre escrito en ella. Entrar, desesperar hasta que me tocase el turno y finalmente tener entre mis manos aquella  publicación. Darle una rápida ojeada sentado en el primer banco de la primera plaza, llamar a una reunión de urgencia al resto de los damnificados y finalmente, las conclusiones.
Era un libro de cuentos; los había largos, medianos y mínimos; casi doscientas páginas de relatos firmados por ella. Ansiosos, nos pasábamos el libro unos a otros, leíamos un cuento y nos mirábamos. Comenzamos a organizarnos: la sospecha de que en esas hojas, en esas palabras estaba la clave de todo, nos hizo agudizar el ingenio; decidimos que lo mejor era leer en voz alta y por turnos, un cuento cada uno. Eran buenos relatos, coincidimos en esto y   luego, más puntualmente, en que nos provocaba una especie de dejá vu la mayoría, sino la totalidad de ellos.
Nos miramos y casi al unísono lanzamos un ¡Que hija de puta!

 Quizá nuestra conclusión final venga medio tomada de los pelos para algunos, pero los cuatro estamos completamente convencidos: sus caricias, sus palabras susurradas en nuestros oídos, sus labios añorados recorriendo cada centímetro de nuestras pieles, el agotamiento luego de esas largas noches de pasión y las consecuentes pérdidas de todo tipo de vestigio en nuestras mentes de idea literaria alguna, pero por sobre todos sus dientes hincados sin sangre involucrada eran las señales inequívocas de que lo que ella recolectaba era nuestro poco o mucho talento para enhebrar historias.

Han pasado ya seis meses desde que descubrimos la verdad sobre la Vampira; su libro ha sido re editado ya en dos oportunidades y su nombre forma parte de lo que se denomina “el nuevo boom de la literatura latino americana”. Nada pudimos hacer al respecto, no podemos acusarla de plagio y mucho menos contar esta historia que nos haría el blanco perfecto para la burla, justo ahora que de a poco empezamos a plasmar alguna idea en palabras.

Lo único que nos da un poco de bronca es que su editor ya ha anunciado el lanzamiento de su nuevo libro, esta vez una novela, y aun no hemos descubierto quién ha estado retozando en su cama, disfrutando de sus caricias, escuchando sus palabras dulces, ofreciendo su carne a los mordiscos.

viernes, 8 de junio de 2012

El tiempo nada significa- Miguel Dorelo



El tiempo nada significa- Miguel Dorelo

El tiempo es lo que pretendamos de él; un segundo o un siglo a veces se confunden, depende desde donde y como lo midamos. Uno u otro a veces no alcanzan o no son lo suficientemente escasos, la duración del tiempo es sobre todo una falacia. Más aún cuando estoy con vos, cuando me pierdo dentro tuyo: el amor todo lo transforma, todo lo tiñe de infinito, dos que se aman jamás podrán ir atados a la tiranía de las agujas del reloj ni…
— ¡Terminála, pelotudo! ¡Me tendrías que haber dicho que sos eyaculador precoz!

lunes, 4 de junio de 2012

Insistente- Miguel Dorelo



Insistente- Miguel Dorelo

­—Le agradezco, pero en este momento no necesito  —le dije de entrada.
—Pero mire que como yo no va a conseguir así no más, eh —porfió.
—Le creo; pero de verdad, no los estoy usando en este momento, no es nada en contra suyo.
—Multifacético soy. Me convierto en cualquier cosa que se requiera; hasta cambio de sexo si es necesario —insistió.
—Supongo que dice la verdad, pero en serio: estoy en una etapa de experimentación y no quiero depender de nada que sea demasiado tangible ni que me obligue a amoldarme a los cánones establecidos —traté de explicarle poniéndome en pose intelectual, aunque ya me la venía venir: cuando uno de estos se emperra pueden ser muy pesados.
—Bueno como Bambi o más malo que el mismo Chucky puedo ser, lo que prefiera. O morirme y resucitar, enamorarme, enamorar o pasar a la historia como el más odiado. Y físicamente también me adapto, no crea que no, rubia voluptuosa con pocas luces y grandes tetas, como esas que matan en las policiales, o una intelectual con anteojos y un poco frígida para esos cuentos machistas que usted suele escribir. De hombre tengo varios tipos también. Hasta animales le hago.
— ¡Ya le dije que no! —Me estaba hartando con tanta insistencia.  Fue peor. Se puso a rogar.
— ¡Por favor! No lo voy a joder mucho, me pongo a un costadito de la trama y ni molesto, solo una pequeña línea de diálogo de vez en cuando como para no sentirme un completo inútil. O me pone un nombre, el que usted quiera y me nombra cuando lo crea conveniente, solo eso. Dele, no sea malo.
— ¡Basta! Debería tener un poco más de dignidad. No lo necesito, le repito que no estoy usando personajes para mis cuentos, que estoy tratando de generar historias que no pongan al lector en el rol de identificación o rechazo que esto suele implicar. Inclusive cabe la posibilidad que decida también no utilizarlos a ellos; una nueva forma de literatura revolucionaria que nadie lea jamás. No me joda.
Fue ahí que comenzó a llorar a moco tendido y encima eligiendo la imagen de una bella y frágil mujer no exenta de las adecuadas curvas en forma de larguísimas piernas, un par de tetas del tamaño completamente compatible con mis manos y un culo que solo imaginado podía alcanzar tal perfección, todo esto enfundado en un conjunto de seda de un blanco níveo. ¿Ustedes hubiesen resistido ante algo así, aún si entre los lectores hay algunas damas, eh? Pues yo tampoco. La abracé, la acaricié, hice otras cosas que no vienen al caso y le prometí que en caso de no usarlo esta vez, lo haría en algún otro muy próximo relato.
Lo que sí, creo que otra vez pisé el palito, estos hijos de puta son muy taimados y conocen las debilidades de sus autores más que cualquier otra cosa en el mundo.