miércoles, 30 de junio de 2010

Un adiós definitivo- Miguel Dorelo

Nada más triste que el momento del adiós...

Un adiós definitivo- Miguel Dorelo

Te amo.
No encuentro ni me sale otra forma de empezar esta, la última carta que voy a escribirte.
Sin vos, simplemente no existo. Y es por eso que voy a darle por fin sentido a mi vida, o mejor dicho a estos últimos instantes en que el mundo me contará entre los vivos.
Es este un adiós definitivo; he comprendido al fin que lo nuestro no tiene futuro.
Esta mañana he comprado una Beretta 92, y cuando vuelva de enviar esta carta haré lo que es preciso para olvidarte definitivamente.
Tengo todo preparado: el tema de Joe Cocker, ese de nueve semanas y media con el que jugábamos a que eras Kim Basinger, el sahumerio de sándalo y la foto aquella de cuando pasamos juntos nuestro primer fin de semana.
Quizás pienses que soy un cobarde al tomar esta decisión, pero ¿Qué sentido tiene continuar con esta agonía, en este mundo que ya no es más que un páramo desolado si vos me faltás?
Lo último que mis ojos verán será tu sonrisa. Y las otras imágenes, aquellas que quizás sean las que realmente cuentan, las del recuerdo de tantos momentos que pasamos juntos, las retendré hasta el preciso instante en que la bala destroce hueso, masa encefálica y pensamientos.
A lo mejor creas que estoy siendo muy duro, no es mi intención serlo, pero tanta angustia contenida no puede menos que desbordarse y salir a borbotones de mi corazón eternamente enamorado de vos, la única mujer que alguna vez existió realmente en todos estos años. Esos años que ya son muchos, demasiados para este cuerpo y este corazón ya cansados.
Adiós y hasta siempre. Si del otro lado existe alguna otra clase de conciencia, la bien usaré recordándote eternamente.
Que seas feliz, aún en compañía de otro; no guarda rencor alguno mi alma.
Por siempre tuyo, amor.
Esteban.


Hola, ¿Cómo andás? Soy Esteban. Si, el mismo de la carta anterior, la que te mandé hace dos días.
Ya sé, a esta altura yo no tendría que estar en condiciones de escribirte. En realidad, no tendría que estar en condiciones de hacer nada, pero viste como son las cosas, el hombre propone y dios dispone, dicen. No te asustes, no te escribo desde el más allá ni nada de eso; estoy vivo. Más vivo que nunca, en realidad.
Te cuento, después de todo tenés algún derecho a enterarte aunque sea por aquella pequeña historia que alguna vez tuvimos. Después de dejar la carta en el correo al llegar a la esquina me encontré con una persona que hacía muchos años no veía, vos también la conocés, Carlita, la hija de mi tia Gladys. ¿Te acordás que fuimos juntos a su cumpleaños de quince? Bueno, me preguntó como andaba y le comenté algo de lo que me pasaba. Palabras van, palabras vienen, me acompañó hasta mi departamento y ahí no pude contenerme y le conté todo. Se puso muy mal con lo que me estaba pasando y me dijo algo así como que un clavo saca a otro clavo, sonsito. Tarde un poco en darme cuenta qué quería decir con eso, hasta que tuve una pauta más real cuando comenzó a sacarse la blusa. Casi diez años sin verla, ahora tiene veinticuatro y me aclaró que ya no le dicen Carlita; Karla con K, le gusta que la llamen. Es impresionante lo que creció esta nena.
Esto te va a causar gracia: lleva siempre en su cartera un cd con la versión de “Sweet Dreams” que grabó Marilyn Manson, por si pinta la ocasión, me dijo. Y se mandó un stript tease que casi me deja seco ahí no más. Algo salvaje, bien caliente, no como aquél jueguito pueril que solíamos hacer. Lo que es la juventud de hoy día.
Bueno, así están las cosas. He reflexionado, soy un hombre joven, con una gran capacidad de amar y muchos años por delante. Ella me dice que el que le doble en edad no le importa en lo más mínimo y que me hará el ser más feliz del planeta. Yo le creo.
No te escribí antes porque no hemos dejado de hacer el amor durante estas cuarenta y ocho horas. Pensar que nuestro récord fue de, exactamente, de tres horas con intervalos esa noche que medio nos emborrachamos. Es evidente que lo nuestro era algo superficial.
Te pido un último favor, esta será ahora si la última carta que te escriba, ¿podrías mandarme aunque sea una parte de aquél dinero que una vez te ofrecí para ayudarte a saldar ese descubierto que tenías en el banco? Es que con toda la cuestión de mi angustia estuve unos días sin trabajar y ando medio corto. Este fin de semana largo me voy con Karla a la costa y quiero pasarla a full. No lo tomes como un reproche, pero un poco de culpa te cabe, tratá de hacerte cargo y mandáme el giro lo antes que puedas.
Ah, te mando el cd de Joe, ya no lo voy a necesitar.
Chau.
Esteban.

P.D: la Beretta me la quedo, vos viste como está todo este tema de la inseguridad.

Elaborado para La Cuentoteca

Por primera vez en La Cuentoteca, un tema acorde al relato. Es que me puse nostálgico: ella me lo bailaba.



sábado, 26 de junio de 2010

Sola- Miguel Dorelo

Una inmensa soledad...

