miércoles, 15 de julio de 2009

Crónicas Principescas: una odisea especial- Miguel Dorelo

El autor aclara que el Príncipe protagonista del relato a continuación NO es el señor de la fotografía...pero bien podría serlo.

Crónicas Principescas: una odisea especial- Miguel Dorelo


Todo podría haber sido muy simple; hijo único del monarca y sin más preocupaciones que las de dejar transcurrir los días gozando de los privilegios de la realeza: no hacer prácticamente nada y recibir mucho a cambio. Pero, no todo son mieles en la vida.

Joven y ya en edad de merecer, los problemas comenzaron para el joven Príncipe cuando posó su mirada en la más bella doncella del reino; una joven ninfa cuya belleza solo era superada por su pureza, tanto de espíritu como de cuerpo. Largos cabellos renegridos, contrastando con una piel de un blanco níveo y unos ojos color del cielo en una mañana de primavera. Un cuerpo en esa fantástica etapa en que no hacía mucho tiempo era de una casi niña y que estallara de golpe en una mezcla de voluptuosidad e inocencia, alterando sobremanera las hormonas de nuestro héroe, sumiéndolo en un constante estado de excitación.
Pero tal belleza no podía pasar desapercibida. Uno de los Dioses de aquel reino, quedó prendado de semejante joven y al ver que ésta miraba con buenos ojos al musculoso Príncipe, decidió poner trabas a la posible relación amorosa entre ambos.
Un atardecer en que el heredero al trono, había salido a cazar con un grupo de amigos y habiéndose internado en un espeso bosque, notó que de repente se encontraba solo. No era la primera vez que esto le pasaba, casi siempre se perdía y no se preocupó demasiado. Llevaba siempre con él un silbato que su padre le había atado al cuello hace unos años, luego de la séptima vez que se había extraviado y ya cansado de perder tiempo, hombres y recursos para encontrarlo.
—Por lo menos, papá me quitó esos incómodos cascabeles acoplados a manos y pies —reflexionó el Príncipe.
Esperó un tiempo hasta que se dio cuenta que ya no lo encontrarían y llevándose el adminículo a la boca, sopló con todas sus fuerzas. Nada se oyó.
—Debo estar sordo, se dijo, y esperó dos horas más. Al ver que nadie acudía, volvió a soplar. Tampoco esta vez escuchó nada. Siguió esperando. Se entretuvo mirando los grandes árboles que lo rodeaban y los pequeños pájaros que sobrevolaban el lugar. Estos últimos lograban levantarle un poco el ánimo con sus alegres colores y sobre todo con sus armoniosos trinos.
Luego de otra hora de deleitarse con el canto de las aves, razonó: —escucho a los pájaros, ya no estoy sordo —y presurosamente se llevó el silbato a la boca. Ningún sonido salió.
— ¿Me habré quedado sordo de nuevo? —se preguntó.
Tan enfrascado estaba en resolver semejante misterio, que no vio que a su lado se encontraba un ser de aspecto misterioso. No lo había oído llegar.
—Se debe haber acercado en uno de los momentos en que he estado sordo —se dijo.
— Oh, Príncipe heredero, elegido de los Dioses, no caviles más sobre lo acontecido en las últimas horas. He sido enviado a ti para despejar todas tus dudas. Sólo pregunta y yo responderé.
— ¿Quién eres? ¿De donde vienes? ¿Cómo sabes quién soy yo? ¿Por qué he quedado sordo?
—Soy el que soy, pero muchos se refieren a mí como el Oráculo y vengo desde muy lejos y a la vez de muy cerca.
—No entiendo lo que dices. ¿Cerca o lejos? ¿Que clase de nombre es ese? — repreguntó el Príncipe.

