sábado, 29 de junio de 2013

Viceversa- Miguel Dorelo


Viceversa- Miguel Dorelo

Sentado a la mesa del bar, pienso. Escarbo en mi mente tratando de encauzar el principio de lo que será un nuevo relato.
El café se enfría de a poco, olvidado en su pocillo blanco.
Miro a través de la ventana que da a la avenida. Escucho el ruido que producen los automóviles al pasar y observo a las personas caminar.
Un hombre de unos cincuenta años apresura el paso al cruzar desde la acera opuesta. Ya más cerca, cuando pasa delante de la vidriera del local, veo que es un poco más joven de lo que me pareció en un primer momento. Lleva puesto un abrigo color azul y una bufanda roja. Sé que hace frio y hay un poco de viento.
De a poco, la historia va tomando cuerpo, comienzo a teclear más aprisa y la pantalla se puebla de caracteres que van formando palabras, párrafos, oraciones…
No todo es lo que parece. Y menos aún cuando el que cuenta la historia es alguien como yo; alguien al que le gusta por sobre todo jugar con realidades inventadas. No crean a pie juntillas todo lo anterior que han leído.
En realidad estoy en casa, delante de la pantalla de la computadora, tratando de inspirarme para comenzar a escribir un cuento. No existen el bar, ni la mesa a la que estoy sentado, mucho menos el pocillo con café que se va enfriando. Tampoco la avenida, los automóviles ni sus ruidos. Mucho menos las personas que caminan ni el hombre que cruza apresurado, su abrigo de color azul y su bufanda roja. A veces, me involucro demasiado en mis propias invenciones, suelo confundirme y creo que en realidad todo eso existe. Por suerte, hasta ahora siempre he sabido reaccionar a tiempo. Ahora  sé a ciencia cierta que la realidad es otra y es debido a eso que comienzan a esfumarse ante mis ojos: solo quedan asentadas las palabras que describen a los personajes involucrados y su entorno. Todo ha vuelto a su lugar.
Y sin embargo, en algún lugar suena una alarma: algo no está bien y no alcanzo a comprender de qué se trata.

El hombre, de algo menos de cincuenta años, traspone la puerta de su casa, saluda a su esposa con un beso, se saca su abrigo de color azul, desprende de su cuello la bufanda roja y arroja ambas prendas sobre un sillón de color marrón.
—Hoy me pasó algo muy raro —comenta con voz algo turbada. Estaba cruzando la avenida en el lugar de siempre, frente al bar, cuando me llamó la atención un hombre que sentado ante un pocillo de café me observaba de manera inquietante. Pude ver que a continuación, tecleaba frenéticamente algo en una Notebook. Lo extraño es que cuando al fin terminé de cruzar y miré hacia el interior para ver su rostro, ya no estaba. Fue como si se hubiese esfumado.



lunes, 10 de junio de 2013

Anoche, ella vino a buscarme- Miguel Dorelo


Anoche, ella vino a buscarme- Miguel Dorelo

Ella es realmente hermosa. Es tal su belleza que te hace olvidar casi por completo de quién se trata.

