Un lugar netamente narcisista y/o onanista. Solo ficciones propias.Distintos relatos, algunos publicados en otros sitios, algunos inéditos (o impublicables).Cortos, medianos, cortísimos. Cuentos de "La cuentoteca"
sábado, 17 de marzo de 2012
Unidos o dominados- Miguel Dorelo
Unidos o dominados- Miguel Dorelo
— ¡Gracias, compañeros! ¡Hasta la victoria siempre! —concluye Juan.
—Estuvo buenísimo, te felicito —le comenta Pedro saliendo del local del partido.
—Gracias, loco. Tenemos que unirnos en la coherencia, si no nos comen estos yanquis desgraciados.
— ¡Eso! —Apoya Miguel—. ¡El pueblo, unido, jamás será vencido!
— ¿Nos encontramos más tarde y la seguimos? —propone Pedro.
—Dale, ¿dónde?
—En el Burger de Corrientes y Esmeralda. ¿Les parece?
—No, mejor en McDonalds. El Big-Mac viene en combo con una Coca, Frenys y después un Sundae; quedo pipón.
—Okey, nos vemos allá.
—No money —dice Miguel.
—Yo te banco, ayer vino my sister de Miami y trajo dólares a montones.
—Conmigo no cuenten —acota Juan—: esta noche por ESPN pasan la final del Super Bowl entre los Colts de Indianápolis y los Bears de Chicago. No me lo pierdo ni en pedo. ¡Go, go, go!
Moraleja: jóvenes revolucionarios argentinos eran los de antes.
jueves, 8 de marzo de 2012
Exactamente como me enseñaron- Miguel Dorelo
Exactamente como me enseñaron- Miguel Dorelo
En algún momento uno debe decir basta, hasta aquí llegué.
El hastío llega sin avisar, a veces antes, a veces después, pero cuando al fin lo alcanza a uno lo único que queda por hacer es decidir que hacer con él.
¿Por qué hacerse cargo de los errores ajenos?
Los finales suelen sor tristes, dejan interrogantes que solo podrían haber sido dilucidados cambiando la condición de serlo: yo no pedí que me mandaran ahí. Ellos son los responsables principales de todo este presente angustiante que me está tocando vivir. Y cuando digo “ellos” me refiero a todos y cada uno, desde mi superior directo, ese que por lo menos estuvo en el frente conmigo, hasta todos esos cerdos que decidieron cómodamente sentados en sus sillones ergonómicos, apoltronados en sus amplios despachos con aire acondicionado y secretarias top dispuestas a satisfacer todas sus exigencias, manipulando impunemente vidas ajenas, jugando con fragilidades cual crueles niños traviesos. Y los que fueron a festejar a la plaza, con sus hijos en los hombros y sus emocionadas voces entonando el himno.
Frío, calor, podredumbre, hambre, impudicia, pérdidas irreparables, odio, mucho odio; casi tanto como miedo. Nada de gloria, valor, amor a la patria o todo ese palabrerío que usan los que no les toca estar allí; una auténtica y contundente, grande, enorme mierda. Ya surgirá algún trasnochado cineasta que conforme al público con una gran película que ganará muchos premios y hará llorar ante la pantalla a espíritus sensibles, con una buena y adecuada banda de sonido, con primeros planos de rostros compungidos excelentemente actuados, banderas flameando, medallas póstumas en actos rimbombantes y reencuentros familiares con llantos y sonrisas dosificados en su punto justo.
Pero, mientras tanto algo se fue de madre, no salió como fue planificado, el sistema no lo contempló. Y acá estoy, porque quiero y a mi pesar, porque no hay forma de que no esté. Desde esta altura, la plaza luce casi hermosa, el sonido de los autos no deja escuchar los pasos de los cientos de personas que la cruzan, aún menos los susurros entre besos de una parejita que sentados en aquél banco de madera seguramente planifican un futuro juntos o los gritos de aquel hombre que en rincón y ante el desinterés de los transeúntes mencionará una y otra vez las palabras dios y salvación. Todos ellos ya fueron juzgados y condenados, sin derecho a apelación, con el contundente antecedente de simplemente ser parte de ese monstruo llamado humanidad; soy el abogado defensor, el fiscal, los testigos; los peritos de parte, el jurado, el señor juez, los televidentes que siguen atentamente el caso tomando mate en sus cocinas. La sentencia debe cumplirse.
Ajusto la mira, apunto a uno de los puntos más vulnerables, exactamente entre los ojos, exactamente como me enseñaron.
Imagen: La guerra- "La cabalgata de la Discordia"- Henri Rousseau
jueves, 1 de marzo de 2012
Una mujer debe servirse en su punto justo- Miguel Dorelo
Una mujer debe servirse en su punto justo - Miguel Dorelo
Unos consejos para una de esas noches en que ser un buen anfitrión es indispensable si queremos tener una excelente cena con la mujer de nuestros sueños.