Sola-Miguel Dorelo

Se levantará, como casi todos los días, a las siete menos cuarto.
Como casi todos los días, preparará el desayuno.
Como todos los días, absolutamente todos los días, se sentirá sola.
Tostadas, manteca, mermelada de damascos.
El mantel a cuadros rojos y blancos, la cortina haciendo juego; el centro de mesa, frutos falsos de colores casi verdaderos, siempre molestando, ocupando un lugar casi sin sentido.
—Un día de estos lo tiro a la mierda —dirá masticando las palabras y sabiendo que nunca cumplirá la promesa.
El aroma del café, lo único bueno que le pasará esa mañana, anunciando que ya está listo. Apenas cortado con una pizca de crema, dos cucharadas de azúcar.
Recorrerá con su mirada la pequeña, estrecha cocina que jamás podrá contener esa inmensa, inconmensurable soledad.
Pensará en él y en que quizás se atreva, o quizás no. Empezar algo nuevo siempre le causó pánico. El coraje nunca fue un rasgo destacado de su personalidad.
Ya las siete y cinco.
Se hace tarde.
Leche con cereales para María, la más pequeña.
Juancito, —yo ya soy grande, mamá —tomará mate con Juan, el padre, el esposo, el mismo que todas las mañanas lleva al colegio a los niños y de pasada la deja a ella en la oficina.

Elaborado para La Cuentoteca

miércoles, 23 de junio de 2010

El contrato-Miguel Dorelo

Como decirle que no...


El contrato- Miguel Dorelo

—Voy a hacerte el amor como nunca antes nadie te lo ha hecho —me dijo.
— ¿Aceptas? — agregó mientras dejaba deslizar lentamente su vestido hacia el piso de madera.
—Estoy listo y preparado — respondí amagando la primer caricia.
—No te apresures, primero lo primero —me susurró al oído mientras introducía en él la punta de su tibia lengua. — ¿Estás dispuesto a todo? —agregó.
–Si —le contesté como si en realidad fuese necesario ¿Acaso habría podido dar otra respuesta?
—Eres un valiente hombre. Y además muy bien dotado —dijo mientras su mano izquierda comprobaba lo que sus hermosos labios afirmaban.
Completamente imposibilitado ya de contenerme, besé su cuello…o mejor dicho, intenté hacerlo. Ella me apartó suave pero firmemente.
—Está faltando un pequeño detalle —observó mientras se dirigía a un pequeño mueble ubicado en un rincón de la habitación.
Abrió un cajón del cual extrajo un cofre labrado, procedió a abrirlo con una llave que llevaba adosada por medio de una cadena en la muñeca de su mano derecha y retiró un papel de su interior.
Observé extrañado la escena. Me parecía del todo fuera de lugar ¿A qué venía toda esa movida justo en ese momento?
–Firma aquí —exigió.
— ¿Qué firme? ¿Ahora? ¿Y que es lo que debería firmar?
—Una tontería que forma parte del juego ¿Acaso no dijiste estar dispuesto a todo? O quizás ya te hayas arrepentido de tus palabras…—casi ronroneó mientras jugaba con el bretel de su corpiño.
Estaba arrinconado, no había manera de negarse; en realidad, no tenía ni la más mínima voluntad de hacerlo.
—No serás por casualidad el diablo que viene a comprar mi alma, supongo —dije sin saber bien que decía.
—No lo soy, aunque te aseguro que el mismísimo infierno te parecerá frío al lado del calor que te tengo reservado. Y no me interesa para nada tu alma. Ahora, tu cuerpo…eso si. Mucho. Demasiado.
Como ya dije, no existió alternativa alguna. Una hermosa y joven mujer prometiéndome ese tipo de cosas puede hacer y deshacer mi voluntad a su antojo. Firmé sin dudar, claro.
Vale aclarar que no poseo fortuna alguna ni propiedades de importancia, aparte el hecho que la validez de un documento (si es que lo era) firmado en esas condiciones de poco valdría en caso de que fuera una especie de estafa o algo por el estilo.
La sonrisa en su bello rostro cuando terminé la rúbrica quizás en otro momento me hubiesen alertado, pero en mi mente solo tenía cabida el pronto comienzo del encuentro con ese cuerpo deseado hasta límites jamás imaginados.

No me siento capacitado para describir lo que en esa larga noche sentí, o mejor dicho, me hizo sentir, solo intentaré una aproximación. Sus caricias tuvieron el don mágico de
transformarme en un ser único y especial, sus besos despertaron en mí sensaciones que jamás hubiese imaginado poseer. Sus palabras, susurradas entre gemidos me hicieron comprender que ya mis oídos habían cumplido el cometido para el que fueron creados.
El paraíso, si es que existe, estoy seguro debe ser un mero reflejo de esa noche.

Por la mañana, ella ya no estaba. Agotado, me había quedado dormido con las primeras luces de la mañana, y al despertar cerca del mediodía, descubrí su ausencia.
Ha pasado una semana ya y estoy desesperado, sé que no existe solución posible y es por eso que he tomado esta decisión irrevocable. Dentro de unos minutos el veneno hará su efecto y solo me queda el tiempo necesario para terminar esta historia, que no es triste ni es alegre, es solo una historia contada con el afán de que no vuelva a repetirse.
Sé que ella está rondando, al acecho, buscando nuevas víctimas.
La posibilidad de que te cruces con ella es cierta, sucumbir a sus encantos es casi inevitable, seas hombre o mujer.
Pero, siempre hay una alternativa, no cometas el error que yo he cometido: cuando te pida que firmes, te ruego, te imploro: por favor lee la letra chica.

