domingo, 22 de noviembre de 2009

Ella- Miguel Dorelo

Ella...Es perfecta.

Ella- Miguel Dorelo

Buscaba olvidarla sumergiéndose en otros cuerpos, pero solo lograba reencontrarla.
—Tu sonrisa, María, me recuerda demasiado a la de Ella —decía. Y se alejaba.
—Lo siento mucho, Cecilia, pero tus manos no hacen otra cosa que hacerme añorar sus caricias —y una nueva despedida.
Es dulce tu pecho, Gilda, pero el de Ella sabía a ambrosia y me resulta doloroso el recuerdo. —exclamaba. Y se marchaba.
Uno tras otro se sucedían los jóvenes y hermosos cuerpos. Muslos firmes y suaves como los de Ella, caderas ardientes como la de Ella, cabellos largos y renegridos como los de Ella.
Y ojos. Y miradas. Y labios. Y besos. Todo, absolutamente, le hacía recordar a Ella.
Cuando ya no pudo más, cuando se hartó de extrañarla, comprendió que no debía darse por vencido: Ella volvería a ser suya.
Ya no rechazó amores, consumó cada uno de ellos y poco a poco fue reencontrándola.
Los labios de Paula, los pechos de Beatriz, las caderas de Ana, se unieron a las piernas de Raquel, a los hombros de Fernanda.
Solo tuvo que encontrar una manera segura de deshacerse de los restos.
Y que Ella, ya completa, volviera a amarlo.

Exclusivo de La Cuentoteca


Re-Publicado en: Quimicamente Impuro

domingo, 15 de noviembre de 2009

La verdadera historia de Julieta y Romeo- Miguel Dorelo y Sergio Gaut vel Hartman

Una de las últimas fotos de los amantes...

La verdadera historia de Julieta y Romeo- Miguel Dorelo y Sergio Gaut vel Hartman.

En cuestiones de amores, de amores ajenos, lo mejor es no meterse. Miren si no lo que le ocurrió a Morfilia Chulanovsky, amante de turno del Director General de Asuntos Relacionados con el Manejo del Tiempo.
Aburrida en su mediocridad y con tiempo de sobra, ya que “Gran Hermano 2180” había finalizado y no había nada de similar catadura para llenar las horas vacías, Morfilia estaba al borde de la desesperación. Recorrió ansiosamente los cientos de canales holográficos, y grande fue su decepción cuando descubrió que faltaban veinte días para que arrancara la nueva temporada de “Levitando por un sueño”. Por suerte, o por desgracia, cuando cumpliendo con sus deberes de amante de turno le realizaba la fellatio vespertina al Director, se percató que desde su posición, levantando apenas la vista y sin soltar el objeto de sus afanes, se veía una inmensa pantalla. En ella observó a una pareja de adolescentes vestidos con trajes de época que se movían de un modo cómico, casi ridículo. Por señas, ya que no le gustaba descuidar su tarea por más rutinaria que esta fuera, le pidió al Director que subiera el volumen.
—Amorcito —dijo Morfilia cuando hubo terminado la sesión—. ¿Qué canal estabas mirando? Yo no encontré este reality por ningún lado. ¿Es nuevo?
—No, querida, no es un canal de reality. Es un monitoreo de rutina de acontecimientos ocurridos en el pasado.
—Ah, ¿y esos quienes son?
—Romeo y Julieta, se llamaban. Tuvieron un final triste, lamentablemente.
—Escuchemos qué dicen. O mejor dicho, qué decían.
— ¡Cuantas veces los hombres son felices al borde de la muerte! Quienes los vigilan lo llaman el último destello. ¿Puedo yo llamar a esto destello?
Ah, mi amor, mi esposa, la Muerte, que robó la dulzura de tu aliento, no ha rendido tu belleza, no te ha conquistado.
—Ella no se mueve y él la va a besar. ¡Que romántico!
—No creas, querida. Esta parte ya la vi. Él morirá y luego ella.
— ¡No! No puedes dejar que eso ocurra. ¡Prométemelo!—Si quieres que te siga haciendo eso que tanto te gusta, debes prometerlo.
—Está bien —aceptó resignado el Director.
— ¿Qué harás para modificar los hechos?
—Antes que nada, trasladaré un equipo a esa época y lugar. Habrá que hacer cálculos de probabilidades y estudiar las alternativas menos conflictivas para evitar cualquier alteración profunda de la historia.
— ¿Todo eso?
—Y, sí. No hay más remedio.
El Director General puso manos a la obra, aunque actuó con la mayor discreción posible, ya que no tenía excusas valederas para utilizar todos los recursos técnicos y de personal que se requerían; en una semana, todo había concluido.
Los desdichados amantes, previo acondicionamiento, fueron traslados hacia un pueblito perdido de Sudamérica en la década de 1950. A partir de entonces vivieron juntos un montón de años y fueron relativamente felices durante la mayor parte de ese tiempo, aunque la vejez los castigó con los achaques que son propios de la edad. El anciano, que había seguido la carrera militar hasta alcanzar el grado de coronel, estaba retirado, pero la pensión era insuficiente, no tenían fuerzas para trabajar la huerta y como vivían aislados del mundo, en los últimos tiempos habían padecido estrecheces económicas. Las necesidades minan el amor, por lo que las discusiones y peleas entre ellos ahora eran frecuentes, en especial cuando debían desprenderse de sus pocas pertenencias para poder subsistir.
Finalmente no hubo más remedio: con gran dolor, él decidió malvender su bien más preciado: el gallo de riña que con paciencia y cariño había adiestrado en los últimos meses.
—Voy a vender el gallo —anunció
—¿Y si no te lo compran? —rezongó ella—. ¿Qué vamos a comer si no te lo compran?
— ¡Comeremos mierda! —concluyó él.
Morfilia dio un salto para conocer el final de la historia y terminó por convencerse de que a los jóvenes amantes les habría convenido un final trágico pero no exento de grandeza. Su inoportuna intervención, motivada por el tedio, había derivado en una caprichosa acción que pospuso el desenlace de los hechos, pero no cambió su rumbo. Julieta murió de hambre y pena y Romeo, arrastró el resto de su existencia miserable en aquel pueblo perdido, aunque consiguió que otro artesano de las letras, un poco más hábil que el que lo había creado, se apiadara de su suerte y lo usara de modelo para escribir la historia de un coronel sin pasado.

Publicado en Breves no tan breves.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Senderos- Miguel Dorelo

Saber elegir no es tan sencillo...

Senderos 1- Miguel Dorelo

Extraviado.
Debía reconocerlo, estaba total y completamente perdido.
Ni siquiera estaba seguro del momento en que había iniciado el camino.
Ignoraba si el final de la senda se encontraba cerca o lejos.
Se resistía, incluso, a hacerse cargo de sus culpas, de haberse adentrado solo en él.
Confundido.
Demasiadas y confusas pistas…o total ausencia de ellas.
Para el caso daba lo mismo; desandarlo ya no era posible.
Seguir.
La única manera de encontrar alguna vez la salida.

Senderos 2- Miguel Dorelo

Alternativa.
Siempre la hay, aún en aquellos intrincados laberintos de frondosas y altas paredes que dificultan la visión, que confunden y ahogan.
Solo es necesario un momento, muy breve, en el que nuestra mente (o nuestro corazón, si así lo prefieren), vislumbra la salida.
Puerta.
Allí está, donde menos la imaginábamos, dispuesta y accesible, al alcance de nuestros pasos, tan cerca.
Meta.
Hasta es probable que no sea la primigenia, la buscada; quizás sea nada más, y nada menos, que la adecuada.


Exclusivo para La Cuentoteca