lunes, 24 de octubre de 2011

Salvation- Miguel Dorelo



Salvation- Miguel Dorelo

—Cincuenta años; toda una vida, como dicen acá —murmuró el anciano ubicándose frente al monitor. —Pero llegó el día: ya no voy a tener que soportarlos más ¡Raza maldita! ¡Se creen los reyes de la creación!

El plan había funcionado a la perfección, todo ese tiempo estudiándolos constantemente, leyendo miles de libros de todo tipo con el solo fin de la aniquilación total de la Tierra y sus habitantes.
Habían logrado ubicarlo en el lugar ideal y contaba con las condiciones adecuadas: la Biblioteca Nacional con sus cientos de miles de ejemplares más la extraordinaria capacidad de su raza para decodificar y así tratar de encontrar la punta del ovillo que diera comienzo al real apocalipsis de los terráqueos, sabiendo que estaba entre esos millones de palabras volcadas por escritores de toda laya y condición a través de siglos. Paradojalmente, el haber comenzado lógicamente por el libro sagrado del cristianismo solo le había hecho perder lastimosamente su valioso tiempo: puras paparruchadas sin sentido.
Una tarea ciclópea que le había llevado la dedicación casi completa de esos 18.250 días desde su arribo al planeta, solo con los pequeños interludios necesarios para simular su condición y no despertar sospechas sobre su real misión. A todos los habitantes de su añorado mundo casi no les era necesario ni el descanso ni la alimentación en la forma que era aquí común y corriente. Había sido elegido por la superioridad por su excepcional, aún entre sus pares, capacidad mental para ocasionar una interrelación neuronal en ambas direcciones, al contrario de la capacidad unidireccional del cerebro humano.

La clave de todo, la revelación final, como suele suceder en muchos casos y en todos los ámbitos, le fue revelada en forma casual; aún en alguien como él, al agobio de una tarea pesada y rutinaria tarde o temprano se le hace necesario un momento de distención, un recreo. Solía utilizar como medio de escape la lectura de ese género menor que los humanos llamaban “historieta” y ese atardecer se había decidido por una en especial que, le molestaba admitirlo, le agradaba sobremanera: las aventuras de un personaje fantástico, mezcla de soñador y aventurero, constantemente enredado en historias inverosímiles en lugares exóticos con mujeres muy especiales y amigos y enemigos fácilmente confundibles llamado Corto Maltes. En una de sus viñetas, a mitad de camino de la resolución del misterio de “La Casa Dorada de Samarcanda”, encendió la alarma una frase muy especial que evidentemente había sido puesta allí por su autor con el solo fin de ser descubierta por la persona, en el lugar y el tiempo adecuados. Él era todo eso y más.

En minutos todo estaría resuelto en forma satisfactoria, solo debía cargar las coordenadas adecuadas y las palabras claves; luego, valiéndose de ese rudimentario aunque suficiente dispositivo humano que algunos llamaban ordenador y otros computadora, enviaría la señal hacia su planeta y en pocos segundos ellos se encargarían de borrar de la faz del universo a la Tierra entera, incluida su propia existencia. Ni por un segundo dudaría en inmolarse por tan loable fin, ya que era la única oportunidad quizás en muchos siglos de cumplimentar la misión: no había resultado fácil su traslado hasta este rincón perdido del espacio sideral.

Los imponderables, el destino, la intervención divina, ¿Quién sabe? Justo un segundo antes de que el dedo índice de la mano derecha del alienígena ejerciera la justa presión sobre la tecla intro, un ejemplar de “Rimas” de Gustavo Adolfo Becquer mal acomodado por él mismo en un estante superior, dio de lleno en su cabeza, con tanta mala o buena suerte que lo golpeó de lleno justo en el hemisferio derecho, la parte sumamente frágil que tenían en el cráneo los miembros de su raza, produciéndole la muerte en forma instantánea.
Finalmente se había hecho realidad aquello que todo poeta o poetisa que se precie había anunciado hasta el hartazgo: “la poesía salvará al mundo”.

 Elaborado para La Cuentoteca
The Cranberries celebra

domingo, 16 de octubre de 2011

Matarla- Miguel Dorelo


Matarla- Miguel Dorelo

Esa mañana se levantó con la decisión tomada: la mataría.

No había pegado un ojo en toda la noche, yendo y viniendo entre la habitación y la cocina. Litros de café habían colaborado malamente en acentuar aquél insomnio que lo acosaba desde hacía varias semanas. Su salud se resentía cada vez más aceleradamente y en uno de los pocos momentos de lucidez que se colaban entre sus desquiciados pensamientos, comprendió que no podría continuar de esa forma por más tiempo.
Tanto la había amado como ahora la odiaba; aunque había momentos en que no llegaba a discernir uno y otro sentimiento.

Volvió a abrir todos y cada unos de los mails intercambiados, visitó su blog y su muro de Facebook; releyó sus últimas subidas a Twitter y se quedó varias horas observando su fotolog.
No me quedan alternativas, concluyó. Solo su muerte aliviaría en algo todo ese dolor que ahora sentía.

Se habían conocido casi de casualidad por un comentario de ella en el Facebook durante un intercambio no demasiado serio sobre un tema aún más nimio; un “me gusta” en uno en especial y el consiguiente “pedido de amistad” rápidamente aceptado. Ir de inmediato a su perfil y mirar antes que nada las fotos: no estaba para ganar un concurso de belleza, pero tenía algo que lo atrajo de inmediato, aunque en “información” no había demasiadas coincidencias en gustos musicales, autores preferidos ni películas favoritas.
Comenzaron con un par de mensajes privados, intercambio de mails y luego a chatear varias veces al día. Acentuaron las coincidencias y fueron raleando todo comentario sobre lo que los diferenciara. Finalmente, se enamoraron.
Todo lo que sube, baja, todo lo que empieza, termina. Filosofía barata de café pero no menos cierta y aplicable aún, y sobre todo, en las relaciones amorosas. Cuando algo ya no tiene razón de ser lo mejor es terminarlo a tiempo, guardar el mejor recuerdo posible y continuar el camino. El problema se plantea cuando el final es establecido por una sola de las partes. Un día, ella no se conectó; otro, rechazó un pedido de “charla” en el Messenger aduciendo que justo estaba saliendo de mi casa. Algo estaba mal. Tres días después, y luego de infinidad de mails mandados por él, llegó la escueta respuesta de ella: necesito tomarme un tiempo para pensar.

Varios meses con infinidad de intentos infructuosos siempre rechazados por ella hasta llegar a la fatídica noche en que leyó en su muro “Juana cambió su situación sentimental a tiene una relación”; fue rápidamente a su perfil y leyó un nombre que no conocía adosado al de su amada.

Luego el insomnio, el café, la angustia, más café, los malos pensamientos, la mañana y la decisión final.
Se levantó de la cama, se duchó, tomó unos mates y extrañamente en calma salió de su casa; entre sus ropas llevaba un cuchillo, el más afilado que tenía, el de los asados de los viernes con la barra de amigos; comenzó a caminar hasta el garaje en donde guardaba su auto. Subió en él y partió hacia la casa de ella. En el peaje preguntó cuál era el camino más corto hasta su destino, la ansiedad lo estaba matando y solo deseaba poner el punto final y definitivo a toda esta historia.

Durante todo el trayecto se preguntó cómo sería ella en persona, que tono de voz tendría y si en verdad sus ojos eran tan hermosos como los de su fotografía favorita, esa que había impreso antes de salir y ahora lo observaba desde el tablero de su automóvil.

Elaborado para La Cuentoteca