Lo esencial, por lo menos en estos casos, no debe ser invisible a los ojos: ella debe verse lo más apetitosa posible y estar convenientemente fresca; en lo posible deberá ser sacrificada como máximo un par de horas antes de servirla.
Su aroma también es muy importante, una hermosa mujer oliendo mal echa por tierra toda pretensión de pasar una velada agradable. Sus efluvios naturales no deben exceder en demasía los límites sabiamente aconsejados en el “Manual de olores y sabores de una mujer promedio”. Un buen consejo: sumergirla durante treinta minutos en agua bien fría y otros quince en agua lo más caliente posible sin que llegue a sancocharze, ella no se quejará, para eliminar todo vestigio de perfumes y desodorantes que haya utilizado para impresionarnos.
Presentación del plato y con que acompañarla:
De estar ella tuneada de colegiala a pesar de una edad un tanto avanzada, una buena gaseosa cola, Coca o Pepsi, usted decide, sería a luces vista una excelente idea. Una guarnición de papas fritas, algo de mostaza o ketchup y unos pancitos saborizados otorgan el complemento ideal para un mayor disfrute.
En caso de inclinarse por algo más tradicional, bien podría ella estar envuelta en una fina capa de seda color negro, tanto sea en forma de vestido largo o en su defecto minúscula lencería de color blanco o beige. De todas maneras, resulta conveniente despojarla de sus prendas antes de someterla a la cocción necesaria, luego y con el debido cuidado para evitar que se deshaga antes de servirla podremos volver a vestirla para una mejor presentación del plato. Es imprescindible en este caso un buen vino.
A pesar de que una buena mujer debería ser suficiente para darnos por satisfechos (debería sobrar), podemos acompañarla con unas zanahorias al queso parmesano o una guarnición de bolas de calabacín, lo que añadiría al plato el toque erótico y/o afrodisíaco.
Por último recuerden no servir jamás una mujer acompañada con pescados, sean estos de mar o río y mucho menos con cualquier tipo de crustáceos. Evitar sobre todo el bacalao; jamás se deben superponer gustos y olores semejantes.
Eso es todo: reserven a su compañera de esa noche con anticipación y traten de que no haya estado contaminada con algunos de esos químicos que suelen utilizar para adelgazar o dormir. Y recuerden que si les sobra, una dama que haya gozada de buena salud se puede conservar debidamente trozada hasta seis meses en el freezer.
sábado, 18 de febrero de 2012
Terapia- Miguel Dorelo
Terapia- Miguel Dorelo
—Lo suyo, Gregorio, es un típico caso de trastorno esquizoide.
Cree ser un insecto pero no lo es.
— ¿Está seguro, doctor?
—Por supuesto, está usted curado. Vaya.
–Gracias, doc…
— ¡Qué asco! —El pisotón terminó con la vida de Samsa.
Las secretarias no entienden de técnicas Lacanianas.
lunes, 13 de febrero de 2012
Reinsertarse- Miguel Dorelo
Reinsertarse- Miguel Dorelo
Olisqueó el aire en busca de alguna pista. Nada. Estaba cansado y el hambre empezaba a acosarlo aunque aún era algo temprano en la mañana. Desde hacía un tiempo su cuerpo había empezado a darle señales inequívocas del paso del tiempo; hasta hace tan solo unos pocos años con solo sentir el viento para orientarse el dulce olor de las hembras lo hubiesen llevado directamente hasta donde se encontraban. Esto había quedado casi en el olvido, sus excitantes efluvios ya casi resultaban solo un aroma más que se confundía fácilmente con el de las flores o el áspero olor del rio cercano.
Sus ojos cansados recorrieron el horizonte sin que esto le proporcionara demasiadas pautas sobre hacia dónde dirigirse, pero no dejaría que esto lo desalentara: les iba a demostrar que aún podía, que aunque ya viejo y un poco desvencijado, conservaba algo de aquél ímpetu de su ya lejana juventud.
Hacia el norte; intuía que ese era el rumbo correcto. Más precisamente hacia el noroeste; había hecho un largo camino, devorando distancias desde muy temprano y ahora solo hacía falta un último esfuerzo. Debía concentrarse a fondo, ya que sabía muy bien que cuanto más pasaran los minutos, más débil se sentiría y podría llegar al punto sin retorno de quedar varado en medio de la nada, a mitad de camino de la desesperanza y la resignación.
Recabó fuerzas de donde pudo, el sol estaba ya bastante alto y supo que los plazos se achicaban peligrosamente, no bastaba con alcanzar la meta sino que debía hacerlo dentro del plazo establecido.
Tenía que sacar provecho de su experiencia, todos esos años sobre sus espaldas, con achaques y dolores también tenían su contraparte, y era saber interpretar las señales necesarias para orientarse en cualquier lugar que fuera. Miró a su alrededor y rápidamente comenzó a andar con paso firme y seguro.
