La
máquina del tiempo- Miguel Dorelo
La
oficina no era demasiado amplia ni tenía un estilo definido. Lo más destacado
de la decoración pasaba por una gran holografía de H.G. Wells ubicada en un
rincón y que en ese momento evidenciaba no ser de la mejor calidad, ya que la
imagen del famoso escritor británico sufría una especie de espasmos que hacían
dificultosa la correcta contemplación de su figura. Sobre el escritorio de
metal pulido, una verdadera reliquia en forma de antigua fotografía mostraba a
un hombre de pelo blanco y ojos desorbitados, al que el visitante no supo
reconocer. Detrás de él, en la misma fotografía, podía observarse un antiguo
medio de transporte, uno de esos ruidosos automóviles que tantas veces había
visto en documentales del canal histórico.
Al
ser invitado, tomó asiento y, luego de una pausa teatral, el pequeño hombrecito
que oficiaba de dueño de la oficina respondió a la inquietud que lo había
llevado hasta esa ignota localidad del sur californiano.
—En
efecto, está a la venta, pero bajo estrictas condiciones y solo en un número
limitado.
—Me
cuesta creerlo. ¿De verdad ha inventado usted una máquina del tiempo?
—Así
es.
—¿Y
funciona realmente?
—Por
supuesto. Tiene mi palabra de honor. Y no solo eso, en caso de ponernos de
acuerdo firmaremos un contrato con todas las garantías de la ley. Además, no
podría mentirle con el ilustrísimo doctor Emmett Brown observándome desde ese
retrato.
—Si
usted lo dice… ¿Y solo me saldría quince mil créditos universales? Menos de lo
que cuesta una aeronave de gama media estándar.
—Podría
haberla construido de forma que costase aún menos, pero traté de que no quedase
detalle, por más mínimo que fuese, sin ser planificado en función de la
seguridad y el terminado final. Además, la idea es limitar la cantidad para no
generar un consumo masivo que podría llegar a ser contraproducente. Como
inventor de este prodigio me reservo el derecho de hacer una estricta selección
de todo futuro adquirente.
—Me
lo aclaró su secretaria. Hermosa mujer, por cierto.
—Y
una amante excepcional. Pero vayamos a lo nuestro: en caso de decidirse, tiene
que estar dispuesto a una serie de análisis y estudios personales, desde
físicos hasta psicológicos.
—No
hay problema, estoy dispuesto a hacerme con ese prodigio. Discúlpeme, pero mi
ansiedad es demasiado fuerte y me gustaría hacerle algunas preguntas.
—Pregunte,
para eso estoy. Es indispensable que usted quede completamente seguro del paso
que dará al hacerse de esta máquina.
—¿Cómo
funciona? No digo que me dé detalles técnicos o científicos que seguramente no
comprenderé, más bien me refiero a lo práctico. ¿Se trata de una gran
estructura, algo así como una habitación o una especie de cubículo hermético?
—Usted
ha visto demasiadas películas clase B sobre el tema. No es así, más bien todo
lo contrario, físicamente es un pequeño adminículo que usted llevará adosado a
la muñeca de su brazo izquierdo. ¿Por qué no en el derecho?, se preguntará
usted.
—¿Por
qué no en el derecho, eh?
—Así
me gusta. Ese fue un error de armado, lo admito: si lo sujetáramos al otro
brazo se dificultaría la lectura de los comandos. Ya despedí al sujeto que me
diseñó el prototipo.
—¡Qué
bárbaro! Algo así como uno de esos antiquísimos relojes de pulsera, creo que
así los llamaban.
—Algo
así.
—¿Y
con solo ese aparatito podré viajar en el tiempo todo lo que quiera?
—Bueno,
en realidad, lo que hacemos no es “lo que queremos” sino más bien “lo que
podemos”. Podrá viajar en el tiempo, eso es seguro, pero me gustaría aclararle
algo al respecto.
—Y
bueno, aclare.
—Debo
ser lo más honesto posible.
—Y
dele.
—Bueno,
el viaje es, digamos, unidireccional.
—¿Unidireccional?
No entiendo.
—Solo
se puede viajar hacia adelante, hacia el futuro. Sería engorroso de explicar,
pero el viaje hacia el pasado es completamente imposible; para decirlo de una
forma sencilla, no se puede ir a un lugar que ya no existe, el pasado es eso,
algo que pasó, que ya no está más. Como si uno quisiera volver a un antiguo
amor y esta señora, hoy por hoy, ya tiene su vida resuelta al lado de otro, no
se puede volver a ella. ¿Entiende?