Elaborado para La Cuentoteca

domingo, 20 de junio de 2010

Algo relativamente grande-Miguel Dorelo

El escenario de los acontecimientos

Algo relativamente grande-Miguel Dorelo

—Estás exagerando —aseguró.
—Te juro que no —repliqué.
—Pero… ¡No puede ser cierto! ¡Es imposible!
—No veo por qué. No sería la primera vez.
—Eso es cierto. ¿Pero algo tan grande?
— ¿Y como se mide la grandeza? ¿Grande comparado con qué?
—Grande es grande, no te hagas el tonto. Vos sabés a que me refiero.
De todas maneras, lo del tiempo no me cierra. Demasiado poco.
—Volvemos a lo mismo. Bien sabés que el tiempo es relativo: un segundo, un siglo, un milenio. Solo palabras para designar periodos entre distintos estadios. Paparruchadas sin sentido. O casi.
— Vos sabés que no es tan así. Supongamos que lo acepto, pero ¿Y los materiales, eh? Hacen falta muchos para una obra de esa envergadura.
—Los comunes, los de siempre: carbono, nitrógeno, hidrógeno.
—Ahora me tratás de tarado: con eso solo no se puede.
—Eso, y mi fórmula secreta.
— ¿Y en qué consiste esa fórmula? Si se puede saber, claro.
—No, no se puede. Si te cuento, deja de ser secreta. Pero como hoy me levanté de buen ánimo te doy una pista: rayos ultravioletas y energía eléctrica.
— ¡No jodas! Andar trasteando con esas cosas puede ser muy peligroso.
—No si se usan de la manera correcta y combinadas con otras cosas que no pienso revelarte. Esperá a que lo patente y te vas a enterar. Acá el que no corre, vuela y me van a querer robar la idea.
—Ahora desconfiás de mí…
—Vos no sos ningún santo.
—Andáte al carajo. ¿Y en donde está esa maravilla según vos?
—Te lo voy a decir para que veas que te aprecio. Y hasta podríamos hacernos una escapada hasta allá así la ves con tus propios ojos. Eso sí, te juro que te mato si el que te dije se llega a enterar. Sabés bien que nos tiene prohibido hacer nada sin su consentimiento.
—Cuando quiero soy una tumba. Contáme.
— ¿Te acordás de la galaxia espiral esa que hizo el año pasado?
— ¿Cuál?
—La de cien mil años luz de diámetro; la que tiene cuatrocientos mil millones de estrellas adentro. Esa que algunos dicen que parece leche derramada de los pechos de la mujer del jefe. Entre nosotros: ¡Que buena que está esa tipa! ¡Una diosa! Demasiado para Él.
—Ya lo creo. Se comenta que ella…Pero, volvamos a lo que interesa, la obra esa: otro de sus caprichos. Nos hizo trabajar como un mes a jornada completa el desgraciado. Encima, después se aburrió, levantó la obra con el argumento de que no le estaban cumpliendo con los pliegos de licitación y dejamos unos agujeros de color negro por todos lados ¿Qué pasa con eso?
—La construí ahí para que pasara desapercibida. Si me descubre andá a saber qué me hace. Vos viste como se pone cuando se enoja.
—Si. La ira de Él es famosa en todos los confines. Un energúmeno total.
—Encima, se me ocurrió ponerle vida casi inteligente y todo. Hombre le puse como para llamarlo de alguna forma. ¿Y a que no sabés? ¡Lo hice a su semejanza!
— ¿EH? ¡Vos si que estás loco! Te mata, lisa y llanamente. Si se entera, te mata.
—Son riesgos que uno corre. Debe ser mi alma aventurera, un poco de adrenalina para sentir que estoy vivo. De todas formas, lo hecho, hecho está.
—Sigo insistiendo con lo del tiempo. No es posible. Y no empecés de nuevo con la cantinela esa de que el tiempo no existe.
—Está bien. Fueron seis días, pero a full-full. Solito con mi alma. Me agarré un cansancio de aquellos, pero antes de volver para acá me tomé uno libre como para recuperarme. Estaba hecho un trapo. Al séptimo día descansé.
—Sigo pensando que estás loco. Pero supongo que debés haber quedado satisfecho con tu obra. Tanto esfuerzo y riesgos habrán tenido su recompensa.
—Más o menos. Voy a tomarme un tiempito para ver como va todo. Si funciona se lo presento a Él todo ya hechito y funcionando. Como no es ningún tonto va a hacer la vista gorda con respecto a la falta de permiso y ya se las va a ingeniar para hacerles creer a todos que actué bajo sus directivas. Como todo jefe, es mandado a hacer para quedarse con lo méritos ajenos.
— Decímelo a mi. Me pasó con lo de los agujeros de gusano. Todo planificado y llevado a cabo bajo mis directivas. Meses de trabajo ¿Y para qué? para que el señor los usara un tiempo para desplazarse más rápido hasta un cúmulo estelar que le quedaba un poco lejos y en la que parece tenía una relación non sancta. Ahora parece que se peleó con esta señora y los clausuró a todos. Mirá si te pasa lo mismo.
—Yo estoy avisado, por eso hice todo por izquierda. De vez en cuando me doy una vuelta, aunque últimamente ando escaso de tiempo.
Ahora, si algo va mal, tiro todo a la mierda y empiezo de nuevo sin que se entere.
Te confieso que en realidad, la fórmula es una Beta.
—Y el hombre este como vos lo llamás, ¿está solo?
—Y si. ¿Con quien querés que esté?
—Se va a aburrir. Yo que vos le invento alguna compañía.
— ¿Te parece? Pero, serían dos a controlar.
—Vos hacélo que yo te doy una mano.
—Está bien, voy a seguir tu consejo Pero mirá que me la estoy jugando. ¡No me vas a fallar!
—Quedáte tranquilo, tenés mi palabra. Como que me llamo Lucifel: no te vas a arrepentir.
Confiá en mi.