Llegaría en tiempo y forma y el grupo tendría que reconocer que a pesar de su larga ausencia aún seguía siendo un macho de temer, las hembras festejarían alborozadas al verlo y los otros machos les demostrarían el respeto que él se merecía.
Quizás debió haber girado a la derecha cuando lo hizo a la izquierda, o haber evitado dar aquél cobarde rodeo para evitar ese grupo que creyó hostil, quién sabe. Lo que era seguro es que estaba completamente desorientado, definitivamente perdido y se estaba haciendo tarde.
Su corazón comenzó a latir mucho más aprisa de lo aconsejable, y su rudimentario cerebro se fue poblando de imágenes de soñados placeres que creyó definitivamente perdidos: comida en abundancia, disfrutar de la compañía de compañeros de su misma raza, dormitar luego a la sombra de los árboles sin otra preocupación más que dejar pasar las horas y por qué no, tratar de recordar aquellos tiempos en que el galanteo con el otro sexo formaba parte de sus quehaceres habituales. Pero todo eso ya no sucedería; por culpa de su maldito orgullo de macho devenido en autosuficiente, creyéndose el mejor y el más grande, como tantas otras veces.
El sol languidecía y las sombras se apoderaban lenta pero inexorablemente del paisaje. Comprendió, ya resignado, que su lugar ya no era aquél que añoraba tanto, que el tiempo no pasaba en vano para nadie. Conservando aún parte de su antiguo orgullo, aún sintiendo una pena tan inmensa como nunca antes, altiva la mirada, emprendió el regreso.
viernes, 3 de febrero de 2012
¿Y qué?- María Pía Danielsen & Miguel Dorelo
¿Y qué?- María Pía Danielsen- Miguel Dorelo
Río mientras explota el calor en mi cara.
Aunque mis ojos no me ven, se que el pecho y las mejillas están rojas. Las burbujas ya hicieron estragos por dentro: eliminaron cercos, surcos y atajos.
Aunque mis ojos no te ven, tus manos aprietan mi tronco y tu aliento juega en mi oreja.
Se retuercen entre mil ideas las palabras:-¡Sos tan especial! ¡Sos hermosa!-, mientras los sabores de las cerezas borrachas se alojan en mi saliva.
Aunque mis ojos no te ven, se que la humedad ya recorre la entrepierna.
Aunque mis ojos no me ven, se que mis dedos son tus dedos disfrazados de nunca.
¿Y que? Puedo recrear mil veces la despedida.
Y ni una sola lágrima asomará de mis ojos que no te ven ni me ven porque una despedida no es necesariamente un nunca más, sobre todo cuando el adiós queda flotando en el aire, casi sin fuerza, camuflado en un hasta luego, un quizás mañana.
Y por eso risa, como ansia de revancha sin rencor en un tiempo circular que nos encontrará más tarde o más temprano saboreando recordados sabores borrachos de cerezas, re-escuchando palabras hermosas y especiales, tus manos apretando atajos disfrazados de nunca y mi entrepierna húmeda recree mil veces un ¿Y qué?...
lunes, 30 de enero de 2012
Un fuerte olor a podrido-Sergio Gaut vel Hartman-Miguel Dorelo
Un fuerte olor a podrido – Sergio Gaut vel Hartman & Miguel Dorelo
Es terrible no sentirse limpio, se dijo. Lo obsesionaban todas las cosas que podían convertirlo en un ser inmundo: las bacterias, las liendres, los nanoseres microscópicos que las compañías de alimentos siembran en las viandas para controlar a las personas desde el comienzo de la liberalización productiva. Soy un descuidado montón de piezas indebidamente esterilizadas, casi cien kilos de materia contaminada; una criatura febril y sucia al mismo tiempo, no aguanto más los picores en el cuerpo, todos mis fluidos corporales sublevados, deslizándose por mi carne, empapándome hasta los huesos, esta repugnante sensación de estar inmerso en un gran tonel lleno de estiércol.
Y sobre todo me resulta totalmente imposible soportar este fuerte olor a podrido que ya invade todos y cada uno de los rincones de mi féretro.
Yo pedí expresamente ser cremado.
Y no me han hecho caso.
domingo, 15 de enero de 2012
Demasiado ecléctico- Miguel Dorelo
Demasiado ecléctico- Miguel Dorelo
Desayunó temprano: pizza con dulce de leche.
En el equipo de audio sonaba Mahler.
Como aún tenía tiempo continuó leyendo “Mi lucha”.
—Realmente fascinante, nunca me sentí tan identificado —se dijo.
Leería otro rato, ya que la reunión de los jueves en “Judíos del mundo, uníos” arrancaría un poco más tarde.
Desde los parlantes se dejaba oír ahora Daddy Yankee.
— ¡Parabrisas, limpia parabrisas! —cantó a dúo.