—¡Qué
macana! Me hubiese gustado viajar al antiguo Egipto para ver cómo construyeron
las pirámides, si es verdad que hubo ingenieros extraterrestres involucrados y
todo eso.
—Dejémonos
de boludeces, que somos grandes. Discúlpeme, pero hasta un niño sabe que el
secreto de la construcción de las pirámides pasa por la explotación de miles de
esclavos cargando piedras todo el tiempo sin paga alguna y alimentándolos lo
necesario para que no muriesen demasiados por día y no se atrasaran las obras.
Y están hechas como el culo. ¿O se creyó todo eso de las medidas casi perfectas
y la armonía de sus formas? No va a encontrar nada interesante en el pasado;
para eso están las enciclopedias y créame que es suficiente. Lo que realmente
vale la pena es el futuro.
—Me
convenció. ¿Algo más que decirme o aclararme? Creo que estoy completamente
decidido a adquirir su invento.
—Nada
demasiado importante, en el contrato de venta estarán contemplados todos los
posibles inconvenientes y tendrá vía libre para realizar cualquier reclamo.
—Listo.
Lo hacemos.
—Bien,
hable con mi secretaria y ella le dará las indicaciones para los próximos
pasos. Creo que no habrá inconvenientes para la aprobación como adquirente de
mi máquina, me ha dejado usted una buena impresión y mi intuición rara vez me
ha fallado. Nos vemos en una semana.
—Hola,
me llamó su secretaria diciéndome que pasara a verlo, que ya estaban en su
poder todos mis datos y que la decisión ya había sido tomada. La ansiedad me
está matando. Espero que tenga buenas noticias para mí.
—Despreocúpese,
amigo. Como le había anticipado, suponía que no iba a haber problema alguno y
así fue.
—¡No
sabe lo feliz que me hace! Entonces, ¿la máquina ya es mía?
—Prácticamente
sí; solo una serie de detalles finales y listo. ¿Le gustaría que fuese de un
color en especial? En nuestro catálogo tenemos veintiséis tonos distintos.
—¡Me
da lo mismo! …Aunque, espere. Amarillo, me gusta el amarillo. ¿Podría ser de
ese color?
—No
lo va a querer creer, justo ese es el que no tenemos. Nuestro departamento de
estadística comprobó, sin ningún lugar a dudas, que ese es un color que trae
mala suerte. “Mufa” le decimos internamente, un término de aquel siglo glorioso
en que se sentaron las bases para este presente maravilloso. Le puedo ofrecer
una en un tono naranja que está dentro de la escala cromática y seguramente
será de su agrado.
—Está
bien, en realidad me da lo mismo, solo quiero tenerla cuanto antes.
—El
contrato ya está confeccionado, solo falta que lo firmemos y, por supuesto, que
realice el depósito a mi cuenta en Calisto, esto de los paraísos fiscales
galácticos es una gran ventaja y permite abaratar costos, siempre en beneficio
del cliente, claro. Si todo va bien, esta misma tarde tendrá en su poder este
prodigio. Ha sido un placer hacer tratos con usted. Como siempre, mi secretaria
lo guiará en estos últimos pasos.
—¡Hijo
de puta! ¡Mal parido! ¡Estafador! ¡Esa porquería que me vendió no funciona!
—Tranquilo,
cálmese que le va a dar un infarto. Si yo le garanticé que la máquina funciona
es porque funciona. ¿Qué le pasó?
—¡Nada!
¡O todo! ¡Que la quise usar y no anda! ¡Me cagó, me engañó, me envolvió con
todo su palabrerío barato!
—Bueno,
barato no. Tampoco caro, le cobré lo justo. Además, está completamente
equivocado, estoy seguro de eso; jamás falló una de mis máquinas.
—¡No
me diga! ¡Pues esta vez sí! ¡No funciona!
—¿Leyó
el manual? ¿Hizo todo exactamente como allí se indica?
—¡Claro!
Hasta un imbécil podría seguir esas instrucciones. ¡Usted es un cagador
profesional!
—Tranquilo.
¿Cuándo la puso en marcha?
—Ayer
mismo. Debo confesar que estaba muy ansioso y, apenas llegué a casa, leí las
instrucciones, me puse su porquería en mi muñeca izquierda y la puse en marcha.
Como verá, me vine con el aparato puesto. ¡Y hasta ahora no ha pasado
absolutamente nada! ¡No funciona, carajo!
—Déjeme
ver. No veo nada raro. ¿Para qué fecha la programó?