Elaborado para La Cuentoteca

miércoles, 16 de junio de 2010

Sobre la duración de la noche- Miguel Dorelo

Sacando las conclusiones finales...

Sobre la duración de la noche- Miguel Dorelo

Arribaron desde todo el planeta.
Fueron setenta especialistas de todas las disciplinas científicas reunidos durante seis días en la ciudad de Helsinki.
Se deliberó, se discutió, también se comió y se bebió en abundancia, y luego de no pocas divergencias, se llegó a un acuerdo unánime.
Y por fin al séptimo día, lejos de descansar, dieron a conocer al mundo sus conclusiones.
Sir Anthony, elegido unánimemente como vocero por el resto de sus congéneres se dirigió a toda la humanidad a través de las cadenas internacionales de televisión.
—Luego de mucho deliberar hemos arribado a lo que, estamos seguros, será desde este día histórico una verdad insoslayable: la noche terrestre tal cuál la conocemos dura aproximadamente doce horas, más o menos lo que dura el día. —concluyó con aire solemne.

En ese mismo instante, sentado solo ante el televisor mirando y oyendo la noticia, Juan pensó en cuán estúpidos pueden ser las personas a pesar de todos sus estudios.
—No tienen ni idea de lo largas que pueden ser las noches desde que te marchaste, amor—susurró apagando el receptor.

Elaborado para La Cuentoteca

domingo, 13 de junio de 2010

Diálogo-Miguel Dorelo

Las discusiones solo generan miedo y confusión...

Diálogo-Miguel Dorelo

—La culpa es tuya —me dijo.
— ¿La culpa es mía? Ya empezaste a decir cosas sin sentido —argumenté.
—Al menos deberías reconocer que no te portaste demasiado bien —insistió —, en cambio yo…
— ¿Vos qué? —respondí casi al borde de la irritación.
—Yo me entregué a esta relación como nunca antes —argumentó.
—Supongamos que así lo considero; a lo mejor ahí estuvo el problema.
— ¿Problema? No. Amor. Nada más ni nada menos —retrucó —…Pero a lo mejor esa es una palabra que no existe en tu vocabulario.
— ¿Amor? A veces no es suficiente; vos más que nadie tendrías que saberlo.
—El Amor lo es todo…O por lo menos debería ser así.
—Tonterías sentimentales. Existen otras cosas que en toda relación deberían ser tenidas en cuenta. Por suerte estoy yo para darse cuenta de eso.
— ¿Tonterías sentimentales? A veces me dan ganas de cortar para siempre el vínculo que aún nos une. Estás creído que lo sabés todo, pero en esto sos un completo ignorante.
—Si, claro. Y vos sos una inminencia. Todo color de rosa ves vos. Acepto que el amor es importante, pero también está la practicidad. No se puede vivir del amor: que vos quieras ignorar eso es un problema muy tuyo del que no puedo hacerme cargo.
— ¿Practicidad del Amor? Esta charla ya no tiene razón de ser.
—Típico en vos. Cortar el diálogo ante la menor excusa. Negarte a razonar, bah.
—Nunca nos pondremos de acuerdo, para que insistir. Somos demasiado distintos.
—Sin embargo no siempre fue así…Alguna vez fuimos el uno para el otro.
—No ahora. Al principio puede ser que haya sido como vos decís, pero no ahora.
—Y la culpa es mía…
—No me vengas con ironías de cuarta. Sabés perfectamente que es así.
—Volvemos a lo mismo. Ya estamos grandes para novelitas sentimentales.
— ¡Andá a la puta que te parió!
— ¡Morite!

—Y ahí terminó el diálogo, doctor, como tantas otras veces, en una agresión sin sentido. Me acuerdo clarito, palabra por palabra.
Ya no sé que hacer.
—Si no me hace caso, la terapia no tiene sentido. Ya se lo expliqué más de una vez.
Solo tiene dos salidas: o corta este intercambio que no lleva a ninguna parte y trata de conciliar de alguna forma a las dos partes en pugna o se olvida de ella por completo.
— ¡Pero yo la amo!
—Entonces deberá decidirse. Si sigue con esta dualidad, me veré obligado a medicarlo.
Ya le di mi diagnóstico. Lo suyo es un caso raro de trastorno de identidad disociativo en el que sentimiento y raciocinio entablan una lucha sin cuartel en su cerebro con el afán de prevalecer uno sobre el otro. Usted somatiza esto y cree realmente en ese supuesto diálogo entre corazón y cerebro. En realidad lo que usted en el fondo tiene es miedo a comprometerse y se aferra a este delirio. La solución está en usted: escuche a ambos, pero luego decida de una buena vez a quién hacerle caso.
A veces suelen estar de acuerdo, no es algo fuera de lo común, pero parece que no es su caso.
—Trataré, doctor. Gracias. ¿Doscientos pesos como siempre?
—Estoy para eso, no me agradezca. Doscientos cincuenta; ya no se puede vivir en este país.

