sábado, 27 de noviembre de 2010

Amarse es lo más importante- Miguel Dorelo

Duerme ella y ambos nos soñamos...

Amarse es lo más importante- Miguel Dorelo

Nos amamos. Ella me ama y yo la amo. Eso es lo que cuenta.
Ella:
—Mi amor, mirá lo que  hice para vos —me dice con esa vocecita que adoro.
— ¡Que lindo! ¿Y qué es? —le pregunto.
— ¿Cómo qué es? ¡Una cajita para tus tés saborizados!
—Claro, que tonto soy. Gracias es hermosa. Como vos. ¿Te puedo preguntar algo?
—Lo que quieras mi Pitufito. —A ella le gusta llamarme así. Yo le digo Gargamel. A veces nos disfrazamos y hacemos el amor hasta la madrugada vestidos de esa manera.
—Decíme, ¿Qué significa “S y M”? Digo, están muy bonitas las letras en medio de la cajita, rodeadas de esos corazoncitos, pero no logro darme cuenta que es lo que significan.
— ¡Que tonto sos! ¡Nuestras iniciales! Para que te acuerdes de mí cada vez que elijas el sabor del té que tomarás.
—Pero, pero, yo me llamo Miguel, hasta ahí todo bien, pero vos te llamás Celeste, con “C”.
— ¡Ay, que boluda! ¡No me lo puedo aprender! Otra vez me equivoqué con mi nombre.
Ella no va a ganar ningún Nóbel, el intelecto no está entre sus rasgos más sobresalientes.
Pero, como quedó dicho: nos amamos. Yo la amo y ella me ama.
Eso es lo que cuenta.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Una noche muy caliente- Miguel Dorelo

Una mujer perfecta para una noche hot.


Una noche muy caliente- Miguel Dorelo

Ella llegó un poco tarde, como toda mujer hermosa debe hacer. Solo fueron unos minutos, pero si la demora fuese proporcional a la belleza bien podría haber llegado cuarenta y ocho o setenta y dos horas después. Al contemplarla todo se le perdonaba.
Con solo entrar a la casa ésta cambió radicalmente, pasó a tener otro brillo, el aire se inundó con su aroma, mezcla de violetas y chocolate. En un anticipo de lo que nos esperaba, el fuego de la chimenea se avivó de golpe, las llamas que hasta unos segundos lucían de un color amarillento con tintes anaranjados viró al rojo intenso con estrías azules.
Apenas apoyó sus labios en los míos en un saludo que supo a promesas deliciosas; luego tiró su abrigo sobre el sofá del living.
Llevaba puesto un vestido lo suficientemente corto como para resaltar hasta lo indecible sus largas y bronceadas piernas. En la parte superior, el pronunciado escote resaltaba la perfección de sus pechos; no llevaba corpiño, eso era más que evidente, la fina tela transparentaba sus pezones erguidos, prestos al delirio de manos y boca insaciables que ambos sabíamos sería esa noche, inevitable.
— ¿Qué querés tomar? —pregunté.
—Eso —me dijo señalando una botella de vodka.
Le serví, tomó un gran trago y casi en el mismo instante con una experta y delicada maniobra dejó caer el vestido sobre la alfombra. La perfección hecha cuerpo de mujer parada en el medio de mi living, con el fuego alumbrándola desde un ángulo perfecto, como planificado por un dios bondadoso que realmente ama a sus hijos, pensé contemplándola extasiado en un arranque de misticismo erótico. Luego giró, dándome la espalda. Su única ropa interior, una pequeña tanga de color blanco puro, estoy completamente seguro hecha en exclusividad por expertos artesanos de otros mundos, calzaba a la perfección en aquél culo merecedor a todos los premios de belleza que han existido, existen o existirán aquí y en todo el universo conocido.
La temperatura del ambiente y de los cuerpos fue subiendo de forma proporcional a las miradas intercambiadas. Ella se arrodilló sobre la alfombra y comenzó a desprenderme el cinturón con una de sus manos, mientras la otra me acariciaba incentivando la parte de mi cuerpo que a esa altura ya no lo necesitaba. Bajó mi pantalón junto con mi slip; su boca realizó una tarea impecable que supo interrumpir en el momento exacto, apenas un segundo antes de que perdiera toda conciencia de espacio, tiempo y lugar.
—Ahora te toca a vos —me susurró tendiéndose en el piso alfombrado, haciendo deslizar con dos dedos la diminuta bombacha a lo largo de sus kilométricas piernas. El fuego en la chimenea se reavivó como presintiendo que la noche recién comenzaba.
Me despojé del resto de mis prendas y comencé con aquella tarea, la más deliciosa encomendada a hombre alguno.
— ¿Por donde te gustaría que empiece? —le pregunté con un hilo de voz.
—Lo dejo a tu criterio —ronroneó.
Criteriosamente, comencé por sus pechos, alternando pequeños mordiscos con succiones dignas de un niño hambriento que no ha sido amamantado por días.
Mi lengua fue marcando un sendero húmedo sobre su vientre hasta llegar hasta el cielo o el infierno, no podría precisarlo exactamente, de su entrepierna. Luego suavemente, ella volvió a girar, lenta y lánguidamente ofreciéndome la gloria del final de su espalda.
A esta altura de los acontecimientos la temperatura del centro de una estrella azul en comparación con la del living se asemejaba a la de una estepa siberiana en pleno invierno.
—Te quiero ya dentro de mí —me ordenó casi desesperada.
Y fue ahí cuando la pasión o el amor o no sé bien qué estalló.
Literalmente.

