Vampira-
Miguel Dorelo
No
solo yugulares. Ella mordía justo donde hacía falta, la mayoría de las veces en
lugares que sorprendían a la ocasional víctima. Succionaba, eso sí, de una
manera deliciosa. Lo hacía de tal manera que hasta solía recibir ruegos o agradecimientos por su faena. No
exagero. Lo sé de primera mano; es más: fui una de sus víctimas. Ni la primera
ni la última, solo una más de su larga lista. A veces me la creo y me da por
pensar que signifiqué para ella algo más que un cuerpo destinado a calmar su
insaciable sed. Pero enseguida recuerdo todo al detalle y comprendo que es solo
una expresión de deseo para no sentir que me usó, ni más ni menos que como a
todos ellos. Intuitiva. Creo que es la palabra justa. No inteligente en el sentido que suele darse al
término, pero sabía, eso sí, dónde, como y a quién atacar. Físicamente, nada del
otro mundo, una mujer, digamos, término medio, ni linda ni fea. Una mujer
común. Y es sabido que las mujeres comunes son siempre las más peligrosas.
Sus
métodos y motivaciones los descubrí un poco tarde, lamentablemente. Me atrapó en
una tertulia de lectura de esas a las que solía ir y como un iluso creí que
nuestro encuentro había sido casual ¡Que estúpido! Tenía todo muy planificado.
Esa misma noche me arrastró hasta su cubil y dio comienzo una etapa de mi vida
que sé me costará mucho olvidar. Como dije, me mordió por todos lados, recorrió
con sus labios y sus dientes cada rincón de mi cuerpo sin solución de
continuidad durante toda la noche, lamiendo y succionando alternadamente. El
sol entrando por la ventana de su habitación me encontró exhausto pero feliz.
Ella me miró directamente a los ojos y de sus labios salió un “ahora sos mío”; muy poco tiempo después
comprendería que realmente sería así. Debo aclarar que no hubo ni la más mínima
gota de sangre, quizá ese detalle fue el que hizo que me confiara; solo más
adelante descubriría su condición de vampira sofisticada.
Volví
a mi casa casi arrastrándome, me sentía muy débil. Me acosté enseguida y dormí
doce horas seguidas. Desperté, me di una ducha y tomé un café bien cargado ya que necesitaba
estar lo más despabilado posible para poder terminar el relato que me habían
encargado y cuyo plazo de entrega vencía en menos de veinticuatro horas. Por
suerte solo me faltaba redondear un buen final y hacer una última corrección.
Me fue imposible. Mi mente divagaba por cientos de cosas sin importancia, pero
ninguna relacionada con la trama del cuento. Y la recordé, claro. Recordé sus
ojos, su piel, su olor; pero sobre todo recordé sus labios, su lengua y sus
dientes, sus afilados dientes. Dejó de interesarme lo escrito y los plazos de
entrega, solo quería llamarla y fijar un nuevo encuentro lo antes posible. Y
todo fue cada vez mejor y cada vez peor; las noches apasionadas, las madrugadas
de agotamiento y los días de mente vacía se fueron sucediendo uno tras otro. La
última noche, siempre hay una última noche, llegó sin aviso, sin señal alguna
que lo anticipara. Una velada como casi todas, pero más intensa: ella superó de
una manera que no puedo describir todos nuestros encuentros anteriores y la
mañana me encontró con un “ya no tenés más nada para darme, adiós” susurrado en
mi oído izquierdo.
Por
supuesto que intenté dejar sin efecto esa despedida unilateral, pero todo fue
en vano, ella no dejó que me acercara de ninguna forma. Además, me sentía muy
débil, tanto física como mentalmente; sobre todo esto último. En los pocos
meses que duró nuestra relación no había podido escribir ni una línea de texto,
simplemente no se me ocurría nada como para volcarlo en palabras. Luego de un
tiempo empecé a sospechar, por suerte mi cuerpo se estaba recuperando de a poco y mi
cerebro estaba recobrando su lozanía habitual. Comencé por hilvanar hechos y
gracias a una conversación que tuve casi de casualidad con un escritor al que
fui presentado en una de las reuniones a las que había decidido volver para ver
si conseguía desbloquear mi inexplicable falta de ideas, empecé a confirmar
algo que al principio creí solo un delirio de mi parte, seguramente potenciado
por la desazón que me embargaba. De repente él la nombró y luego de comunicarle
que también la conocía, comenzamos a intercambiar confidencias sobre ella. Un
calco casi exacto su experiencia y la mía, eso descubrimos a los pocos minutos
de charla. La conocimos de igual manera, del mismo modo transcurrió esa
inmediata noche en su departamento, el mismo cansancio a la madrugada, los
mismos besos, las mismas caricias, los mismos mordiscos, casi el mismo tiempo
junto a ella hasta exactamente la misma frase salida de sus hermosos labios “ya
no tenés nada para darme, adiós”. No
podía ser casualidad, era imposible tanta coincidencia. Decidimos aunar
esfuerzos y ponerla en evidencia. Él tampoco había podido contactarse de ninguna
forma con ella luego de la despedida, o quizá, más adecuadamente, el despido.
