lunes, 2 de agosto de 2010

Los últimos segundos- Miguel Dorelo

Esos últimos segundos antes que Ella venga a buscarnos...

Los últimos segundos- Miguel Dorelo

Cuando le hicieran la autopsia los médicos se encargarían de averiguar el calibre y la trayectoria del disparo; no era algo que le preocupase sobremanera en estos momentos.
Eso sí; se daba perfectamente cuenta que estaba agonizando y ya no le quedaban fuerzas ni voluntad para resistir al llamado de La Parca.
–Adiós, adiós a todos. Fue lindo mientras duró, lástima morir tan joven—fueron sus últimas palabras en este mundo.
Luego, lentamente y borrosamente al principio, imágenes del pasado comenzaron a desfilar en su mente. Nunca había creído en el tan trillado asunto ese que los escritores de novelas baratas utilizaban tantas veces para resolver agujeros de tramas incoherentes con personajes agonizantes y poco creíbles, pero estaba comprobando en persona que esto era lo que realmente sucedía en los últimos instantes de vida.
Se vio a si mismo muy pequeño, seis o siete años, con su guardapolvito blanco terminando de tomar la leche, comiendo una tostada con manteca y miel, a su madre dándole veinte centavos para que se comprara algo en el segundo recreo y a su papá diciéndole apuráte Pedrito que vamos a llegar tarde. Recordó, sobre todo, la felicidad sencilla de esos tiempos.
La cara de Anita, su primer amor, la de quinto “c”, y sobre todo el día que ella le mandó un papelito con una amiga en donde había escrito los nombres de ambos dentro de un corazón muy rojo.
Y a los diecisiete, su debut sexual con su prima Carla, algo mayor que él. Ese único encuentro, cuarenta y cinco minutos que le bastaron para enamorarse y que luego le significaron años de sufrimiento recibiendo la indiferencia de aquella mujer maldita.
Una tras otra las imágenes pasando sin solución de continuidad: su primer trabajo luego de terminar el colegio como ayudante en un taller mecánico, luego panadero, vendedor de lencería erótica a domicilio, su mejor época sin dudas, y al final el pequeño negocio de ventas de artículos de computación.
Otras novias, un par de esposas e igual cantidad de divorcios. Tres hijos, dos nenas y un varón. Luego los nietos, el retiro del negocio dejando a cargo a Esteban, su hijo y en los últimos años dedicándose a su pasatiempo favorito: coleccionar sobrecitos de azúcar con aforismos impresos en ellos.
Miles de imágenes y sonidos, alegres y tristes, hasta llegar al estruendo del disparo y el dolor de sentir el impacto entrando por su pecho. Enseguida la enorme mancha roja esparciéndose sobre aquella blusa recién estrenada, la caída al piso y a pesar del momento angustioso tener el pudor de acomodar su falda en su quizás último acto de coquetería.
Y por fin, un clic final en su mente ya casi sin conciencia.
Yo no me llamo Pedro, razonó;mi nombre es Romina, la puta madre. Y estoy segura de ser heterosexual, jamás me enamoré de ninguna Anita y mi debut fue, eso si a los diecisiete, pero fue después de una noche en un boliche de Ramos, bastante borracha y con un pibe que conocí ese mismo día. Y sobre todo, eso pasó hace menos de cinco años. Mi único trabajo hasta aquí ha sido de promotora para varios productos e ir de casting en casting para ver si puedo entrar a la tele.
¿Qué carajo está pasando acá?


— ¡Te lo dije, inútil! —se escuchó el grito en todo El Cielo —¡No me pongas en la Sala de Control de Imágenes Finales al estúpido del Arcángel Miguel! Quedó mal después del asunto aquél de haber quedado afuera de la tarea de hacer sonar la trompeta en el Juicio Final porque no pegaba una nota el maldito sordo.
Está claro que se confundió de video tape y le pasó a la muchacha el que correspondía al viejo de la otra cuadra que le dio un infarto casi al mismo tiempo en que ocurría el asalto al banco donde esta chica recibió la bala perdida. Si yo lo había planificado así, así tendría que haber sucedido, mierda. Mis motivos serán inescrutables pero son míos.
Ahora no me queda otra que salvarla y tendré que aguantar las boludeces de todos los noticieros de tv hablando de milagros.
¿Es posible que tenga que estar en todos lados?

Elaborado para La Cuentoteca


11 comentarios:

Ogui dijo...