Desperté dos semanas después, luego lo sabría, en la cama treinta y nueve del hospital de agudos “Dr. Pablo de las Mercedes Cayetano Lébedev”. Los oídos me zumbaban atrozmente y solo conservaba un atisbo de lo ocurrido. Recordé el instante en que a punto de penetrar en esa anatomía perfecta, el estallido ensordecedor me catapultó a casi un metro de mi amada. Antes de perder el sentido, alcancé a escuchar una serie de otros estallidos consecutivos. Nada más acudió a mi memoria, ignoraba por completo las causas y consecuencias de dichas explosiones. Pensé en que habría sido de mi compañera en esa noche caliente y volví a quedarme dormido.

—Veintisiete. Y en menos de diez minutos. Jamás había visto algo así.
— ¿Qué? —alcancé a balbucear ante las palabras de aquel sujeto parado ante mi cama y que a juzgar por su vestimenta era un médico.
—Permítame presentarme: doctor Estanislao Gómez. Fui en parte el responsable, junto a mi equipo, de salvarles la vida a ustedes dos.
— ¿Los dos? ¿Ella está bien, entonces?
—Todo lo bien que se puede estar. Pero se va a recuperar.
— ¿Que sucedió, doctor? ¿Qué es eso, lo de las veintisiete en menos de diez minutos o algo así?
—Ah, claro, usted no está al tanto. Los implantes.
— ¿Los implantes?
—Los implantes que tenía su novia…o amante, no sé. Veintisiete en total. No quedó uno que no estallara. A juzgar por las heridas que usted recibió, el primero fue el glúteo izquierdo. Creemos que más a menos la secuencia fue: seno derecho, casi al unísono con el labio superior, luego el seno izquierdo, el otro glúteo seguido de papada, abdomen, vagina, luego pómulo, nariz, muslos y el resto. Todo en diez minutos. Realmente no sé en que estaban pensando, hacer el amor al lado de la chimenea con el fuego encendido más la temperatura corporal propia ocasionada por el deseo trajo como lógica consecuencia lo acontecido.

Han pasado seis meses y todo volvió a la normalidad, tuvimos suerte; ella se ha recuperado muy bien y ya le han devuelto parte de sus implantes: Está casi tan hermosa como antes. Neurológicamente no tuvo secuelas, su cerebro funciona al diez por ciento de una mente normal, exactamente igual que antes del fatal accidente.