Poco tiempo después nuestra base de datos sobre “la Vampira” como empezamos a
llamarla, comenzó a incrementarse; descubrimos a otras víctimas, siempre
hombres. Siempre relacionados con alguna forma de literatura; uno era
instructor de padle y solía escribir ensayos, otro cuya profesión principal
era la de escribano, escribía micro relatos; mi ahora socio, en plena tarea de
corrección de su novela recién terminada y trabajando en una dependencia
policial del conurbano bonaerense y yo, trabajador autónomo y entusiasta
escriba de cuentos y algún perdido poema. Ella era una vampira muy abierta, o
como diría mi santa madre, dios la tenga en la gloria, “esa no le hace asco a
nada”.
Teníamos ya
una cabal idea de sus métodos, algunas pautas de comportamiento y muchos
detalles sobre su accionar; las coincidencias eran totales en todos los casos,
contactamos a las otras dos víctimas que asombrados escucharon lo que habíamos
descubierto. Comprobamos que en ninguno de los casos hubo vestigio alguno de
sangre, por lo que nuestra fantasía sobre una inmortal vampira que se
alimentaba de esa manera para conservar una eterna juventud fue descartada de
plano. Pero, eso no alcanzaba para comprender los motivos. Debía haberlo, solo
debíamos averiguar cuáles.
Y
una tarde, de casualidad, como suele pasar con los descubrimientos importantes,
la vidriera de esa librería de Palermo, un libro, su portada y su nombre
escrito en ella. Entrar, desesperar hasta que me tocase el turno y finalmente
tener entre mis manos aquella
publicación. Darle una rápida ojeada sentado en el primer banco de la
primera plaza, llamar a una reunión de urgencia al resto de los damnificados y
finalmente, las conclusiones.
Era
un libro de cuentos; los había largos, medianos y mínimos; casi doscientas
páginas de relatos firmados por ella. Ansiosos, nos pasábamos el libro unos a
otros, leíamos un cuento y nos mirábamos. Comenzamos a organizarnos: la
sospecha de que en esas hojas, en esas palabras estaba la clave de todo, nos
hizo agudizar el ingenio; decidimos que lo mejor era leer en voz alta y por
turnos, un cuento cada uno. Eran buenos relatos, coincidimos en esto y luego, más puntualmente, en que nos provocaba
una especie de dejá vu la mayoría, sino la totalidad de ellos.
Nos
miramos y casi al unísono lanzamos un ¡Que hija de puta!
Quizá nuestra conclusión final venga medio
tomada de los pelos para algunos, pero los cuatro estamos completamente
convencidos: sus caricias, sus palabras susurradas en nuestros oídos, sus
labios añorados recorriendo cada centímetro de nuestras pieles, el agotamiento
luego de esas largas noches de pasión y las consecuentes pérdidas de todo tipo
de vestigio en nuestras mentes de idea literaria alguna, pero por sobre todos
sus dientes hincados sin sangre involucrada eran las señales inequívocas de que
lo que ella recolectaba era nuestro poco o mucho talento para enhebrar
historias.
Han
pasado ya seis meses desde que descubrimos la verdad sobre la Vampira; su libro
ha sido re editado ya en dos oportunidades y su nombre forma parte de lo que se
denomina “el nuevo boom de la literatura latino americana”. Nada pudimos hacer
al respecto, no podemos acusarla de plagio y mucho menos contar esta historia
que nos haría el blanco perfecto para la burla, justo ahora que de a poco
empezamos a plasmar alguna idea en palabras.
Lo
único que nos da un poco de bronca es que su editor ya ha anunciado el
lanzamiento de su nuevo libro, esta vez una novela, y aun no hemos descubierto
quién ha estado retozando en su cama, disfrutando de sus caricias, escuchando
sus palabras dulces, ofreciendo su carne a los mordiscos.
6 comentarios:
Muy bueno. Pero hay que pensar en la venganza de los sobrevivientes. Si necesita testigos, yo miento por usted Dorelo.
Grcias, Gladis. No sé si habría que vengarse de esta desgraciada.Si ella es feliz viviendo así, sabiendo que en realidad el talento no está en ella...hay tanta gente que se auto engaña. Lo único es desearle que se enamore de algún analfabeto, que se yo.
Muy buen cuento, Miguel. Felicitaciones.
Gracias, María. Todo el mérito es de la Vampira; ella me autorizó a publicar la historia. Pero te perjudica, le dije. No, estúpido, ahora mi libro se venderá más por morbo, me contestó.La tiene clara la guacha.
¿Peleándote con tus personajes? jejeje... :)
Es que es un personaje mujer y esas siempre se las arreglan para pelearme.Si yo contara todas mis desavenencias tendría material para un par de novelas, María.
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