—Con gusto responderé, si es que no me interrumpes. ¿Que clase de Oráculo sería si no te reconociese? Ah, y no has quedado sordo en ningún momento. El silbato ha sido inutilizado para que no puedan hallarte tus acompañantes.
— ¡Fuiste enviado por mis enemigos! ¡Probarás el filo de mi espada!
—Cálmate y escucha, zopenco. Todo tiene su lógica explicación, aunque para ti, quizás lo lógico poco signifique.
—No te entiendo. Habla más claro. Además, mucho Oráculo, pero ese no es mi nombre.
—Trataré de expresarme lo más sencillamente posible, pero sospecho que no me será nada fácil hacer que comprendas. Sé que has puesto tus ojos en la más hermosa doncella del reino, y que a ella no le eres indiferente, pero el destino, ha puesto en tu camino un gran escollo; uno de nuestros Dioses ha fijado su mirada también en ella, y valiéndose de sus influencias, ha conseguido que sus pares pongan a prueba tu amor por medio de
algunas tareas que deberás cumplir para ser considerado su pretendiente.
—No comprendo.
—Que si no pasas unas pruebas, deberás olvidarte para siempre de ella, ganso.
—No, no, de ninguna manera, yo la amo y quiero ser su primer y único hombre. Ninguna prueba, por más difícil que sea podrá impedirlo. Ganso, tampoco es mi apelativo.
—Ja! Ya lo veremos —fueron las últimas palabras del Oráculo.

Una luz envolvió el lugar, cegando por un momento al Príncipe. Cuando recuperó la visión, el Oráculo ya no estaba frente a él; la escena no era la misma: se encontraba a gran altura y al borde de un abismo. Delante suyo, una gran muralla de miles de pies de altura, con dos puertas. Miró, tanto el precipicio como la muralla, y luego de considerarlo durante 45 minutos, decidió que la única manera de salir de allí era por una de ellas. ¿Pero cuál? Seguro que una lo conduciría hacia su perdición. Había visto algo así en un sueño hace un tiempo, y en su mente de niño (solo contaba con 19 años en esa época), había quedado marcada esa experiencia.
Observó cuidadosamente a ambas. Eran idénticas. Del mismo tamaño. No veía ninguna señal que le indicase cual era la correcta.
—Confiaré en mi intuición — se dijo, y se dispuso a abrir una.
—— ¡Esa no, zanguango!, se escuchó al instante.
— ¿Quién dijo eso? Si no te identificas, ¡Probarás el filo de mi espada! (le gustaba decir esa frase. Le sonaba heroico y principesco). Además ese tampoco es mi nombre.
—Yo —dijo un sapo con cuerpo de sapo, patas de sapo y boca de sapo.
— ¿Hablas? Seguramente eres un príncipe como yo… y has sido hechizado… y esperas a tu princesa… y ella vendrá… y te besará y….
—Cállate, tontuelo, soy un sapo nada más. Solo me fue dado el don del habla, para poder servirte de ayuda en esta primera prueba. Deberás contestar correctamente a un acertijo y te será indicada la salida correcta. Presta atención:

A un árbol me subí,
Donde manzanas había.
Si manzanas no comí,
Y manzanas no dejé,
¿Cuántas manzanas había?

—No me gustan las manzanas — dijo el Príncipe.
— ¿Qué carajo, te gusta, entonces? —dijo el batracio, poniéndose más verde de lo habitual.
—Y…, las bananas.
—Bueno, distinta fruta, mismo acertijo. ¿Cuantas bananas había?
— ¿Dónde?
— En el árbol — dijo el sapo, al borde del llanto. Piensa en bananas.
— ¿Una ayudita?
El sapo, que había sido sobornado por un Dios enemigo del otro para facilitarle las cosas a nuestro héroe, trató de ayudarlo.
—Piensa en el singular y el plural.
— ¡Maldito sapo bastardo! ¡Quieres confundirme! Dijiste que pensara en bananas. ¡Probarás el filo de mi espada!
El enviado no solo hablaba, también podía llorar. Entre llantos y quejidos se lo pudo escuchar diciendo: —dos, dos manzanas, o bananas o la fruta que prefieras. La respuesta correcta es dos, infradotado.
— No comprendo por qué, pero aceptaré y haré mía tu respuesta. Dime ahora cual es la salida correcta. Ah…sigues sin acertar con mi nombre.
— La de la izquierda — respondió el sapo con un hilo de voz.
— Bien. Ya nos volveremos a ver — aseveró el patovica empujando la puerta.
— ¡La otra!— fueron las últimas palabras del sapo, antes de arrojarse por el precipicio.