Se presentó delante mío ayer por la noche, a eso de las ocho. Enseguida supe de quién se trataba. Llevaba puesto un vestido rojo muy ceñido  al cuerpo  y el pelo suelto. Apareció de la nada, justo cuando me encontraba pensando en qué me prepararía para cenar. Vivo solo y no me gusta demasiado pedir comida hecha, prefiero la ceremonia de cortar cebollas y morrones mientras a fuego lento el aceite se calienta en una olla no muy grande y en la otra, de mayor capacidad, va tomando temperatura el agua para los fideos.
—Hola —me dijo —Ya sabrás a lo que vengo.
—Claro —contesté — Sos más linda de lo que suponía. Mucho más.
— ¿Está listo? —preguntó.
—Nunca lo estaré. Deberías saberlo.
—Pues, no importa demasiado. Y eso es algo que vos deberías tener en claro.
—Lo sé.
— ¿Vamos yendo?
—Dame un par de minutos. No es fácil para mí. Amo demasiado la vida.
—Sí, lo sé. Hago mi trabajo a conciencia y leí tu ficha antes de venir para acá.
—Sentáte. ¿Querés tomar algo?
— ¡Ja! Ni lo intentes. No serías el primero en tratar de seducirme. Sé digno y resignáte. No te va a doler, lo prometo.
—No es esa mi intención. Solo ser amable. Y ganar algo de tiempo, lo confieso.
— ¿Para qué? ¿Qué significan un par de minutos más o menos?
—Realmente, no lo sé. A veces queremos algo sin saber realmente los motivos, solo porque lo queremos. ¿Siempre sos tan racional? Una mujer hermosa e inteligente. No es algo que haya visto muy seguido a lo largo de mi vida. A lo mejor ese es el motivo de querer prolongar esto: disfrutar de tu compañía.
—Bueno, gracias…
—Solo diez minutos. Por favor.
—Diez minutos. Solo eso. Y sin que te hagas el tonto.
—Gracias. Me gustan tus ojos, pero aun más tu sonrisa. ¿Qué querés tomar? ¿Estaría bien un coñac?
—Estaría perfecto. Terminamos de beber y nos vamos.
—Por supuesto. Vos sos la que mandás. Siempre son ustedes las que mandan ¿Te puedo preguntar algo?
—Sí, dale.
— ¿Por qué me toca hoy? Aún soy joven y en estos últimos meses me he sentido bastante bien.
—Una tontería: la sal. Te dijeron que debías dejarla de lado y no hiciste caso. Dentro de unos minutos, apenas termine de beber esta copa, tendrás un golpe de presión del que no podrás recuperarte.
—“No somos nada”: nunca mejor dicho. La sal, que pelotudez. Por lo menos me iré en buena compañía ¿Te dije que sos la mujer más sensual que he conocido? Lástima las circunstancias.
—No vas a lograr nada…
— ¿Con qué?
—Con halagarme. Ya te lo advertí.
—Lo sé, lo sé. Solo que tengo ganas de hacerlo; sin especular con ello.
—No te creo. Los hombres son todos iguales.
— ¡Ja! ¿La muerte es feminista? No se me habría ocurrido pensar semejante cosa ni en mil años.
— ¡No soy feminista, pelotudo! ¡Te llevo ya!¡No me provoques!
—Perdón, no te enojes. Aunque enojada seguís estando hermosa.
—Sos un idiota. ¡Cortála con los piropos! No me interesan.
—A todas las mujeres les importan los piropos —Le digo tomando su barbilla con una de mis manos.
— ¡A mí no! ¡Y no me toques! ¡No quiero que me toques!
—Permitíme que lo dude. ¿Qué pasa si hago esto? —le respondo mientras deslizo mi otra mano por su cintura y un poquito más abajo.
— ¡Lo único que me faltaba! Uno que se cree irresistible. ¿Ahora que sigue? ¿Vas a intentar cogerme?
—Tal vez… ¿Por qué no? ¿Te resultaría muy desagradable?
— ¡No cojo con humanos! Estás loco. Soltáme…
— ¿Me lo pedís con ese tono? Sonás a todo lo contrario.
—Soltáme…Por favor…
— ¿Estás segura de que es eso lo que querés?
—Sí.
— ¿Y no preferirías esto? —le digo deslizando mi mano izquierda por su entrepierna, mientras la derecha comienza a bajar el cierre de su vestido. Lo primero en asomar son sus  tetas: realmente, no son de este mundo. Le muerdo suavemente los pezones.
—No – me dice con un susurro, en ese tono exacto con el que la mujer pretende negar un sí.
En poco tiempo, descubrimos que ella es multi orgásmica.

La muerte, después de tener sexo, fuma. Igualito a una humana. Y quiere hablar, claro.
—Esto estuvo mal. Muy mal —me dice.
— ¿Te estás quejando? ¿No te gustó?
—No. No me gustó… ¡Sí me gustó, hijo de puta! Pero está mal. Yo no vine a esto.
—No siempre uno, o una en este caso, puede salirse con la suya.
—Vos sí. Querías cogerme y lo lograste. ¿Y ahora cómo sigue esto?
—No sé. Vos sos la que decide. ¿Me vas a  llevar con vos?
—No sé qué carajo dicen los reglamentos. Nunca me pasó algo así.
— ¿Y entonces qué hacemos?
—Supongo que debo dejar todo como está y pedir instrucciones.
— ¿Y eso cuanto tiempo demandaría?
— ¡No lo sé! Tampoco lo sé. Nunca pensé que un polvo podría complicar tanto las cosas.
—Siempre se aprende algo nuevo…
Ella apaga el cigarrillo que solo ha consumido por la mitad. Me mira a los ojos, se encoge de hombros y comienza a besarme mientras se desliza encima de mí.
—Quedáte a dormir —le digo.

Creo que me estoy enamorando e ignoro por completo en qué terminará esto.
Mañana será otro día y quizá lo averigüemos.