Elaborado para La Cuentoteca

sábado, 13 de noviembre de 2010

El puente y el río- Miguel Dorelo


El puente y el río- Miguel Dorelo

El problema quizás no sea el río. O  a lo mejor sí.
El caudal, allá abajo, asusta; el estruendo de las aguas, aún más.
Pero está el puente, sólido, de acero y concreto, él evitará todo contacto entre tu cuerpo y la corriente arrasadora; que sepas nadar o no, carece totalmente de importancia. Llegarás al otro lado seco y calentito.
Demasiado fácil, piensas. ¿En donde está la trampa? Un puente decrépito, de esos de madera semi podrida, o peor aún, uno colgante, de sogas, como los de los film de aventuras te afirmarían la desconfianza. Pero este se ve tan seguro…
No hay trampa.
O si.
El truco es el puente, pero no lo sabés; mejor dicho: la utilización del puente. Si cruzás por él solo verás al río, no lo conocerás, no lo sentirás sobre tu piel. Podrías buscar un paso, sumergirte en el agua que parece cálida, bracear hasta la otra orilla...
Claro que esta alternativa conlleva riesgos, podrían ser aguas traicioneras, podrías ser arrastrado por kilómetros con un destino incierto. Podrías, podrías, podrías…Tantos podrías…Demasiados. Mejor cruzar por el puente. Para eso fueron construidos, para facilitar las cosas, para generar seguridades, para alejar temores.
Dudas. Nada fuera de lo normal. Todos dudamos. Pero tenés que pasar al otro lado, vos sabés bien por qué.
Se hace tarde, no podés quedarte eternamente frente al puente y el río sin saber que hacer. Dejáme que te ayude, a veces de afuera todo se ve más claro.
Supongamos que el puente y el río no son en realidad un río y un puente, que es una mal traída metáfora por un o una escriba sin demasiadas luces para contar situaciones que lo superan y que necesita volcar en palabras algo que ya no puede guardar para si mismo. Podría ser, no es un mal ejemplo. Al menos, no tan malo. Un poco cursi, pero es como esas películas de amor con finales felices que de vez en cuando hace bien mirar. Podrían haber servido, por ejemplo, un cruce de rutas o un borgeano sendero bifurcado; pero son un río y un puente, vaya a saber los motivos de la elección; quizás porque este hombre o esta mujer gustan de ellos… O les temen.
Ya me fui de tema, disculpáme. Retomo: en realidad el tipo o la tipa están hablando de riesgos y seguridades, de toma de decisiones, de pasar por la vida sin demasiadas complicaciones o arriesgar todo en una sola jugada. Ponéle que el puente es el hogar debidamente constituido, o el trabajo rutinario pero seguro, con obra social y vacaciones pagas y un sueldo extra a fin de año. O la esposa/marido que son solo una costumbre más dentro de cientos de costumbres que van tejiendo la trama de lo cotidiano; la tv de cuarenta pulgadas en el living, el automóvil en el garaje, la esposa en la cocina, a veces en la cama, los hijos por ahí. Y el río. El río es todo aquello que tu madre no te aconsejaría, nene. Mandar a la mierda al jefe, los horarios de entrada y salida y dedicarte a hacer aquello que tanto te gusta pero que a lo mejor no da el dinero suficiente para mantener el nivel social y económico actual. Y sobre todo el río es ella. O él. La que te quita el sueño, o el que deseás y amás con locura pero que significan un riesgo que no cualquiera tiene los cojones o los ovarios para asumir.

Y ahora a él o a ella, o a ambos, bien podría estar sucediéndoles lo mismo que a vos, están justo ahí, frente al puente y al río. Un momento único e irrepetible. Todos alguna vez lo estuvimos, lo estamos o lo estaremos.

 Ya es hora. Está oscureciendo en el sentido más amplio de la palabra; ya no queda más tiempo y sos vos el que está aquí y ahora frente al puente y al río.
La decisión es tuya.