Un buen cuento, sin duda. Ineptitud es lo que sobra en este mundo ¡¡y... en el otro!!
Me divertí mucho aunque confieso que los recuerdos hasta lo de las tostadas con miel... podrían haber sido míos. El resto no...

Salemo dijo...

¡Gracias, don Ogui! Y es que la intención pasaba por ahí, que muchos pudieran identificarse con la parte "seria" del relato, así los agarraba de sorpresa cuando se desbarrancara todo.Una trampita inocente al servicio del cuento.
¿A usted no le pasó nada parecido no, don Héctor? Es que es el único que conozco que anduvo cerca de esas circunstancias.
Siga cuidándose que no queremos más sustos por un tiempo largo.
Saludos.

Ogui dijo...

No. No me pasó nada parecido. Durante "lo más cerca que estuve" me hacían mirar por un monitor cómo iban recorriéndome por dentro, así que me distrajeron... jajajaj! A propósito, ahora que leí un cuento de María Simplemente, es coincidencia o no lo de la falda?
Supongo que no...

MARIA PIA DANIELSEN dijo...

Me gustó! muy divertido, notorio el corte en el relato. Sorprende y te lleva por el rumbo de la sonrisa y la ironía. Saludos!

Salemo dijo...

Eso de recorrerse por dentro tendríamos que hacerlo todos, pero no tanto en lo físico, a ver si así mejora un poco este mundo, don Héctor.
Lo de la falda debe ser coincidencia porque no ubico bien a que se refiere ¿El último cuento de María Simplemente en Facebook?? Lo voy a releer.LO de la falda fué para dejar bien evidente que algo raro pasaba con el supuesto Pedro en sus últimos suspiros.
Mire usted como son las cosas, ahora María descubrió que tiene un segundo nombre que no sabía que tenía.
Saludos y siga cuidándose.

Salemo dijo...

Gracias, María Pía, la verdadera.Esto viene a cuento porque así llamé en un comentario a María Taltavull gracias a la confusión que me generan los años. Me aclaró que ella se llama Maria simplemente y entonces la rebauticé.
El corte tenía la intención de la sorpresa, por eso el tono serio del principio, aunque mucho antes hay una señal de que no todo es lo que parece.Fijate en "sus últimas palabras"; ahí hay otra pequeña trampa.
Un beso.

María del Pilar dijo...

Eso de llamarse simplemente María trae sus problemas, parece.
Lo de la falda en el último momento, no sabría decirte con seguridad, porque las mujeres últimamente vivimos con pantalones, más con este frío.
El giro del final, me gustó. Un saludo cordial

Salemo dijo...

Es que tengo tres Marías lectoras y una neurona; no me dan las cuentas, así que me confundo constantemente.
Lo de la falda es porque el autor es un mirón de piernas femeninas y un poco baboso y como con el frío usan falda muy pocas o ninguna real, se conforma con una personaje.La última vez que el escritorzuelo este vió unas piernas, hermosas por cierto, se metió en problemas. Un infeliz,pero porfiado.
Un saludo, María...ah,si, del Pilar, je.

María Taltavull dijo...

Aquí; Taltavull (o simplemente María, como prefiera). ¡Felicitaciones! Pero, digame, este cuento, lo escribí yo... ¿o usted? No importa es muy bueno, lleva su ritmo como una bandera flameando en el viento. Con un final bien resuelto dentro de su estilo. Me gustó muchísimo, me gusta el tema, me gusta su estilo, Miguel. ¡Bien ahí, eh!

Salemo dijo...

¡Hola, María Simplemente! Ahora me estoy avivando del por qué del comentario sobre la falda del amigo Ogui y este tuyo. Leí un relato tuyo en Facebook en el que le pasa algo así a una señorita ¿Habrá sido un robo inconsciente? Tengo que volver a leerlo.
Juro que me decidí por esa forma de muerte por descarte, se me habían ocurrido otras pero esta me resultaba cómoda para el giro sorpresa en el momento del impacto del disparo y aprovechar de hacerlo describiendo la vestimenta de la víctima donde se comprobara que no era un hombre ( aunque podría haber sido un travesti).
De todas maneras, en caso de juicio me declararé insano, muchos de los que me conocen podrían dar fe de ello.
Y a mi también me gusta mucho tu estilo.
He dicho.
Un beso.

Salemo dijo...

Ahora que lo leí, en realidad tu protagonista es un hombre y no hay cambio de sexo, María. Coincidimos en la forma de morir, aunque mi víctima se salva al final. Y tu cuento es mejor que el mio.