Retiró el CD que el día anterior había compilado; seguiría escuchándolo en el auto.
Apenas se puso en marcha, Frank Zappa lo acompañó durante los primeros kilómetros.
El encuentro con sus paisanos resultó por demás de placentero aunque duró más de la cuenta, por lo que tuvo que cortar antes el asunto para no llegar tarde a sus otros compromisos.
En su segunda reunión del día fue expeditivo: apoyó fervientemente la adquisición de los nuevos arpones para los barcos balleneros. Brindó con sake, saludó a Nakiro, el capitán de la flota y se retiró satisfecho.
Volvió al coche. Aceleró. No quería llegar tarde a la reunión de Greenpace; se decidía la campaña para adquirir los equipos de agua necesarios para los activistas voluntarios de los que formaba parte. Pensó en Willy, la ballena Hollywoodense y en la crueldad del hombre. Lloró.
Cosas del destino: Epitafio de King Crimson ponía la nota de color desde el estéreo. Subió el volumen y una nueva lágrima rodó por su mejilla, esa canción siempre lo había emocionado. Momentáneamente cegado, no alcanzó a ver que el semáforo cambiaba de color y atropelló al niño que balde en mano se posicionaba en medio de la avenida. Pensó en parar, pero ya estaba atrasado y en la organización nada se resolvía si antes él no era consultado.
—El equilibrio ecológico ante todo —se dijo.
Recordó la fecha; San Valentín. Realizó una breve parada para enviarle flores y el poema que había terminado esa mañana al amor de su vida.
Para mi único y verdadero amor, escribió. Abrió la guantera del auto y sacó su IPod: encuentro Swinger a las 23.00 hs. (hacerle recordar al amor de mi vida) —leyó en su agenda. Escribió la dirección del departamento en donde se encontrarían con las otros cuatro parejas en el dorso de la tarjeta y le agregó un amoroso soy enteramente tuyo, eres solo mía.
Manejó displicentemente el resto del camino, siempre había comulgado con aquello de que cada cosa a su tiempo y en su debido lugar, de nada valía apurarse, lo importante era tomarse las cosas con calma, darse el respiro necesario para una vida armónica.
Miró su reloj. Se le hacía tarde, aceleró a fondo, aquellas clases de meditación zen que inteligentemente había tomado acudieron prestas a su mente: vio los siguientes cuatro semáforos de un color verde radiante y hermoso, sus oídos troncaron los insultos y frenadas de los demás automovilistas en acordes melodiosos de oboes y violines.
El sol se ocultaba lentamente en un atardecer de ensueño, una inmensa paz se adueñó de todo su cuerpo; subió el volumen del estéreo al máximo: los Sex Pistols con “Anarchy in the UK” hicieron que no pudiese, ni quisiese, contener otra lágrima, la segunda o tercera del día; en materia de sensibilidad no importa tanto la cantidad como la calidad.
Pensó en cuan más hermosa es la vida cuando se vive en armonía con uno mismo y con lo que nos rodea, la coherencia de ser algo único e irrepetible pero a la vez formar parte de un todo.
Un hermoso día anunciando una aún mejor noche. Desde los parlantes Los Wachiturros se tiraban un paso mientras las primeras estrellas se asomaban tímidamente engalanando una jornada más en el bello planeta Tierra.
Relato inspirado en el concepto que sobre el autor suele recalcar Marcelo Pisarro.
Relato inspirado en el concepto que sobre el autor suele recalcar Marcelo Pisarro.
sábado, 7 de enero de 2012
Doble placer- Miguel Dorelo
Doble placer- Miguel Dorelo
Uno nunca termina de entender a las mujeres; aún amándolas con todo el alma.
Amena charla luego de una riquísima cena, con un par de capuchinos acompañados de dos generosas porciones de chocolate amargo y palpitando el roce de unas sábanas perfumadas y una piel ardiente en su punto justo. Agarro sus manos, la miro a los ojos largamente; ella me roza apenas los labios, me da un pequeño mordisco. Enloquezco.
—Desde hoy, cada vez que tengamos sexo quiero que me leas—me dice ella acariciándome por debajo de la mesa con su pie izquierdo descalzo.
— ¿Eh?
—Eso. Que a partir de ahora quiero que me leas algo cuando nos hagamos el amor.
—A ver si te entendí ¿Vos querés que te lea el diario mientras cogemos? Seguro que lo leíste en la Cosmo o alguna otra de esas revistas boludas que comprás —No hay nada que me moleste más que la rotura abrupta de un clima amoroso trabajosamente diseñado. Me pongo loco y sumamente soez.
—No seas ordinario. Y además no me refiero a un diario; tiene que ser algo más literario, un libro, un cuento, un poema…
—Estás loca.
—Si a vos te gusta leer.
—Es cierto. Y mucho, igual que a vos. Pero no sé qué tiene que ver.
