viernes, 28 de diciembre de 2012

El loco del tren 2: Mis amigos del alma- Miguel Dorelo



El loco del tren 2: Mis amigos del alma- Miguel Dorelo

No pude dormir en toda la noche, la puta madre. Y lo que me preocupa es que sé perfectamente que esta vez no es como las otras veces, o mejor dicho, como esas primeras veces. Supongo que a cualquiera le hubiese pasado lo mismo: cuando uno hace este tipo de cosas por primera vez debe ser natural andar nervioso. O por lo menos, ansioso. Y claro, a la noche uno no descansa como dios manda. Odio a esa gente que recurre a químicos para poder conciliar el sueño, yo no lo hago ni en pedo. Si no podés dormir bancátela, algo habrás hecho para merecerlo.
 Después de esas primeras veces todo se toma con más calma, uno empieza a entender que todos tenemos una misión en la vida y termina asumiendo lo que le es ineludible, se lo toma como lo que es: la razón por la que uno está en este mundo y sus noches vuelven a la normalidad, como debe ser. Claro que esta vez, está última vez, hubo una serie de factores que hicieron que no fuese como las otras veces. Debe ser por eso lo del insomnio de anoche. Mejor dicho, es por eso, estoy seguro.

El episodio del loco del tren no defirió mucho de otros anteriores, un loco más, todos los locos se parecen y este era exactamente igual a los otros locos que se me han cruzado y de los que me encargué prolijamente de que ya no se crucen con nadie más. Nada fuera de lo habitual. Pura rutina. Deliciosa, maravillosa rutina. Hice lo correcto y sobre eso no me cabe ningún reproche.
Lástima lo otro. Tendría que haber viajado solo. O no hacer caso del tipo que nos miraba. El cazador solitario no debe dejar de lado sus costumbres, siempre deberá pagar algún precio por apartarse del camino correcto. Pero bueno, lamentarse es para los débiles de carácter y creo no formar parte de esa patética raza. Por suerte siempre se está a tiempo para todo, aún para subsanar errores.

Empiezo por comprender y aceptar que todo lo que sucede, sucede por una razón; que ese día haya compartido mi viaje desde Villa Ballester hasta  Retiro con mis amigos, el señor F y el señor E a bordo del tren de la línea Mitre ya estaba escrito en algún lugar.
Suelo hacer un culto de la amistad, la verdadera amistad, la que se da muy de vez en cuando, esa que significa compartir buenas y malas, la del abrazo sin falsos pudores, la del podés contar conmigo para lo que sea. Y sobre  todo esa especial amistad que solo se da entre varones, entre machos, la cómplice, la de mirar el mismo culo femenino al mismo tiempo y ponerle puntaje y especular sobre las cualidades anatómicas y amatorias  del resto de su portadora o discutir a muerte sobre la evidente superioridad de mi equipo de fútbol sobre el tuyo, putearse si es necesario y terminar todo compartiendo una cerveza y concluyendo un que gane el mejor.
El señor E y el señor F son mis amigos. Es por eso que la decisión no fue fácil, aunque tampoco traté de escaparle a lo que debía asumir como ineludible y que casi de inmediato se me hizo impostergable. Ellos mismos, con sus actitudes ante los hechos acontecidos en ese vagón habían decretado lo que no habría forma de evitar.