Realizado para La Cuentoteca

miércoles, 9 de junio de 2010

Ciento cuarenta y siete segundos cuatro décimas para el impacto-Miguel Dorelo

El objetivo estaba a la vista...

Ciento cuarenta y siete segundos cuatro décimas para el impacto -Miguel Dorelo

El objetivo estaba ya muy cerca. Solo 120 kilómetros y la tarea podría darse por cumplida.
A una velocidad constante de 900 km. /hora unos ocho minutos más para que aquello para lo que había sido preparado diera por fin sus frutos.
Parecía mentira: cuatrocientos ochenta segundos, casi nada o una eternidad, según de que lado se lo viviese. Por lo menos en estas circunstancias.
No había forma de fallar.
Pasaron otros dos minutos o treinta kilómetros más cerca del objetivo Aparentemente todo estaba en orden.

Alguien, allá en el Comando Central, había decidido que ese pequeño pueblo debía ser destruido. No por crueldad, de ninguna manera; lamentablemente el líder de la revuelta y algunos de sus principales colaboradores se encontrarían por unas cuantas horas exactamente en el centro del poblado, de paso hacia su bunker principal. Todos sabían que de poder llegar y refugiarse allí, en medio de las montañas y con varias vías de escape a su disposición, les sería muy difícil poder acabar con él.
—Una oportunidad única —habían informado desde la Central de Inteligencia.

Otros noventa segundos, ya casi pasando la línea sin regreso luego de la cual ya no podría abortarse la misión. La torre de la iglesia principal del poblado a esa altura ya podía verse a simple vista gracias a la limpidez del cielo, más diáfano que de costumbre aunque no necesario para el cumplimiento de la misión ya que el sistema de guiado podía prescindir de la luz solar.
Había que recurrir a lo mejor, tratar de minimizar los riesgos de fracaso.
Y es ahí cuando decidieron recurrir a mí, pensó no exento de cierto orgullo.
Había sido especialmente preparado para este tipo de misiones.

Pero, de repente algo pasó, su mente se llenó de imágenes sin comprender de donde podían proceder. Cuerpos humanos destrozados o carbonizados por la explosión de la pequeña cabeza nuclear que habían decidido adecuada para el seguro éxito del ataque.
Dos mil ciento veintisiete habitantes, más de la mitad mujeres e infantes: daños colaterales, según el alto comando.
Y luego imaginó a esos hombres y mujeres llenos de vida yendo a trabajar, criando a sus hijos, haciendo el amor.
Se suponía que no debería tener ese tipo de remilgos, mucho menos cargos de conciencia. Había sido condicionado adecuadamente como una perfecta y letal arma de combate.
Lo que terminó por inclinar la balanza hacia su decisión fueron los niños: inocentes sin necesidad de plazo alguno para demostrar lo contrario.
Tal vez… pensó antes de precipitarse a tierra cuando aún restaban varios kilómetros para su meta final.

Ciento cuarenta y siete segundos cuatro décimas para el impacto, marcaron los instrumentos en la base cuando todo terminó.
La oportunidad única ya había pasado. El comando debería reconsiderar todo lo actuado hasta la fecha, el método había fallado.

El informe final llegó varias semanas después, justo al día siguiente en que el otrora líder revolucionario cerrara un acuerdo secreto con el gobierno y asegurara de por vida su buen pasar, el de sus hijos y de sus nietos.
—Luego de exhaustivos estudios hemos llegado a una conclusión, señor presidente —leyó el jefe del equipo científico —aconsejamos dejar de lado todo el proyecto y desmantelar de inmediato toda la línea de misiles GM-0709. Dotarlos de inteligencia ha sido un error, sus circuitos positrónicos auto-generaron algo que aún no hemos podido discernir. La mitad de mi equipo habla de conciencia y los restantes se inclinan por la palabra alma. De todas maneras esto fue lo que causó la falla y no hay manera de solucionarlo. Los riesgos son demasiado altos; quizás algunos acatarán las órdenes impartidas, pero un alto porcentaje podría cuestionarlas.
Los hemos hecho demasiado humanos.

Exclusivo para La Cuentoteca









domingo, 6 de junio de 2010

Lo que sigue-Miguel Dorelo

Buscando esa mirada...