Elaborado para La Cuentoteca

lunes, 8 de noviembre de 2010

En mi época se jugaba por la camiseta-Miguel Dorelo


En mi época se jugaba por la camiseta-Miguel Dorelo


Son todos unos hijos de puta. Los jugadores, digo. Los de ahora.
Antes no era así, en mi época se jugaba por la camiseta. Mirá si uno de Boca algún día iba a jugar para River. O al revés. Tenían códigos, no como estos mercenarios. A estos lo único que les interesa es la plata.
¿Qué exagero? Te cuento y después me decís si no tengo razón.
El domingo vuelvo a la cancha a ver un partido. Cuarenta y dos años hace que no piso un estadio. Cambaceres y Almagro jugaban ese día, 27 de Agosto de 1998, me acuerdo como si hubiese sido ayer. Con el empate Cambaceres salía campeón. A los cuarenta y cinco del segundo tiempo en una jugada intrascendente, mientras la defensa local hacía tiempo reteniendo la pelota esperando el pitazo final para empezar los festejos el “Zurdo” Biondini, solito y su alma, se la pelea a Javi “el ropero” López, se la saca y la clava de un paradojal derechazo en el ángulo superior izquierdo del arco sin que Héctor “Tenazas” Sandoval, un buen arquero, pueda atinar a defensa alguna. Gol de Almagro. Termina el partido, ni siquiera alcanzan a mover del medio. Sale campeón Tristán Suarez que le gana dos a cero a Platense de visitante. Se armó un tole-tole de aquellos en las tribunas; el año anterior Biondini había firmado  para los locales y jugando de nueve metió cincuenta y ocho goles en setenta y dos partidos. Fue goleador del torneo sacándole catorce tantos al segundo. Almagro, que tenía pretensiones de campeonar, se lo compra a Cambaceres en casi siete millones de esa época y al muy turro se le caían las lágrimas cuando al firmar el contrato con su nuevo equipo declara que lo hago por el club que me dio todo, porque están endeudados y con la plata de mi pase van a poder sanear las finanzas, pero se me parte el corazón por dejar de vestir  estos colores que tanto amo  y bla, bla, bla. Ahí dejé de ir. Ese fatal día en que toda esta mierda comenzó. Que carajo tenía que ir a pelear esa pelota el puto este. Biondini me quitó las ganas de ir a renegar con estos guachos que les da lo mismo una camiseta azul que una roja.
Pero, volvamos a lo de este fin de semana. Ya estoy viejo, eso es lo que pasa; me dejo convencer fácil ahora, antes no me llevaban ni a palos a un lugar al que no quería ir.
—Vamos, es una final y va a estar bueno —me dice el vasco Frinisterra, que si lo dejás hablar, perdiste, te convence de cualquier cosa: creéme si te digo que el tipo anda por ahí contando su propia versión de la Biblia y le creen hasta los obispos.

Cancha de Boca. Última fecha y llegan empatados en puntos y sin tercero en discordia ya que se escaparon los dos solitos en el campeonato. El rival, San Lorenzo, que viene embaladísimo ganando por goleada los últimos seis partidos; a pesar de ser visitante es el favorito, ya que Boca que hasta hace unas fechas venía punteando en solitario pierde los tres últimos encuentros jugando muy mal.
Al promediar el primer tiempo,  los de Boedo ganan dos a cero y con baile; para colmo el “gallego” Vázquez se hace expulsar por una violenta patada de atrás contra  el puntero derecho de los visitantes, el “rayo” Costantín que se iba solo para marcar el tercero. El “gallego” siempre fue un verdadero asesino en potencia. Por suerte para Boca, termina el primer tiempo sin que le metan un par de goles más gracias a dos tiros en los palos y la soberbia actuación de su arquero, el juvenil Ricardo Piornos. La 12 despide a sus jugadores con esa calma que uno sabe precede a la tormenta. Si esto no cambia en el segundo tiempo, acá habrá que lamentar victimas.

Para qué mierda habré venido, yo sabía que me amargaría. Peor, mucho peor que antes estos mal paridos. Este cambio en el reglamente será beneficioso para el espectáculo , dijo el turro ese que maneja la batuta de la FIFA, el “ruso” Hartmanovich, cuando anunció la nueva reglamentación que autoriza a los clubes a hacer contrataciones de jugadores los 365 días del año y sin ningún tipo de restricciones, con un libro de pases  expeditivo y totalmente abierto. Todos sabían que era para beneficiar a los clubes más poderosos pero nadie dijo nada, los métodos mafiosos de Hartmanovich por todos conocidos, con un par de cadáveres oportunos flotando en el Sena en ocasión de aquél atisbo de oposición a su primer mandato resultaban suficientes para que todos acataran hasta su menor capricho.
Reunión de urgencia en el vestuario local entre dirigentes de ambos clubes, firmas de los directamente involucrados y a salir a jugar el segundo tiempo.
Como no podía ser de otra manera, el partido se dio vuelta por completo, los cinco jugadores que luego de las rápidas negociaciones pasan a jugar el segundo tiempo para Boca y son reemplazados por sus respectivos suplentes en San Lorenzo son demasiada ventaja para el xeneize.
Boca campeón después de un rotundo seis a dos.

Y encima estas cinco lacras humanas dando la vuelta olímpica con “sus nuevos compañeros” y besándose la camiseta.
No vuelvo a pisar una cancha. Por lo menos por otros cuarenta y dos años.