—También te gusta hacerme el amor…
—Cogerte: co-ger-te. Dejáte de cursilerías.
—Bueno, eso que decís ¿Por qué no hacer ambas cosas al mismo tiempo? El placer sería doble para ambos y yo estaría contenta.Muy.
—Supongamos, solo supongamos no me vengas después con que te lo prometí, que acepto ¿Cómo sería el mecanismo de semejante cosa?
—Más o menos como siempre, solo tendríamos que encontrar la posición justa para que mientras lo hacemos vos puedas leerme algo. Creo que yo arriba sería lo ideal, pero vemos.
— ¡Que pelotudez! No. Lo de vos arriba está bien, me gusta y lo sabés, pero lo de leer…
—O lo hacemos así o no lo hacemos más.
—Claro, justo vos te vas a aguantar sin hacerlo. Andá.
— ¿Qué me querés decir? ¿Qué soy una ninfómana?
—Sinceramente…Pero, no peleemos; está bien, probemos a ver qué pasa.
— ¡Gracias, mi amor! Pensé que podríamos empezar con algún cuento de García Márquez o Cortázar o poemas de Neruda ¿Qué te parece?
—Y, no sé. ¿Y si empezamos con el dinosaurio de Monterroso?
— ¡Andáte a la puta que te parió! Me voy a la casa de mi mamá hoy mismo.
Uno no termina nunca de entender a las mujeres. Y aún menos a las fanáticas de las microficciones.
lunes, 2 de enero de 2012
Feng Shui- MIguel Dorelo
Feng Shui- Miguel Dorelo
—Papá, papá: hoy vi a un señor en la tele que decía que todos nuestros problemas se deben principalmente al mal flujo de energía debida a la mala disposición de nuestros muebles y la poco feliz elección de sus colores. ¿Y si cambiamos de lugar los colchones, corremos el brasero y pintamos el fuentón donde nos bañamos a ver qué pasa?
—Dejate de pavadas y seguí cartoneando que se nos hace de noche y tenemos como dos horas hasta la villa.
sábado, 31 de diciembre de 2011
El amor es pura casualidad- Miguel Dorelo
El amor es pura casualidad- Miguel Dorelo
El amor es pura casualidad; casualmente nos conocemos, nos caemos bien o no, conversamos o solo intercambiamos un saludo, volvemos a vernos en otra oportunidad o en varias o jamás volvemos a cruzarnos. Los factores determinantes de nuestras conductas son prácticamente infinitos y dependen no solo de nosotros mismos sino también del otro.
Puro azar. Nada mágico ni nada de aquello de que estábamos predestinados a ser el uno para el otro. Cualquiera de los dos podría haberse retrasado unos minutos en sus actividades del día ese en que se vieron por primera vez y el encuentro no hubiese acontecido. O habría sucedido en otro momento y otras circunstancias y todo habría sido distinto. Una mera cuestión estadística emparentada con la probabilidad.
Pero, y por suerte, todo estos razonamientos van a parar a la mierda cuando ella y él cruzan sus miradas y ambos sienten que no podrán ya vivir sin el otro.
Elaborado para La Cuentoteca
sábado, 10 de diciembre de 2011
Andén- Miguel Dorelo
Andén- Miguel Dorelo
A lo mejor habían decretado uno de esos paros sorpresivos que de tan seguidos ya no sorprendían a nadie; salvo a mí, claro, pensó no sin razón. Últimamente su pobre cerebro funcionaba a poco menos de la mitad de su capacidad debida principalmente a un agotamiento físico y mental que amenazaba con hacerse cada vez más y más pesado. Sabía que debía parar con el enloquecedor ritmo de vida que lo arrastraba hacia quién sabe dónde; lo sabía, pero le era completamente imposible hacer algo al respecto.
Ni un alma. El andén estaba absolutamente vacio. ¿Sería la hermosa muchacha con la que se había cruzado en las escaleras una probable pasajera que cansada de esperar la llegada del tren subterráneo había decidido marcharse de la estación? Por cierto, la había mirado más de lo que las buenas costumbres aconsejaban; no solía hacerlo, pero ella era realmente muy bella y se le hizo imposible apartar la mirada al enfrentarse casi cara a cara, cuando se cruzaron él en su bajada y ella en su ascenso. Extrañamente, le había sonreído, algo que no solía sucederle muy a menudo. Él no era lo que se dice un hombre guapo, con su pelo ya canoso que denotaba su madurez poco acorde con la juventud de ella. Y su aroma. Su aroma; por algún motivo estaba seguro que ese era su aroma, no el de algún buen perfume de esos caros que mujeres lindas como ella solían ponerse, ese aroma salía de ella, de muy dentro, de más allá de su piel. Olía a violetas, pero no; a chocolate amargo, pero no. Y tampoco, pero algo, a sal y especias. Y a otra cosa más que no logró identificar pero que le daba al conjunto el equilibrio exacto para hacerlo inolvidable. Un aroma acorde a la belleza física de la muchacha. La siguió con la mirada hasta que desapareció al final de la escalera, impunemente y a su antojo ahora que ella le había dado la espalda. Luego, lentamente bajó los últimos escalones.