Mientras tanto, en la capital del reino, esperaban con ansiedad los resultados de las pruebas por las que el heredero tendría que pasar. Se transmitía todo tipo de información de lo acontecido por medio de un ejército de corresponsales, las 24 horas. En esos días se habían agotado las pantallas LCD y todos los hogares, aún los más humildes contaban con una de ellas y el estado los proveía gratuitamente de la conexión satelital. Pan y circo: una fórmula infalible en cualquier tipo de gobierno.
La Doncella, encerrada voluntariamente en una suite del palacio al que había sido invitada, calmaba su ansiedad haciendo zapping por los distintos canales que informaban sobre las hazañas de su probable futuro esposo, pero quizás por una falla técnica, quizás por intervención divina, observó en una de las pantallas unas imágenes algo confusas.
Nunca había visto algo igual: hombres y mujeres desnudos se entregaban a prácticas a todas vistas poco acordes a lo que acostumbraban a ver sus cándidos ojos. Estos últimos, a pesar suyo, no lograban apartarse de las imágenes y pudo observar que los participantes de aquellas escenas parecían muy felices. Un calor sofocante comenzó a recorrer su cuerpo, y sus manos, tomando la misma actitud que antes sus ojos, parecían no querer obedecerla y comenzaron a actuar por su cuenta.
Un rato después, ya calmada, se preguntó que sería todo eso que había acontecido.
Llamó a uno de sus pajes, habitual confidente, el negrito ese que el rey había puesto a su servicio, y le contó lo sucedido. El paje, muy servicial por cierto, sació totalmente a la ex -cándida doncella de las dudas que esta tenía, tanto teórica como prácticamente.

Mientras tanto, nuestro amigo, que había escuchado a tiempo las últimas palabras del finado sapo, atravesó la puerta para toparse enseguida con la nueva prueba.
Se encontró esta vez en un amplio y árido lugar, llano y casi desértico… Si no fuera por un enorme dragón alado que babeando y con los ojos desorbitados miraba al príncipe con inequívocas intenciones. Grandes columnas de humo verde oscuro salían de sus fosas nasales: el fogoso ataque era inminente.
Lejos de amilanarse ante semejante enemigo, el príncipe desenvainando su arma y al grito de — ¡Probarás el filo de mi espada!—, se abalanzó contra la bestia, cercenando con un certero golpe la cabeza del monstruo.
Ante el cuerpo inerte, esperó pacientemente y con la espada en alto durante seis horas el héroe, hasta que una voz desde las alturas se dejó oír:
— ¿Qué esperas, OH, valiente y aguerrido Príncipe? ¿Acaso en tu infinita bondad, elevas una plegaria por el alma del animal vencido? Debes saber que tal engendro del mal no posee alma alguna por la que debas pedir.
—Estoy esperando que salgan —dijo el Príncipe.
— ¿Qué salgan? — preguntó la voz.
—Si, que salgan las otras seis.
— ¿Qué otras seis? —indagó totalmente desorientada la voz.
—Las otras seis cabezas del Dragón, así podré cortarlas de un solo tajo y superar esta prueba y reencontrarme con mi amada.
—Has escuchado demasiadas historias fantásticas en tu infancia, grandote descerebrado, los dragones solo tienen una cabeza, como todo el mundo sabe, y además este ya está despidiendo un olor bastante fuerte. Está más muerto que tus neuronas —dijo la voz, perdiendo su compostura divina.
—Bueno, mejor así. Eres observador por lo que veo. Poseo un gran cuerpo por cierto, pero tú tampoco aciertas con mi nombre.

