martes, 30 de octubre de 2012

Encuentro casi casual- Miguel Dorelo



Encuentro casi casual- Miguel Dorelo

No lo planificaron. Al menos no conscientemente. O quizá sí. A lo mejor uno de ellos, ella o él forzó el encuentro. De todas maneras, algún día se cruzarían; intereses en común harían que, a pesar de la gran urbe y sus millones de habitantes, coincidieran en alguna de esas reuniones de las que eran y son habitué.

Y esa noche de viernes fue la elegida o no. Música y lectura de textos en la presentación de un libro de cuentos en el que participaban como autores varios amigos en común.
Ella llega acompañada exactamente a las 20.30 hs. Él a las 20.45 junto a su pareja. En esos primeros instantes de coincidencia espacio temporal no se ven o no quieren verse; la luz tenue, el humo de los cigarrillos y la buena concurrencia de personas al evento colaboran con el camuflaje.
Él nota su presencia un rato largo después de que se dé por comenzado el evento en sí, al reconocer su risa luego de la lectura de un pasaje especialmente gracioso de uno de los relatos que en ese momento tomaba vida a través de la voz de  uno de los escritores devenido en orador para la ocasión; este concitaba la atención desde una especie de escenario que se había armado al lado de la barra del lugar. Sentada a la mesa, varios lugares hacia su izquierda, acompañada de un hombre al que no reconocía, reía casi hasta las lágrimas como solía hacerlo cuando ese hombre sentado a su lado era él. Siente algo, aunque no sabe bien qué y se limita a observarla un largo minuto; ella viste una blusa color lila que cree no conocer y un saquito de hilo color beige que si recuerda muy bien; simplemente está tan linda como siempre.
Ella lo ve un rato después, luego de su habitual giro de cabeza, ese que suele hacer en todos los sitios a los que concurre con su inocultable intención de marcar territorio que la caracteriza; encontrar a gente conocida entre los concurrentes a cualquier evento le proporciona una agradable sensación de pertenencia. Tiene el pelo más largo es lo primero que piensa al verlo. No sabe  por qué, pero aparta rápidamente su mirada con un gesto brusco y piensa en irse del lugar; pero no le sería fácil dar con una excusa válida y seguramente le generaría un estado de ánimo que difícilmente pudiese justificar y arruinar esa noche no entra en sus planes inmediatos.
Por lo menos no se eligió a un pendejo para reemplazarme, cavila injustificada y rencorosamente él mientras vuelve a fijar su mirada en dirección a la fatídica mesa y más puntualmente al hombre que junto a ella observa atentamente lo que en ese momento acontece. Parece  algo mayor que ella, aunque no demasiado. No le cae bien.
Unos instantes después, ella no puede o no sabe evitar hacer lo mismo; mira disimuladamente hacia donde está él y su acompañante femenina; no es fea, pero tampoco linda piensa y por un instante se pregunta qué cosa habría sido lo que habrá hecho que él no cumpliese con aquello de que “creo que por un largo tiempo preferiré estar solo”, esa especie de promesa informal que le hizo cuando decidieron que ya no podían seguir juntos.

La noche sigue su deambular de palabras ajenas escuchadas ya sin comprender, de pequeños sorbos a bebidas que pierden sus sabores, de gestos maquinales y caricias obligadas a ser salvavidas improvisados.
Y al fin sucede lo más temido, la coincidencia indeseada, el instante exacto en que ambos dirigen su atención al mismo tiempo y sus miradas se cruzan poniendo en evidencia sus respectivas cobardías reflejadas en el desvío instantáneo de la atención hacia el objeto añorado.

El resto de la velada transcurre de forma extraña, los segundos semejando siglos, los minutos haciendo caso omiso de lo establecido, los susurros de las personas emulando bandas de sonidos de alguna película de esas que ya casi no se ven, esas sin más efectos especiales que la propia historia metiéndose hasta los huesos, obligando al espectador a identificarse con él o ella, los protagonistas de ese amor siempre a prueba, a desear que al final y a pesar de todo se vayan juntos a comenzar una nueva vida.
Pero esta no es una película, ellos no son actores, ni las personas alrededor  son parte del decorado. Y sobre todo están ese otro él y esa otra ella.

El evento como tal se termina en lo formal, es tiempo de saludos y presentaciones entre los concurrentes, de felicitaciones a los protagonistas, el intentar entablar nuevas y amorosas relaciones entre aquellos que han ido solos y con esas motivaciones; algunos se levantan de sus sillas, otros piden un café final o una nueva y no necesariamente última ronda de cerveza. El bullicio es ahora casi ensordecedor  y hay que esforzarse para escuchar al otro. Para algunos la velada recién comienza, para otros se termina.

Lo ideal raramente sucede; lo adecuado y hasta lo prudente hubiese sido el ignorar presencias o al menos intentarlo, pero no hay forma de evitar ese minuto en el que se encuentran frente a frente y momentáneamente a solas. Quizá ella quiso circular entre la gente, a lo mejor él fue hasta la barra a buscarle algo a su pareja, no importa demasiado la forma del encuentro, sino más bien minimizar lo más posible las consecuencias. Hola como andás te ves muy bien lo estoy  lo mismo digo me alegro mucho por vos. Stop. Ni una palabra de más de la que luego arrepentirse.

Ella se retira del lugar a las 0.47 a.m. Él exactamente 28 minutos después. Ambos, tal como habían llegado, acompañados.

La madrugada sorprenderá a ella y él junto a sus respectivos él y ella. Habrá sexo o excusas para que no, no importa demasiado.

Y durante toda la semana ella se sobresaltará cada vez que su celular le avise que tiene un mensaje.
Y él borrará cien veces un “necesito verte” sin atreverse a enviarlo.

4 comentarios:

©Claudia Isabel dijo...

Ufff, Miguel, me encanta la historia. Esta muy bien relatada, sin cosas rimbombantes, tal cual me gusta leer. Obviamente, son personajes sumamente humanos con los que nos podemos identificar, y eso es algo que también me gusta mucho. Gracias.

Salemo dijo...

Gracias, Claudia. Aunque a veces deliro un poco y se me da por historias más fantásticas me inclino cada vez más por el a veces despreciado "realismo"; me gusta armar historias con personajes creíbles y bien humanos. En realidad lo que más me gusta de escribir es hacerlo sobre lo que tenga ganas.Y esta vez tuve ganas de una historia común, con estos dos como protagonistas, aunque son un poco histéricos no dejan de ser simpáticos.

María del Pilar dijo...

Un cuento interesante con el final justo. No hay mayor cobarde que el que no quiere reconocer que se equivocó, pero bueno,es la vida.Felicitaciones, Miguel.

Salemo dijo...

Gracias, María.esta es una historia de esas que me gusta dejar posibilidades abiertas; vaya a saber por qué estos dos no siguieron juntos, pero pareciera que no todo quedó cerrado, están con algunas dudas y con inseguridades varias. Yo creo que si ambos ya tienen nuevas parejas deberían dejarse de jueguitos...O hacerse swingers y pasarla bien los cuatro. No sé, que decidan ellos, que yo ya tengo bastante con mis propios problemas.