Por un segundo se olvidó de ella y de su aroma, o casi; debía decidir qué hacer, quedarse a esperar aunque más no fuera unos minutos, darle una oportunidad a las circunstancias para que se adecuaran a la rutina de los vagones arribando o emprender el camino hacia las escaleras y abandonar el lugar para buscar la forma de regresar a su casa.
Diez minutos que parecieron veinte o más; el tiempo nunca es el mismo, se prolonga indefinidamente o se acorta sin que podamos hacer nada para impedirlo, los relojes nos engañan una y otra vez para que podamos conservar cierta cordura necesaria al mirar sus manecillas y creer que apenas se han movido o por el contrario, han avanzado más allá de lo que creímos posible. El andén sigue vacío y en silencio, al acecho sin motivos aparentes, ominoso en su aparente calma. No saber suele ser el comienzo de alguna clase de temor.
Que idiota, pensó. Lo único que me faltaba es asustarme por un andén vacio.
Razonar no basta por sí solo para espantar fantasmas, mejor volver sobre sus pasos, encarar las escaleras y salir a la avenida con su mar de gente, su tránsito desquiciado y su seguridad caótica.
Un sonido inconfundible hizo que desistiera de su intento: al final el maldito tren estaba arribando y un gran alivio se apoderó de su mente y su cuerpo; cuantas especulaciones estúpidas puede engendrar el cerebro humano estimulado por un par de acontecimientos circunstanciales en las condiciones adecuadas; todo este último tiempo de vivir a mil por hora, recurriendo a transitorias soluciones químicas para poder seguir inserto en una normalidad forzada, engañosamente sostenida por falsas prioridades por completo innecesarias.
Apenas ascendido, la puerta se cerró automáticamente a sus espaldas y el convoy comenzó a moverse. Solo unos pocos pasajeros. Y ese aroma a violetas, chocolate amargo, sal, especias y a esa otra cosa que ahora, al fin, pudo reconocer.
Elaborado para La Cuentoteca
lunes, 28 de noviembre de 2011
La búsqueda- Miguel Dorelo
La búsqueda- Miguel Dorelo
—No creo que le resulte demasiado difícil, me recomendaron muy especialmente sus servicios; solo le pido discreción absoluta. Aquí le dejo todos los datos con los que cuento sobre ella y dentro del sobre también hay un cheque con la mitad de sus honorarios, el resto cuando cumpla su cometido, como habíamos acordado.
—Muy bien, hoy mismo me pongo a trabajar.
—Espero novedades lo antes posible.
Estaba hecho. No había sido una decisión fácil: un largo tiempo con la idea dando vueltas por su cabeza hasta llegar al momento exacto en que ya no es posible seguir auto imponiéndose excusas de todo tipo para dejarse estar. La extrañaba. Le costó admitirlo, pero ahora que al fin lo había hecho no podía quedarse de brazos cruzados, dejando simplemente que el tiempo pasara. Y la amaba, ahora lo sabía. Quizá también la amó en aquél lejano tiempo en que la tuvo para él, pero no lo supo o no le convenía involucrarse en una relación que le llevara mucho más tiempo que un par de encuentros semanales para satisfacer urgencias corporales sin que le importase demasiado la contraparte; después de todo parecía que ella la estaba pasando bien así, o al menos eso creía. Hasta que comenzaron las exigencias.
—Quedáte —dijo ella una noche y encendió la alarma.
Inventó cualquier excusa, ya ni recordaba cuál para no pasar esa noche allí. La primera, pero no la última, de una serie de mentiras que le permitieron seguir un tiempo con aquella rutina con todos los beneficios y ninguno de los inconvenientes de una relación que se hacía cada vez más despareja. Solo le interesaba pasarla bien, tomar algo, charlar lo estrictamente necesario antes de entregarse de lleno a lo que realmente lo había conducido hasta su casa, su cuarto y su cama.
Un par de idas al cine y acompañarla por única vez a elegir unas cortinas nuevas: era todo lo que estaba dispuesto a otorgarle. Y algún café apurado de vez en cuando en el bar a pocas cuadras de su casa. De cenas y esas cosas, ni hablar. Lo habían establecido de entrada, quedó bien en claro que lo de ellos se basaba exclusivamente en la atracción física que sintieron uno por el otro a los pocos minutos de conocerse y que esa misma noche se encargaron de satisfacer. Cero compromiso; después de todo, era una época de desenfreno y de “amor libre”, como solía decirse.