En palacio, la aspirante a Princesa consumía sus horas totalmente sumida en su nuevo pasatiempo; con la excusa de “aclarar sus dudas sobre los extraños comportamientos que había observado en la pantalla”, había consultado sobre dichos sucesos con el jefe de guardia de palacio y luego con el fornido encargado del polvorín.

—Ahora sí. Llevadme junto a mi prometida, que estará ansiosa por verme. De prisa.
— Espera, poco seso. Todavía falta una prueba —le dijo un tipo de lo más común. Los Dioses, estaban ya hartos de lidiar con las pocas luces del Príncipe y sus enviados no eran lo que habían sido.
— ¿Más todavía? ¿Y ahora que tengo que hacer?
—Nada, solo cerrar los ojos y poner tu mente en blanco.
—Lo de los ojos, creo que me va a salir, pero lo otro…
—Deja, deja. Nosotros nos encargamos.
Un pequeño grupo apareció de la nada como siempre. Lo integraban dos científicos con pinta de científicos, un psicólogo que así aparentaba, un técnico con facha de técnico y una secretaria.
Hicieron sentar al Príncipe y conectaron a su cuerpo diversos cables, chips de silicio mejorado y varias terminales USB. El técnico conectó todo a un pequeño dispositivo, mientras la secretaria tomaba notas de todo y mostraba sus hermosas piernas.
—Ahora, solo cierra tus ojos y relájate—dijo el psicólogo.
Bajo la atenta mirada de los dos científicos, el técnico terminó de hacer unos últimos ajustes.
Un zumbido casi inaudible dio la pauta de que la última prueba había comenzado.
Consistía en una serie de impulsos electromagnéticos de ondas Alfa, Alfa Centauri, Beta y Beta Centauri que serían transmitidos directamente al cerebro del Príncipe. La finalidad de tal bombardeo físico-cuántico, era inducir a la mente del enamorado jovenzuelo hacia distintas vivencias y sensaciones que lo hicieran olvidarse de la Princesa y del amor que sentía hacia ella. Solamente podía contrarrestarse con una gran fuerza de voluntad o un amor tan inmenso como nunca antes se hubiera visto.
Las primeras imágenes fueron recreadas en la máquina para ser enviadas al cerebro del Príncipe: mujeres desde los 14 hasta los 62 años desnudas, semidesnudas y vestidas de colegialas, enfermeras, jugadoras de hockey. Rubias, morochas y pelirrojas. Altas, bajas y enanas. Jugadoras de hockey enanas vestidas de colegialas. Todas las combinaciones fueron probadas.
— ¿Resultados?—preguntaron los científicos.
—Nada—respondió el técnico.
—Nada—anotó la secretaria, subiéndose más la pollera.
—Evidentemente nuestro Príncipe solo tiene ojos para su amada y despreciaría a cualquier otra mujer que le pusiéramos en su camino —analizó el psicólogo.
—Pasemos a la segunda fase —dijeron los científicos.
Se enviaron a continuación imágenes de hombres vestidos de camioneros, de obreros de la construcción y de desnudos hombres de color, para cerciorarse sobre los gustos sexuales del Príncipe.
— ¿Resultados?
—Nada.
—Nada —anotó la secretaria, desprendiéndose un botón de la blusa.
Durante un largo rato se siguió enviando todo tipo de imágenes y sensaciones tratando de doblegarlo: imágenes de riqueza, poder, inclusive del futuro, en donde ya la pasión en la pareja dejaba paso al tedio, el aburrimiento y a la discusión por la causa más banal.
— ¿Resultados?
—Nada —dijo el técnico.
—Nada —anotó la secretaria, arrojando el corpiño.
—Creo que deberíamos dar por superada la prueba —concluyó el psicólogo, les aseguro que el amor que el Príncipe siente por su doncella es tan inmenso que nada que hagamos por combatirlo dará resultado. Realmente me ha conmovido.
—Bien —dijo uno de los científicos dirigiéndose al técnico—, alcánzame el informe final y daremos por concluida la prueba. Parece que habrá boda en el reino.
— ¿Qué informe? —balbuceó el técnico.
—El de los resultados del efecto que debería haber causado cada una de las pruebas en el cerebro de nuestro Príncipe y de cómo su mente enamorada resistió todos los embates.
—Es que no hay ningún informe.
—Pero si cada vez que te consultábamos nos decías que nuestros esfuerzos eran rechazados por su mente.
—No, aquí hay un malentendido, cuando yo decía nada, era eso exactamente. Desde el primer intento en cargar la primera imagen en el cerebro del Príncipe, recibí un mensaje diciendo “no hay suficiente espacio neuronal”y después nada, como les iba diciendo cada vez que me preguntaban.