—Le
confieso que cedí a la tentación a pesar de lo que me explicó y la primera vez
lo quise hacer hacia el pasado, pero en el acto se encendió una luz de color
rojo mientras una voz femenina, que creo haber identificado como la de su
secretaria, repetía monocordemente: “Para atrás no, estúpido… Para atrás no,
estúpido”. Me asusté un poco y la reprogramé para un año hacia el futuro,
apreté el botón azul, como dice en el manual, y no pasó absolutamente nada de
nada, ni en ese momento ni hasta ahora. ¡Me cagó, me estafó! ¡Le voy a iniciar
una demanda y lo voy a hacer meter preso, desgraciado!
—Espere.
Sáqueselo y démelo. No pasa nada, seguirá funcionando, no se preocupe. Mire,
apretando esta tecla, la verde oliva, se activa la calculadora científica. Me
olvidé de comentárselo, también puede utilizar la máquina para hacer cuentas. Y
hasta tiene una función que convierte las distintas monedas de los inframundos
a créditos universales. ¿Un año, me dijo? Bien, ya está. Como puede ver, eso
equivale exactamente a 31.536.000 segundos. Me dice que la puso en marcha ayer,
o sea que hará unas doce a catorce horas.
—En
estos momentos catorce, las cuento para tener más pruebas en su contra.
¡Catorce horas sin que pase nada, maldito delincuente!
—Calma,
calma. Catorce horas equivalen a 50.400 segundos según la cuenta que acabo de
hacer y si se los restamos a los originales 31.536.000 segundos de un año
completo nos da 31.485.600 segundos. Tal como le dije, está todo bien.
—¿Todo
bien? ¡Usted está loco! ¡No pasó nada, nada de nada desde que la puse en
funcionamiento!
—Ahora
caigo, ya sé lo que le pasa a usted. ¿Leyó el manual en forma completa, el
apartado de las especificaciones técnicas y, sobre todo, el inciso que se
refiere a la performance de la máquina?
—¿Eh?
No, no me pareció importante, usted me había explicado sobre la imposibilidad
de ir al pasado y que solo funcionaba hacia el futuro.
—Mal,
muy mal. Si lo hubiese hecho, nos ahorrábamos todo este mal momento. El
problema radica en sus falsas expectativas en relación con la velocidad de
traslado.
—¿La
velocidad de traslado? No entiendo.
—Ahí
está la clave de toda esta confusión y de sus dudas con respecto a mi
honestidad. Como le aclaré de entrada, solo se puede viajar hacia el futuro y
usted lo está haciendo en este preciso momento.
—Pero,
pero… ¡Yo no siento nada!
—Ya
le dije, eso es por la velocidad de traslado. Usted se está desplazando en el
tiempo en lo que llamo “velocidad normal de crucero”. En realidad, en la única
velocidad posible.
—¡Sigo
sin entender una mierda, la puta madre!
—Pero,
si es muy sencillo, hombre: usted llegará a ese futuro dentro de un año en unos
365 días, 8.760 horas, 525.000 minutos o 31.576.000 segundos, tal cual indica
la máquina.
—¡Eso
es una tontería! Mejor dicho, ¡una estafa lisa y llana! ¡Usted me mintió!
—Todo
lo contrario, le he dicho una verdad absoluta, jamás le he mentido en lo más
mínimo. Piense: usted hasta hoy creía en esa fantasía de viajar al futuro
instantáneamente y no tuvo en cuenta lo que le he explicado. Si se pudiese
viajar de esa manera sería muy peligroso ya que jamás se podría hacer el viaje
en sentido contrario y, en caso de no gustarle su futuro (supongamos que usted
viajase hacia una época particularmente horrible en la que no se sintiese a
gusto), no habría forma de modificarlo. Solo podría seguir hacia adelante sin
garantía alguna de que todo no fuese aún peor. Le he vendido cordura y, por el
módico precio de quince mil créditos, usted viajará en el tiempo hacia el
futuro, pero de la manera más conveniente, la que la naturaleza sabiamente ha
establecido.
—Pero…
—Sea
sincero, antes de conocer mi máquina del tiempo la idea ni se le había cruzado
por la cabeza.
—Pero…
—Más,
debería estarme eternamente agradecido. Bueno —y lo palmeó paternalmente en el
hombro—, ya está todo aclarado. Lo dejo porque dentro de media hora tengo una
entrevista con otro probable cliente, y usted sabe que el tiempo es oro.
—Pero…
—Que
tenga un muy buen día. Fue un gusto haber hecho trato con usted.
Publicado originalmente en la revista Axxón.