Ella no cumplía con su parte, se hacía cada vez más evidente. Regalitos con cualquier excusa, recordatorios de fechas conmemorativas de cualquier nimiedad que los involucrara y una insoportable tendencia a querer retenerlo más allá de lo conveniente una vez que terminaban de hacer aquello para lo que se habían encontrado.
Empezó a sentirse cada vez más molesto con sus actitudes, presionado, comenzaba a asfixiarse; debía hacer algo. Lamentablemente ella era muy hermosa, demasiado; y como amante, única. Pero se estaba poniendo demasiado pesada, casi obligándolo a imaginar futuros inmediatos de convivencias rutinarias, almuerzos compartidos en cocinas primorosamente decoradas con manteles y cortinas haciendo juego, insulsas charlas de sobremesa e incómodas siestas abrazados. Hasta alguna vez habló de niños. ¡Niños! Pañales, llantos por las noches, conseguir obra social, llevarlos al colegio…
Huyó a tiempo, sin dar demasiadas explicaciones, no tenía por qué darlas; que ella se hiciese cargo de aquellos sentimientos que él de ninguna manera pretendió provocar y que no formaban parte del paquete.
Un par de meses después y un último gesto de buena voluntad por su insistencia que se estaba convirtiendo en persecución: charla café por medio, o mejor dicho poder decir lo que había que decir cuando alguna pausa de su llanto lo permitía; esto no es lo que yo quiero y no hay vuelta atrás, no llorés que de nada sirve, vos sabías bien que yo soy así, olvidáme y rehacé tu vida,sos linda e inteligente y ya vas a encontrar a quién te contenga…Adiós.
Treinta años, un matrimonio que duró muy poco, por suerte no quedaron en el camino niños carne fresca para analistas ni rencores perdurables en el tiempo. Varias relaciones, un par de novias y su soledad actual. Las noches de insomnio que comenzaron a tomar posesión de aquellas horas pretendidamente destinadas al descanso y que poco a poco fueron adueñándose de gran parte de su vida y sus más íntimos pensamientos.
Y en algún momento, hace menos de dos meses, ella. Ella, cagándose en los treinta años transcurridos, volviendo a ser presente por el solo hecho de escuchar de casualidad en la radio aquella cursi canción que siempre ponía en su grabador cuando se encontraban en su casa y que él soportaba por el simple hecho de dedicarse a explorar, besar, morder, lamer hasta el último pedacito de su cuerpo. Un clic para rememorar, comprender, negar y finalmente aceptar. Un proceso lento pero inexorable, concluyendo lo inevitable: aquél amor que no fue capaz de reconocer en su momento pero que ahí estuvo y aún estaba. Debía actuar en consecuencia, intentar algo que calmara su ansiedad; debía saber que había sido de su vida en estos treinta años sin noticias suyas. Supuso que quizá aún lo recordaría, o por lo menos esa sería una conducta lógica desde el pretendido inmenso amor hacia él que ella hubo evidenciado poco antes de que todo hubiese terminado entre ellos a raíz de, aún así lo entendía, su justa decisión unilateral.
Material y monetariamente estaba en muy buenas condiciones como para emprender sin mayores dificultades la tarea; su especial carácter, poco propenso a concesiones hacia el prójimo que consideraba propia de personalidades débiles, lo habían hecho triunfar en cada uno de sus emprendimientos y ahora era un maduro y prospero “hombre de negocios”, como le gustaba auto-nominarse.
Contrató a la mejor agencia y exigió especialmente que pusieran a trabajar a sus mejores hombres en el caso. Solo debían averiguar que había sido de la vida de su antigua noviecita. —Donde vive, estado civil, de que trabaja, cuáles son sus gustos, números de teléfono…Todo lo que pueda ser de relevancia —recalcó.
Esa noche durmió de un tirón y hasta se despertó muy tarde en la mañana. Estaba hecho. Supuso que en pocos días más llegaría el informe de la agencia y una vez con los datos en su poder seguiría con su plan de reconquista. Era muy optimista al respecto y con una más que justa y lógica razón: ella no podía haberlo olvidado, así como de ninguna manera rehusaría volver a él; había miles de razones para que estas dos cosas sucedieran, entre otras el recuerdo de su total entrega a todo aquello que a él se le antojó hacerle en la cama en sus últimos escarceos cuando se dio cuenta de la absoluta dependencia sentimental de ella y en que ahora era lo que se dice un “buen partido”, con varias propiedades a su nombre, una abultada cuenta bancaria y el conservarse aún bastante atractivo con sus muy bien llevados cincuenta y cuatro años. Un rechazo de ella era algo inimaginable. Solo restaba sentarse y esperar.
Diez días después, al no recibir ninguna explicación satisfactoria a sus reclamos telefónicos, se presentó en la agencia.
— ¿Qué es lo que pasa? — Exigió a voz en cuello —No puede ser tan difícil ubicar a una simple mujer. Quizás me equivoqué al contratarlos.