Lo que sigue-Miguel Dorelo

Ahí estabas. Sola y frágil. Hermosa y lánguida. Esperándome, como siempre.
Observando las luces, el habitualmente escaso mobiliario o el escenario, o quizás el atril, las copas vacías y las llenas, mirando sin ver, oyendo sin escuchar. Sentada en la barra o apoyando tu espalda en la pared más alejada del salón.
Nunca comenzabas a prestar atención antes que yo llegara.
—Hay cosas que solo se ven y escuchan de a dos —solías decirme.
Jamás planificábamos nuestros encuentros. —Si estamos predestinados para qué intervenir — asegurábamos.
Galerías de arte, presentaciones de libros o algún concierto en esos lugares pequeños que a ambos nos atraían.
Difícilmente no coincidiéramos en por lo menos tres o cuatro eventos en cada uno de los meses desde aquélla primera vez, casi entrando en la primavera, cuando sin presentarnos siquiera intercambiamos miradas y probables promesas.
Compartíamos casi los mismos gustos musicales, literarios o pictóricos. No todos, justo los suficientes para ser algo más que meros reflejos de nuestra propia personalidad.
Las divergencias nos unían aún más; solíamos usarlas de excusa para prolongar la charla luego de retirarnos de aquél lugar en el que uno de los dos no había colmado sus expectativas.
—Esto o aquello no me gustó demasiado —comentaba yo.
—A mi me encantó —retrucabas. O viceversa. Punto inicial para un largo trabajo de convencimiento del otro, un inocente juego de falsa disputa que siempre terminaba en armisticio a firmar “en tu casa o en la mía”.
Y los días, las semanas y los meses fluyeron; la ciudad por si sola, con su interminable movimiento cultural nos seguía proveyendo excusas de encuentro.
La pasión prolongada en el tiempo se convierte, por suerte, casi siempre en amor.
No existían motivos valederos entre nosotros para romper esa proyección.
—Hoy quiero que te quedes —dijiste esa noche en que la reconciliación fue inversamente proporcional a la disputa generada en aquella presentación en la que la poesía cumplió su rol como quizá nunca antes.
Y me quedé.

Algunos quizás piensen que el relato debería terminar aquí. Una historia de amor con final acotado justo en el mejor momento, en el del romance idílico entre dos seres que se encontraron en el momento y el lugar adecuados; un poco cursi como casi todas las historias de amor. Algunos otros dirán: — Bueno, pero la vida no es solo eso, ya los quiero ver a estos dos cuando el amor se ponga a prueba, con la convivencia, con el compartir todas las horas, con los problemas cotidianos.
Y es entonces cuando debo confesar que ellos no existen, que solo son fruto de una noche en que extraño demasiado, que no tuve más remedio que volcar en un papel una historia que desearía haber vivido para poder seguir en esta realidad que no me conforta ni me conforma. Las ventajas del escritor tergiversando los hechos y acomodándolos a su conveniencia. O simplemente imaginando, inventando.
Pero, no se preocupen por mí, no me compadezcan. El que busca encuentra, suele decirse; está entre mis planes inmediatos ser protagonista de algo, por lo menos, similar.

Y una de estas noches la encontraré.
—Hola —le diré. Tan solo eso.
Y quizás comparta con ustedes una nueva historia, que será distinta a esta o quizás no; aún no tengo forma de saberlo.

Exclusivo de La Cuentoteca

jueves, 3 de junio de 2010

El clonador de libros-Miguel Dorelo

Una mujer y un buen libro ¿Qué más se puede pedir?


El clonador de libros- Miguel Dorelo

Falto de talento, jamás visitado por musa alguna, incapaz de escribir cuatro párafos seguidos con un mínimo de coherencia, al escritorzuelo se le ocurrió una brillante idea.
— ¡Ya sé! Inventaré la clonación de libros —se entusiasmó—. Clonaré cuentos,novelas, relatos de todo tipo.
En poco tiempo alcanzaré la fama, ganaré mucho dinero y, lo más importante de todo, cientos de mujeres de todo tipo, edades y medidas anatómicas caerán rendidas a mis pies.
Puso manos a la obra con tal entusiasmo que en pocos meses, había alcanzado la friolera de ciento veinte cuentos, quince novelas, nueve ensayos y un poema épico.
Pero, es conocida la envidia que en el ámbito literario suele despertar un nuevo y joven talento; al presentar sus obras fue blanco de burlas primero, insultado luego y por último, amenazado con inicio de juicios que lo llevarían directamente a presidio.
La palabra plagio surgió una y otra vez asociada a su nombre.
—No es justo —argumentó — como es lógico, para clonar, se necesita un original. Lo clonado es la verdadera obra.
Todos recordamos a Doly, que Dios la tenga en la gloria, ella fue la verdadera y fantástica creación.
¿Acaso alguien se acuerda de la oveja original?

Ilustración: Mujer leyendo en el jardin- Nikolai Bogdanov Belsky

Publicado en Quicamente Impuro

Reelaborado para La Cuentoteca

domingo, 30 de mayo de 2010

Pequeña diferencia-Miguel Dorelo

Desayuno para dos...

Pequeña diferencia-Miguel Dorelo

—Lo nuestro no va a funcionar —dijo con un dejo de tristeza en la mirada.
—Tendríamos que intentarlo —respondió ella.
—No tenemos futuro. Somos demasiado distintos.
—Solo te pido una noche más. Luego veremos.
—Está bien, lo haré en nombre de todos los bellos momentos que hemos pasado.

La noche resultó maravillosa.
Comenzó dulcemente, desbordó de pasión, alcanzó picos de locura.
Hicieron el amor una y otra vez, hasta quedar exhaustos.
—Te amo —dijo ella —abrázame.
Luego, esperar que los primeros rayos del sol entraran por el ventanal de la habitación, unidos, convertidos en uno solo.
Ella se despertó primero, dejó un suave beso en su mejilla y sin hacer ruido se dirigió a la cocina; lo sorprendería con un desayuno de esos que tanto le gustaban a él.
—Quizás…—susurró.
El aroma entró por la nariz de Augusto.
Cuando despertó, la dinosaurio aún estaba allí.

Exclusivo para La Cuentoteca

martes, 25 de mayo de 2010

Yo-Miguel Dorelo



En cualquier lugar que me encuentre...

