En
la niebla- Miguel Dorelo
Me
gusta salir a pasear cuando hay niebla.
El
lugar en donde vivo se presta idealmente para la formación de ese tipo de
niebla espesa que solemos ver en las películas de terror o de misterio. El mar
cercano, mi casa en lo alto de la escarpada colina a las afueras de la ciudad,
la humedad ambiente habitualmente en la saturación absoluta sumados a otros
procesos que quedan fuera de mi comprensión configuran las condiciones para que
noche tras noche se forme un espeso manto que limita los alcances de la vista
humana a muy pocos metros.
Vivo
solo. Esto es una gran ventaja, puedo caminar entre la niebla sin preocuparme
por el horario, sabiendo que nadie esperará ni ansiará mi regreso al hogar.
Disfruto,
sobre todo, esa sensación de contención que me da la niebla; ella me abraza y
me protege, envolviéndome muy suavemente, acariciándome con manos de mil dedos,
manos de mujer, porque la niebla es inequívocamente femenina, estoy seguro.
La
niebla es dulce. Ella se mete en mis pulmones dejando a su paso un sabor y un
olor como ningún otro.
Me
gusta jugar con la niebla. No jugar en la niebla, sino jugar con ella. Como se
juega con una mujer amada. Juegos de seducción, juegos de dos sin lugar para
nadie más. A veces, juegos peligrosos, esos que me hacen sentir vivo. Ella se espesa hasta
hacerse una muralla impenetrable, acorta mi visión a apenas unos centímetros y
es ahí cuando empieza lo mejor del juego. Camino muy despacio en dirección al
mar situado un par de cientos de metros más abajo, calculo la ubicación del
borde del acantilado sin vallas contenedoras, recuerdo las formas agudas de las
rocas, potenciales dagas desgarradoras de mi cuerpo. Me gusta pensar que cuando
me acerco demasiado al abismo ella se asusta y es por eso que por lo general se
disipa un poco y deja que vea el lugar donde mis pies están pisando. Estoy seguro
que me ama tanto como yo a ella.
No
siempre es todo tan intenso. Hay noches en que paseamos mansamente, a
prudencial distancia del desastre. Ella solo me abraza y yo solo dejo que lo
haga.
En
ocasiones, no demasiadas, he tenido la sensación de que nos observan. No sé ni quienes
ni con qué motivos. Pero, la mayoría de las veces recuerdo que esto es
imposible, como ya he dicho, vivo solo. Solo en la colina, en la ciudad y en el
mundo.
Han
pasado más de dos años desde que la soledad me eligió. No entiendo ni las
causas ni conozco las circunstancias, solo estoy seguro de que la humanidad se
ha extinguido y solo quedo yo sobre la faz de la tierra.
7 comentarios:
¡Que profùnda tristeza!
La soledad de tù personaje lo lleva a materializar la naturaleza misma
Muy bueno!!
Me parece que está medio chiflado, pero bueno, no voy a andar juzgando a mis personajes, Chely. No debe ser fácil quedarse tan solo.
Miguel:
Una historia extraña e inquietante, creada a partir de las percepciones de un solitario, que divaga sin sentido.
Muy bueno, está escrito de manera prolija y no deja caer el interés por la historia.
Un gran abrazo.
Gracias, Arturo. Esta es una de esas historias que me exigen ponerme lo más dentro del personaje que pueda y tratar de "ser" el personaje, no solo describirlo o inventarlo. A veces se logra y otras no.Creo que en parte lo pude hacer.
Otro abrazo para vos.
Me gustó esta relación amorosa suicida, entre esta niebla fémina y el protagonista...
Felicitaciones por tu escrito.
Gracias, María Rosa. Un personaje en circunstancias muy especiales que juega en el límite y extraña la compañía femenina. No la tiene fácil.
Por momentos me parece que el personaje es un loco. Hay una inexplicable inocencia que lo empuja a querer más. Creo que no tiene nada qué perder.
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