Elaborado para La Cuentoteca

martes, 2 de noviembre de 2010

Miradas a orillas del río-Miguel Dorelo


Miradas a orillas del río- Miguel Dorelo

Ella anda por la vida con sus rencores a cuestas, besando príncipes hasta verlos convertidos en sapos.
Vengarse de él, concientemente o no, es el motor principal de su comportamiento.
Suponiendo un daño adrede, negando culpas compartidas; raramente en una ruptura hay un culpable exclusivo: los más grandes amores, al igual que los grandes odios suelen ser cosas de a dos.
Ausencias irreemplazables, búsquedas vanas y dolorosas que comienzan con noches alegres e indefectiblemente terminan en amaneceres tristes.
Agresivamente a la defensiva, rodeadamente sola, siempre buscando ese reemplazo que nunca llega, todas las tardes sale a caminar por la rambla del Parque de España, a la orilla del río Paraná, pero sin mirarlo; casi nunca lo mira, no sabe bien por qué, quizás por tanta agua o por esa brisa constante pero siempre que sus ojos se posan en él comienzan a llenársele de lágrimas y hay tanta gente alrededor mirando…

Él está de paso, no es de Rosario, solo, suponiendo que su soledad ha sido una elección, mintiéndose un mejor solo que mal acompañado, pero sin poner el suficiente énfasis requerido para que las palabras se afirmen en una verdad sin disoluciones.
Mira pasar el río con casi la misma emoción que a las hermosas mujeres que desfilan por el paseo, hoy es su último día en la ciudad. Sentado en un banco captura ideas en la pequeña libreta de apuntes que lleva siempre consigo. Le gusta mucho escribir, reflejar parte de sus sentimientos en relatos, a veces en algún atisbo de poema, pero sin alcanzar jamás a volcar todo su interior en palabras lo suficientemente adecuadas; cuestión de talento, o mejor dicho, de falta de él. ¿Y si me pusiera a conversar con esa de allá, la que toma mate sola sentada en el pasto debajo del árbol?, piensa. Pero no lo hará, no sabría que hacer si ella no resultase lo suficientemente acorde a lo que busca, en su patética pretensión de encontrar de buenas a primera la mujer casi perfecta, que le guste lo que a él, ignorando que ese ha sido su problema toda la vida, que ha fracasado en todas sus anteriores relaciones por no saber que lo demasiado igual termina produciendo un hastío difícil de sobrellevar.

No se trata de designios divinos, podría hablarse del destino, pero tampoco sería demasiado correcto; miles de personas caminan, corren, se juntan a tomar mate, tocan la guitarra y cientos de otras cosas en este lugar, cada uno de ellos con sus pesares, sus alegrías o simplemente existiendo no difieren en mucho de ella o de él, tan solo dos cuerpos o un par de almas más entre el gentío, pero no es menos cierto que esta historia necesita de ellos dos más que nada; el río, la rambla, el viento, la ciudad toda, solo aportan el soporte necesario aunque no imprescindible para un momento único e irrepetible, cuando ella pasa por delante del banco de él y vaya a saber por qué levanta la mirada justo en el instante en que él termina de escribir “encuentro” en su libreta y hace lo propio; un segundo en el que el mundo parece detenerse y que tan solo es una ilusión. La mutua mirada entre dos desconocidos, pero esa mirada acerca un atisbo de algo que no pueden definir.
Ella sigue su camino y él solo atina a mirar como se aleja. Lógicamente sin palabras, solo alguien que pasa y otro que mira pasar, no hay motivo lógico de diálogo.
Ella piensa que quizá el hombre sentado en el banco podría haber sido, pero se ha equivocado tantas veces que no tiene ganas ni de lamentar haber hecho alguna otra cosa para llamar su atención.
Él, un poco más impresionado por aquél fugaz instante de miradas entrelazadas, se siente más solo que nunca.
Nunca volverán a verse…
O quizás el regrese un día y se siente día tras día en ese mismo banco hasta verla aparecer y cuando ella vuelva a cruzar por delante suyo le sostenga largo rato la mirada, justo hasta el preciso instante en que las benditas palabras amadas acudan en su ayuda.
—Hola, me llamo Juan ¿Vos como te llamás? —Nada poético, solo un intento de acercamiento.
Ella le dirá su nombre y a lo mejor esa misma tarde bese después de mucho tiempo a alguien que no es sapo ni príncipe, tan solo un hombre. Nada menos.

Elaborado para La Cuentoteca.
 Escrito a orillas del río Paraná en la ciudad de Rosario a fines de Octubre de 2010