Ya cansados los Dioses de toda esta farsa, claudicaron al fin, hicieron desaparecer a los científicos, al técnico y al psicólogo. Entregaron a la secretaria al Dios que los había embarcado en este embrollo, autorizando al mismo a “visitar” cuantas veces quisiera a la Doncella siempre y cuando ella lo autorizara y todo volvió a la normalidad.

Finalmente el Príncipe y la Doncella se casaron.
En la noche de bodas el Príncipe se portó como un verdadero caballero:
—Amada mía, te prometo ser lo más delicado posible en ésta, tu primera vez.
Así lo hizo.
— ¡Aaay! Dijo la ahora Princesa en forma bastante convincente, dejando de esta manera muy, pero muy feliz a su flamante esposo.
Pasaron los años, vinieron los hijos, vinieron nuevos pajes, encargados de polvorines, capitanes e inclusive escuadrones completos.
Ambos fueron muy felices, aunque la sonrisa en la cara de la Princesa siempre fue más ancha que en la de él.


Exclusivo de La Cuentoteca

11 comentarios:

Ogui dijo...

Muy divertido... qué le pasó al psicólogo cuando lo estaba presentando?

Salemo dijo...

Gracias, don Héctor. Lo que le pasó al psicólogo es que parece que cuando se hace el copiar y pegar, el autor tiene que prestar más atención, más si realiza cambios de último momento.
Diga usted que están los ojos críticos de los atentos lectores de La Cuentoteca. Subsanado. Los que entren a partir de ahora, no sabrán de que se trató todo esto, je.

Ogui dijo...

Otro secreto que compartimos y van...

Francisco Costantini dijo...

Está bueno, Dorelo. Pasé un buen rato leyendo el cuento.

Abrazo.

Salemo dijo...

Me alegra; Francisco. Que hayas pasado por aquí y lo del buen rato.
Me divertí escribiendolo y por suerte pasa lo mismo por lo menos con dos lectores. No soy ambicioso, así que está muy bien.

Salemo dijo...

Don Ogui, este es un secretito nomás. El otro que usted sabe es más importante.Ya lo tendré al tanto.

Unknown dijo...

Jajjaja
Muy bueno...
...casi real...
Y el de la foto?
...no será el mismo?
Saludos
Te leo

Salemo dijo...

Gracias por pasar, Ciber. Yo digo que no es el de la foto para evitar juicios de la casa real, pero por lo nabo que es el protagonista de la historia y viéndole la cara al Carlos, no hay dudas, me parece.

María del Pilar dijo...

Tenías razón: es de fácil lectura y divertido, aunque por momentos me dio pena que todos se rieran a costillas del pobre príncipe. Después de todo, él no tenía la culpa de sus pocas neuronas, seguramente fruto de la herencia familiar, ni tampoco de haberse enamorado así de la casquivana doncella.
Gracias por el buen rato pasado y por compartir el cuento.

Salemo dijo...

Es un personaje querible el Príncipe con pocas luces. Ella no es tan mala. Sus hormonas son las culpables: no lo puede evitar.
Gracias a vos, María.

María del Pilar dijo...

¡Ah! Esas benditas hormonas, es cierto, las hormonas son las principales culpables de nuestros deslices. De todas maneras, el cuento tiene un final feliz y me gustó