Todo este tiempo de no publicar en el blog, como explico en mi anterior entrada, lo utilicé en seleccionar y corregir relatos para mi primer libro de cuentos, "Partícipes Necesarios". Un proyecto que ahora es realidad. Estoy muy satisfecho con el resultado, y por suerte comparte mi parecer un admirado escritor amigo que me ha hecho el honor de regalarme un prólogo que por sí solo ya me ha colmado de placer. Les dejo sus generosas palabras y los invito a pasar por https://www.facebook.com/PNecesarios?ref_type=bookmark , pagina en donde iré subiendo las novedades al respecto.
Miguel
Ángel Dorelo: el cuchillo bajo el poncho
Por
Jorge Ariel Madrazo
Siempre,
en compromisos tan gratos como éste en que nos ha metido el escritor Miguel
Ángel Dorelo, recurrir a una cita autorizada otorga una seguridad extra. Así,
es bueno recordar lo apuntado por Julio Cortázar, nada menos, al hablar del
cuento : “El hecho esencial es que en un momento dado hay tema, y ese tema va a
volverse cuento…” Mientras esta magia se produce, dice Cortázar, alrededor
transcurre “la inmensa algarabía del
mundo”. Pero acota que esto de escoger un tema no es tan sencillo. “A
veces el cuentista escoge, y otras veces siente como si el tema se le
impusiera, lo empujara a escribirlo.”
Entonces:
el tema. Ya aquí nos diferenciamos drásticamente de lo que ocurre con el poema,
cuyo tema es… el poema. El poema no quiere decir algo que le es externo y
previo: lo que el poema dice, en su fascinante música extranjera, eso y no otra
cosa es lo que quiere decir. Pero el cuento debe decir algo preexistente a su
escritura, más allá de que la forma de decirlo añada matices fundamentales.
Ergo: la divagación, complejidades, rodeos y meandros estilísticos le son
permitidos sólo si concurren al fin propuesto: hechizar al lector/a la lectora,
con una historia no tan larga como para diluirse y perder concentración, ni
demasiado breve, pues esto lo haría caer en otro género: la microficción. Debe
ser capaz de agarrar por las solapas (o
los ojos) a quien lo lea, y no dejarlo ir. Y, de paso, conseguir que suspenda
toda exigencia de verosimilitud, que crea a pies juntillas todo lo que el
cuento le propone, como el más devoto de los fieles.
Que
Miguel Ángel Dorelo lo logre con mano por lo general segura, no es hazaña
menor.
Varios
ejes solicitarán las neuronas, el ánimo y hasta las tripas (porque también hay
que leer con las tripas) de quien navegue este libro atravesado por un humor
cáustico y a menudo brillante. En él, la
imaginación juguetona no desdeña convocar a temores y delirios capaces de
intranquilizar al más pintado, por ejemplo en «Caminata», «En la niebla» o
«Gatos», y lo hace acompañada de cerca por la fantasía erótica (que a veces
desemboca en la frustración entre patética
y desopilante). Irrumpe también
la certera radiografía social, gatillada por una solidaridad profunda, como en
la agria pintura de «Barrio cerrado» y «Belén». No menos importante, el autor
se atreve a enredarse en la tortuosa neblina de la soledad, a espiar los recovecos de las nunca unívocas
relaciones humanas. «Milf», «Sola», «La búsqueda», Matarla», incursionan con
agudeza en esas torsiones del alma y en algún caso, como un atemorizante
sub-matiz, se destapa la locura que pueden cobijar las redes sociales.
Los
transportes públicos suelen sugerir a la fantasía masculina (no estamos
autorizados a hablar de la femenina), la oportunidad de encuentros amorosos con
damas cuya sola presencia hace un clic en el subconsciente lujurioso del más
anodino de los pasajeros. Dorelo lo cuenta desplegando un friso de situaciones
tragicómicas. Pero sabe saltar con audacia a otro plano en «El loco del tren»,
una suerte de thriller alucinante con un desenlace totalmente inesperado. Es
que la cuerda del terror escondido en la cotidianeidad atrae a nuestro autor
como un imán, tanto como el placer de divertirse y divertir al lector. Y tanto
como el juego con el lenguaje, que maneja con convincente solvencia: el cuento
«Nipkcril» lo prueba con creces y arrancará más de una sonrisa cómplice.
Es
verdad: aquí y allá, en opinión de quien esto firma, Dorelo parece
engolosinarse con sus propias palabras, acaso llevado por el afán de brindar al
lector más pistas de las imprescindibles. Es el riesgo, siempre acechante, del
regodeo con la escritura. Pero ¿qué escritor no es amenazado por tal –hermoso–
riesgo?
Más
peligroso aún: ¿El personaje de un cuento puede rebelarse a la voluntad de
quien lo ha creado?
¡Sin
duda! Dorelo lo demuestra, con gracia difícil de igualar, en «Rebelde»: allí,
el escritor, ya harto y desesperado,
propone a un nunca satisfecho personaje instalarlo en una coyuntura muy
deseable:
“…Esa
noche estaba más hermosa que nunca. Su cuerpo perfumado lucía espléndido bajo
la tenue luz de las velas. Tendrían casi tres horas para ellos solos, ya que su
marido no regresaría hasta…
Pero
el personaje así beneficiado estalla con ira y reprocha al autor:
—
¡Inmoral! ¿Ella es una mujer casada? ¡De ninguna manera! ¿Por quién me tomaste?
¡Ni siquiera me presentaré ante esa señora!... Si es que se la puede llamar
así…”
Lo
dicho: hacer un cuento, y lo sabe Miguel Angel Dorelo, no es un asunto fácil.
Pero a él le sale muy bien.
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