Yo - Miguel Dorelo

A veces me resulta demasiado difícil ser yo.
Suelo portarme muy mal y hacer cosas que no debería.
Y me arrepiento poco.
Y no pido disculpas.
En esas ocasiones es cuando me ciega mi maldito orgullo, pronuncio las palabras mágicas y me re-convierto.
Siempre en algo distinto, eso si. Odio la rutina.
Y entonces suelo ser por un tiempo un hombre muy distinto al que soy. Se sufre menos.
Hombre de negocios, ganador de la lotería, jugador de la selección de fútbol, metrosexual, piloto de jet; alto, flaco y de ojos claros o con cuadriceps bien marcados.
A veces me da por dejar de lado las cosas materiales y soy un poeta o un excelso trompetista de jazz. Una vez fui activista de GreenPeace.
A veces más, a veces menos, casi siempre disfruto de mis distintas personalidades; gracias a ellas, con unas más, con otras menos, se consiguen muchas cosas. También algunas mujeres.
Como digo, se sufre menos, se disfruta otro poco, pero…
Ella siempre me reconoce.
—Te quiero tal cual sos —me dice.
Y me perdona todo.
No sé como hace, pero siempre sabe que soy yo.

Y entonces vuelvo a ser el que soy.

Exclusivo para La Cuentoteca

sábado, 22 de mayo de 2010

Del amor al odio hay un solo paso- Miguel Dorelo

La amo...La sigo amando a pesar de...

Del amor al odio hay un solo paso-Miguel Dorelo

—Te amo —le dije.
— ¿En qué sentido me lo decís? —me respondió preguntando.
— ¿Cómo en que sentido? —interrogué.
—Eso. ¿Qué me querés decir cuando decís que me amás? —re-preguntó.
—En el sentido de que te amo. Quiero decir que te amo —re-contesté.
—Podrías ser más claro —insistió.
—Pero, la puta madre… ¡Te amo! ¿Qué parte no entendés? —comencé a exasperarme.
—Podrías explayarte un poco en el concepto y tratar de moderar un poco tu lenguaje—volvió a insistir.
—Está bien. —Dije resignado — Vamos de nuevo: te amo. Pero te amo de una forma como nunca he amado. Realmente no concibo la vida sin vos. Sos la luz de mis ojos, el sol de la mañana al despertar, el aire que respiro —comencé a ponerme cursi.
Y continué: —mi media naranja, mi mejor amiga, mi única religión, mi equipo favorito, mi medio de transporte hacia la felicidad eterna, la razón de mi existir, el remanso donde descansar luego de una jornada agotadora, el oasis en el desierto de mi alma, la estrella que me guía hacia el paraíso eterno, el cuellito polar que protege mi garganta en las mañanas heladas y mi gorrita con visera en los días de sol intenso; cuando me mirás me derrito y cuando te miro me reconstituyo.
Y ya completamente entusiasmado, desbordado de amor por ella, proseguí — y te quiero más que a mi madre, a mi Play Station 3, a mis cd´s de PinK Floyd, a mi conexión de tres megas, a mi mouse inalámbrico, a mi procesador de doble núcleo; te quiero tanto que me duele, y si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice y todo y es que juntos somos mucho más que dos —terminé plagiando. ¡TE AMO! ¿TE QUEDÓ CLARO?
—Más o menos ¿A que viene eso de ser tu mejor amiga? O lo de compararme con la bruja de tu madre ¿Ya no me querés como antes? —fueron sus últimas palabras.

Y ahí fue cuando la asesiné, señor juez.

Exclusivo de La Cuentoteca

martes, 18 de mayo de 2010

Romance perfecto- Miguel Dorelo

Me encantó estar con vos...

Romance perfecto- Miguel Dorelo

Apenas la vio supo que estaba en presencia de una mujer fuera de lo común.
En cambio ella ni siquiera imaginó que él la llevaría a un punto que nunca hubiese sospechado; mucho menos aún que por un hombre resignaría parte de algo muy suyo.
La noche fue cómplice de un momento soñado.
—Sos una mujercita dulce y encantadora —le dijo mientras encendía un cigarrillo.
—Me encantó estar con vos —respondió ella primorosamente.
—Me gustaría repetir esta velada —acotó él.
—La próxima vez te cobro la mitad—aseguró ella.
—Acepto. Pero hoy quedáte con el vuelto —concluyó él.
A veces una profesional muestra su lado más humano.
Y, también a veces, coincide con un cliente que sabe comportarse como un auténtico caballero.

Exclusivo para La Cuentoteca

miércoles, 12 de mayo de 2010

Todos los trenes- Miguel Dorelo

Viajar en tren juntos...¿Qué más se puede pedir?

Todos los trenes-Miguel Dorelo

Quién lo hubiese imaginado ¿No amor? Digo, este final tan parecido a aquél principio.
¿Te acordás? Cinco meses y ocho días. Ni mucho ni poco: el tiempo que nos fue destinado.
Y en menos de una hora, cuarenta y siete minutos para ser más exacto si este maldito y a la vez amado tren llega a horario por una puta vez, todo lo que fue ya no será.