Lo hice sin culpas y porque debía hacerlo. Solo me tomé la licencia de fraccionar la cosa. Entiéndame, pónganse en mi lugar y reconozcan que lo hubiesen hecho de la misma manera que yo lo hice. La pérdida de alguien que amamos es dolorosa, imagínense ese mismo dolor multiplicado por dos.
No crean que realicé alguna especie de sorteo o algo así, el señor F fue el primero pero bien podría no haberlo sido, no fue premeditado ni una cuestión de privilegio. Ahora que lo pienso, creo que fue por una simple cuestión de practicidad: debía encontrarme con él esa misma tarde y me ahorraba inventar alguna excusa para llamarlo y concretar una cita.
Traté de evitarlo, fui a la cita con el firme propósito de tomar distancia de lo personal, pero me fue imposible, apenas lo vi, sabiendo que serían sus últimos minutos en esta vida sentí un dolor en el pecho y en el alma como pocas veces antes. Por un instante pensé en que quizá no fuese necesario, pero sabía que solo me estaba auto engañando.
Caminamos, como solíamos hacerlo cada vez que nos encontrábamos para charlar, las tres cuadras desde la parada del colectivo en el que solía venir hasta mi casa por el lado izquierdo de la calle, el que da al largo paredón del neuro psiquiátrico. En apenas dos minutos o algo así llegamos al lugar en que todo se desencadenaría, a escasos cincuenta metros del final del estrecho callejón que debíamos cruzar antes de desembocar a mi calle y mi casa. Lo abracé como solo se abraza a un amigo muy querido, él se merecía con creces ese último gesto de mi parte, y clavé las consabidas siete veces el cuchillo en su cuerpo. Su asombro me enterneció de una manera que no puedo describir. No gritó. Me gusta pensar que fue un último acto de amistad de su parte.
Sentí alivio, un gran alivio. Solo eso. Busqué su billetera cuidando de no mancharme con su sangre y me la llevé. Dejé su cuerpo allí mismo, no es algo extraordinario que por esa zona de la ciudad se produzcan robos de índole violenta. La policía archivará rápidamente el caso.

Miro la tele casi sin escuchar lo que en este momento una chica rubia con escasa ropa está diciendo ante las cámaras. Tiene un par de tetas formidables. Creo que está hablando de un video íntimo que le han robado y subido a internet o algo así. Nada nuevo. Me levanto, me voy a preparar un té saborizado de los que me gustan. Frutos del bosque, ese estará bien. Mientras espero a que el agua hierva marco el número en el celular.
—Hola, E. ¿No sabés nada del señor F? Quedamos en encontrarnos pero no apareció. Seguro que se olvidó. A propósito, si mañana tenés un rato me gustaría que nos viésemos. Tengo que hablarte de algo muy importante.

6 comentarios:

Sandra Montelpare dijo...

Muy bueno, Miguel. El tono del narrador es lo que más me gusta: esos pequeños gestos de amistad...
Saludos van!

Salemo dijo...

Gracias,Sandra.Da pena este desgraciado asesino serial, tener que hacerle eso a sus amigos. Bueno,en parte tienen la culpa de lo que les pasa. Si se hubiesen comportado de otra manera en el tren...
Saludos y que pases un buen fin de año y que el 2013 sea fantástico.

Arturo dijo...

Miguel:
Tu personaje era un colifa puro; de esos que no hacen excepciones. Pobrecitos sus amigos.
Por lo general esto psicópatas esconden su enfermedad de modo increíble. Por ejemplo, Ma Baker era considerada por sus vecinos como una señora muy agradable y bondadosa.
Aprovecho para mandarte mis sinceros deseos de un Feliz Año Nuevo.
Un gran abrazo.

Salemo dijo...

No sé, Arturo. Me dicen los vecinos que a ellos los saluda todas las mañanas y suele ser muy simpático; no digo que que vaya por la vida matando gente sea una virtud, pero nadie es perfecto. Lo de los amigos por ahí no está bien, pero uno a veces no entiende ciertos códigos que a lo mejor tienen entre ellos. Mejor no meterse.

Te mando un abrazo y retribuyo deseos: que el 2013 sea un muy buen año.

El Titán dijo...

Ya no soy más amigo suyo...

Salemo dijo...

No importa demasiado,Señor E. Usted lo era en el momento en que ocurrieron los hechos. ¿No oyó hablar de estar en el lugar equivocado en el momento inadecuado? Bueno, eso.