—Estamos en eso, disculpe la demora —respondió el máximo responsable del lugar —es que ella al parecer se ha estado moviendo de lugar en lugar en forma casi constante; pero hoy mismo me ha llamado desde el sur uno de mis hombres que cree haberla localizado. De confirmarlo, en unos días más tendremos un informe detallado.
—Eso espero. Después no se quejen si casualmente me demoro en completar sus honorarios, que por cierto no son pocos. Buenos días.
Una semana después recibió el llamado: —Está hecho, la hemos localizado, efectivamente está viviendo en el sur. Pase hoy por la tarde y tendrá a su disposición todos los detalles.
—Allí estaré.
Almorzó frugalmente y tuvo tiempo hasta para dormir una siesta; quería estar lo más lúcido y descansado en el momento de posar sus manos y sus ojos en aquellos documentos que lo reinsertarían primero en el pasado, actualizarían el presente y lo catapultarían a un futuro de reencuentro y felicidad.
Pasó por la agencia, retiró todo en dos grandes sobres ya dispuestos y se despidió con un uno de estos días les envío el resto del dinero.
Ya en su casa, desconectó todos sus teléfonos para que nada lo distrajera y comenzó a abrir los sobres.
El golpe fue más duro de lo que jamás se hubiese imaginado: allí estaba todo, un resumen de los últimos treinta años en la vida de su amada, con lujo de detalles, con consideraciones extras sobre sentimientos y emociones, tal como había pedido. Su partida a los seis meses de aquella separación con rumbo desconocido y el rastro reencontrado dos años después en Bahía Blanca, el primer domicilio conocido que la agencia pudo establecer. Tres años en aquella ciudad y luego su partida más al sur y un constante derrotero por diversas localidades de la Patagonia, inconsciente acto que en un futuro ocasionaría un sinnúmero de dificultades en un grupo de investigadores aún no presentes en su vida. Y por fin su afincamiento en Trevelín, en la provincia de Chubut, ciento veintitres mil hectáreas de un lugar paradisíaco rodeado de montañas y lagos de aguas cristalinas. Allí, donde encontró por fin la felicidad en las formas de un marido y tres hijos que a los que adoraba, según pudo averiguar a través de varios allegados el autor del informe. Regenteaban una posada para turistas millonarios que les proporcionaban el suficiente dinero para darse todos los gustos, incluidas vacaciones semestrales que le habían permitido sobre todo a ella conocer cada uno de los sitios en el mundo con los que siempre había soñado. Una vida plena de amor y felicidad en un lugar perfecto.
Acompañaban el informe fotografías y datos del esposo y los hijos, dos mujeres y un varón, el mayor, que con lágrimas en los ojos alcanzó a leer, tenía su mismo nombre. Ella estaba hermosa, aún más a como la recordaba, la madurez le había obsequiado una mirada mezcla de dulzura y sabiduría como jamás había visto en mujer alguna. Lloró con más fuerza y en ese mismo instante comprendió que ya no había más nada que hacer, no le quedaban fuerzas para intentar más nada, el resto de sus días lo encontrarían resignado y lamentándose por su ceguera en esos años.
El atardecer ya comienza más temprano a esta altura del año en Trevelín; el sol lentamente empieza a hacer mutis por el foro detrás de ese pico que tanto ama. Ella observa extasiada a través del ventanal de su humilde casita en donde ha vivido todos estos años con la única compañía de tres gatos y sus recuerdos, el espectáculo que la naturaleza le ofrece día a día gratuitamente y piensa en él. Una mezcla de amor y odio le inunda el alma, esa combinación que suele traer aparejada todo amor no correspondido. Y también una inmensa calma por lo hecho, una pequeña o gran venganza, nunca lo sabrá a ciencia cierta.
No le costó demasiado convencer al detective de su plan, en cualquier profesión, aún en las menos pensadas se encuentran personas sensibles y en este caso, luego de ella descubrir qué hacía ese desconocido recabando datos sobre su persona en el pueblo y contarle quién era ese amado hijo de puta que lo había contratado fue cuestión de unos días fraguar una convincente historia de felicidad entre ambos.
Y no le cobró ni un solo peso por el servicio.
Elaborado para La Cuentoteca
martes, 15 de noviembre de 2011
Sobre sapos y princesas- Miguel Dorelo
Sobre sapos y princesas– Miguel Dorelo
— ¡Sapito, sapito, ven acércate, no tengas miedo; te daré un beso en la boca y te convertirás en un bello y galante príncipe! —Llamaba la voluptuosa Princesa contoneándose de aquí para allá.
— ¡No le hagas caso, no le hagas caso! —Se escucharon varias voces desde la charca —La zoofílica esta ya nos hizo el mismo verso a todos y acá estamos, igualitos a como éramos.
Basado en un relato de Daniel Frini
Elaborado para La Cuentoteca
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