La impuntualidad acostumbrada del servicio que a todos pone de mal humor fue en nuestro caso una bendición.
—En este ramal siempre lo mismo, otra vez voy a llegar tarde —dijiste por decir algo.
Y yo, que te venía observando en silencio desde hacía varias semanas, ya completamente enamorado y sin poder ni querer evitarlo, me aferré a tu queja como si de ello dependiera mi propia vida.
—Si, pero este igualmente sigue siendo el medio de transporte más lindo del mundo. —dije sin pensar. Y me miraste por primera vez.
Y como si todo hubiese estado programado para nosotros dos, casi al instante irrumpió la G-22 en la estación José María Bosch, línea Urquiza, en el partido de 3 de Febrero, provincia de Buenos Aires, este mismo lugar, pero en otro tiempo y en otras circunstancias.
Por primera vez nos sentamos uno al lado del otro. Fue esa nuestra primera vez en el tercer vagón de aquella formación.
—Te gustan los trenes, parece —me dijiste.
—Los amo — te contesté. Y a vos también, casi agrego, pero esto último no salió de mis labios jamás.
En ese mismo viaje descubrimos la pasión mutua que sentíamos por el ferrocarril.
Todas las mañanas en el mismo andén y a la misma hora.
Un corto saludo y luego rápidamente a ocupar nuestros lugares.
Supongo que algo al que algunos llaman destino o quizás una caprichosa e indescifrable designación divina, pero en el fragor de los cuerpos apurados por subir de la multitud de pasajeros y no importando cuanto demoráramos en ubicarnos ante nuestros asientos, estos siempre estaban desocupados, como esperando a nuestros cuerpos. O a nuestras almas.
De Bosch a Federico Lacroze. Todos los días de la semana, ida y vuelta. Menos de quince kilómetros y unos pocos minutos de viaje.
Pero,el lunes Bosch se transformó en Pretoria, el paisaje suburbano en una inmensa sabana sudafricana y el destino final fue trasmutado a Ciudad del Cabo. Relajados y con los ojos cerrados, gozamos juntos de nuestro primer viaje en el “Tren Azul” un auténtico hotel rodante de cinco estrellas que fue inaugurado para nosotros, estábamos seguros de eso, en el año 1939.
El martes me dijiste: —Hoy quiero algo de aventura —casi de inmediato “La General” se presentó ante nuestros ojos; la mítica locomotora construida para la Western and Atlantic en 1885 lanzó una gran bocanada de vapor y en pocos minutos el salvaje oeste americano comenzó a penetrar en nuestras retinas.
A mitad de semana todo lo preconcebido sobre el tiempo y las distancias fue dado por tierra: los 9.297 kilómetros desde Moscú a Vladivostok nos resultaron poco, extasiados ante los inconmensurables paisajes nevados que desfilaban sin solución de continuidad detrás de los vidrios empañados de las ventanillas, a bordo del “Transiberiano”. Nuestra felicidad se catapultó al infinito.
Y otro día fue el turno de “El tren de las nubes”, parsimonioso y trepador. Y en otra ocasión el “Tren bala” en Osaka o el “Ave”español, puro vértigo y adrenalina.
Cinco meses y ocho días viajando, juntos, por todo el mundo.
Y la estación Devoto fue Dortmund, Francisco Beiró, Luxemburgo; y las trochas cambiando permanentemente, de 768 mm. si viajábamos por Austria, India o Polonia; o si ese día decidíamos hacerlo por Australia, Costa Rica o Nigeria, aumentaría a 1067mm.
Magia pura. La de la palabra en forma de relato, o la de la ensoñación; el deseo mutuo de compartir con ella todos esos viajes escapando de la rutina de quince minutos diarios a bordo de aquél mal conservado tren de las afueras de la gran ciudad, yendo al trabajo. O un milagro convirtiendo en real lo imaginado. Quién sabe. Quién puede asegurar una u otra cosa.
Pero, también tengo que hablar de ayer. Y luego de hoy.
Ayer, cuando regresábamos desde Lacroze/ Edimburgo y a mitad de camino me diste la noticia.
—Mañana será nuestro último viaje juntos –descargaste sin aviso.
Y luego me contaste aquello del chico que conociste y con el que empezabas a salir, que él también viajaba todos los días a Buenos Aires, nombraste, creo, un Chevrolet Corsa color azul y que a partir del lunes el te llevaría y te traería.
Y hoy, esta mañana, sentados en nuestro asiento del tercer vagón, tirado junto al resto del convoy por la G-22, la magia se rompió. Y los carteles en las estaciones decían Moreno, Artigas, Villa Lynch; y todo el paisaje era exactamente igual a hace cinco meses y nueve días.
Me fue imposible ir a mi trabajo. Deambulé por la ciudad esperando la hora del regreso y pensando en qué hacer.
Y de repente, lo supe: París y el “Orient Express”. Saldremos, en nuestro último viaje juntos, desde la capital francesa, digamos, en el año 1915, acompañados por la conjura y las intrincadas acciones, rodeados de agentes y espías de las principales potencias mundiales. Sé que ella no podrá resistirse y una vez situados en uno de sus lujosos camarotes, con una copa de coñac en mis manos y otra de jerez en las suyas tendré el tiempo suficiente para disuadirla de sus planes. Le diré lo que he callado hasta hoy y me dirá: —lo sospechaba —Y agregará que era hora de que se lo dijera y que ya no nos separaremos nunca más.

O, en el peor de los casos, nos convertiremos en dos desaparecidos más, en un misterio más sin resolver a bordo del “expreso espía” antes de su arribo a Estambul.

Exclusivo para La Cuentoteca